18

657 127 54
                                    

Lentamente me volteé a ver a Parker, estaba blanco como el papel y parecía que en cualquier momento sus ojos se saldrían de órbita. Su nuez de Adán se movió hacia abajo cuando tragó saliva forzadamente. Lo solté, girando sobre las almohadas, dejándole la vía libre para que se levantara, sin embargo no se movió, tan solo soltó un suspiro tan cargado que temí que sus pulmones se hubieran quedado sin aire, aunque eso era físicamente imposible. 

—Voy a tomar una ducha —resolvió poniéndose de pie—. ¿Quieres que ponga a lavar tu ropa? —preguntó pateando la pila que había hecho al lado de la cama y agachándose a levantar mi camiseta, que ya no servía para su propósito—. No es normal que no recuerdes cómo pasó esto, cuando te vi creí que alguien te había apuñalado, y a juzgar por esto, podría ser…

—Ya te lo dije, hay muchos baches negros en mi memoria desde anoche, no me sorprendería haber hecho alguna idiotez. Pero estoy bien, ¿ves? —Me paré sobre el colchón, señalando mi pecho, olvidando por un segundo lo ajustada que sabía que estaba mi ropa interior, hasta que lo ví sonrojarse.

—¡Cúbrete, maldición! —Me lanzó el pedazo de tela a la cara y salió de la habitación con paso apresurado.

Cuando estuve solo me acerqué al gran espejo que tenía junto a la ventana, por fortuna los cortes en mi espalda se habían cerrado mientras dormía y las cicatrices ya se habían aclarado tanto que para notarlas alguien debería estar directamente sobre mi espalda. Abrí uno de sus cajones tratando de encontrar una de esas musculosas que parecían el delantal de un pintor, Parker solía usarlas en el verano, su estética me desagradaba, pero al menos su tela era suave.

El proceso de curación era una perra. Era comparable a cuidar un tatuaje gigante al que apenas y puedes mojar.

Complementé mi look de vagabundo con unos joggings grises de los que mi amigo tenía como diez pares iguales y volví a sentarme en la cama sin mucho que hacer. Se estaba tardando bastante. Tomé mi teléfono de la mesa de luz solamente para encontrarlo sin batería, suspiré agachándome a buscar la punta del cargador y volví a dejar el aparato sobre la madera. Mi atención volvió a fijarse en el frasco de un naranja amarillento de hace un rato, la fecha de vencimiento de las píldoras estaba próxima y él ni siquiera había roto el precinto de seguridad. 

Incluso sin que Eros y yo interviniéramos en sus sentimientos, los humanos eran seres frágiles, propensos a hundirse entre las miserias que los rodean. Había perdido muchos proyectos antes de que los científicos encontraran la forma de nivelar la serotonina en sus cerebros químicamente, la presión tarde o temprano terminaba rompiéndolos, especialmente a los hombres, para ellos necesitar esa clase de ayuda era algo inadmisible. A Parker no hablaba mucho de eso, nada más lo había mencionado al inicio de su tratamiento para informarme de los posibles efectos secundarios que podrían afectar su rendimiento en los deportes, a mí tampoco me importaba mucho.

Pero ahora sí. 

—Dora va a avisarnos cuando la secadora termi… —Entró secándose los oídos con la toalla, de su cabello caían pequeñas gotas que humedecían los hombros de su camiseta, cuando sus ojos se encontraron con los míos se detuvo donde estaba con la boca abierta.

Ignoré las visiones, tenía que trabajar en el presente para que hubiera un futuro.

—Tienes dos minutos para explicarte, el tiempo corre. —Había usado mi voz de entrenador, pero tuve que cambiar de tono al notar que sus cejas se curvaron acercándose más entre sí—. ¿Por qué? —Suspiré dejando el frasco sobre el colchón.

Me molestaba que no se estuviera tomando su salud en serio, era contraproducente. Había otra sensación en mi pecho, una que no quería identificar, pero tampoco me gustaba.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora