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Tuvimos que quedarnos en el parque hasta que me sentí capaz de manejar hasta el departamento. Yumiko no había estado nada contenta de que la hubiéramos despertado con nuestra discusión susurrada sobre quién tenía derecho a bañarse primero. Quiso saber qué habíamos estado haciendo para estar tan cubiertos de tierra y mugre, yo iba a contestarle que no era asunto suyo, pero Eros me interrumpió con su mejor actuación de cachorrito abandonado y le dijo que nos habíamos peleado otra vez.

Como claramente había sido mi culpa, porque era el único que tenía manchas en la parte delantera de la ropa además de la trasera y porque el bueno de Zachary no tenía un historial de violencia público que lo respalde, él pudo escaparse a la ducha mientras que yo tuve que soportar un sermón sobre cómo resolver mis problemas de forma civilizada por parte de la chica que me pateaba en las costillas cada vez que veíamos televisión juntos y salía alguien con poca ropa. Para ser honestos no es como si yo me contuviera de comentar algo al respecto.  

Todavía sentía una ligera molestia al parpadear, así que fuí a la cocina, con la bella asiática siendo un perico insoportable en mis oídos, y saqué la leche del refrigerador. Luego comencé echarla en mis ojos sobre el fregadero.

Un escalofrío me atravesó la columna al tiempo que el frío líquido chorreaba por los costados de mi cuello.

—Qué extraña forma de beber leche tienes. —Yumiko se interrumpió a medio explicar una técnica de respiración que había aprendido y contuvo la risa.

Me enderecé y sacudí mi cabeza hacia los lados para mojarla a ella también con las gotas que caían de las puntas de mi cabello. 

—¡Bestia! —chilló pasándose las manos por el rostro para quitárselas.

Dejé la botella de leche sobre el mostrador y acorté la distancia entre nosotros, tomando sus muñecas. 

—Tranquila, pensaba ayudar a limpiarte —dije contra sus labios antes de darle un casto beso que logró hacerla relajar sus músculos, aproveché para desarmar su escudo—. Tienes razón, sabe mejor así —agregué tras lamer una gota blanca que aún ocupaba su barbilla.

Sus mejillas se encendieron, su respiración se volvió más pesada acariciando mi oreja. Adoraba cuando nuestras discusiones se terminaban. Cuando yo las terminaba.

—Ya que estás despierta, podemos… —Continué agravando mi voz un par de tonos y bajando por la curvatura de su cuello como sabía que le gustaba. 

—Mmhm… —Se quejó enterrando la nariz en mi cabello e inspirando—. Estás todo sucio…

Mordí la piel descubierta de su hombro.

Manzanilla.

—Podemos hacerlo en la ducha. —Sujeté su cinturita entre mis manos.

Arrastré la boca por la parte superior de su pecho.

—Phoenix…

Si volvía a decir mi nombre con ese tono iba a ser muy difícil no arrancarle el pijama antes de que siquiera pudiéramos pisar mi cuarto. Dejar que viviera aquí al principio se sentía como una muy mala idea, pero ahora parecía un regalo de las Moiras. Ella era todo lo que necesitaba después del asqueroso fracaso del día, adormecía mi sentido común, se adueñaba de mis entrañas y espantaba mis preocupaciones.

Volví a tomar posesión de sus labios, ahora con su cuerpo apoyado contra la mesa.

—Ya, ya, que ahí es dónde como, por favooor. —Eros nos separó, su cabello aún estaba envuelto en una toalla y su piel húmeda dejó una mancha en el medio de mi estómago.

No me había dado cuenta de que había entrado, pero por el vaivén de la puerta podía suponer que había llegado recientemente. Evitaba observar directamente a la muchacha, que ya había vuelto en sí y lucía mortificada, cuando mi atención se enfocó en él para mandarlo a la mierda me dí cuenta de por qué. Sus ojos se habían transformado casi por completo abandonando todo rastro de humanidad.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora