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Salí del baño con las manos en los bolsillos, la cabeza en alto fingiendo que mascaba una goma inexistente. Tenía una corazonada sobre que mi esfuerzo por parecer natural causaba la impresión opuesta, pero eso no importaba demasiado cuando te enfrentabas a un pasillo vacío. Solo necesitaba convencerme de que estaba calmado para eventualmente lograr estarlo. 

La paranoia y la culpa habían comenzado a vibrarme en la nuca, había roto demasiadas reglas, y de las importantes, no solo las del instituto.

Aunque me negara a admitirlo, en el fondo necesitaba eso. Explotar. Pasaría tarde o temprano.

Y ahora nuevamente tenía que enfrentarme a las consecuencias de mis actos.

Pateé el aire imaginándome que había una lata o algún otro tipo de basura en mi camino, el aula de economía doméstica estaba en una zona muy poco conveniente del edificio con respecto a su lejanía de los servicios. De pronto el silencio fue cortado por el estruendo de varios metales chocando entre ellos y con otras superficies, seguidos por un grito agudo. Un grito de mujer que volvió a repetirse un poco más apagado en lo que yo comenzaba a correr.

Que no sea Eros, que no sea Eros. Por favor que no sea él. 

Repetí la plegaria internamente, a pesar de saber que eso no cambiaría el resultado.

Lo que sucedió a continuación fue como un borrón en el espacio. Empujé la puerta con tanta fuerza que de hecho no noté cuándo la había cruzado, lo único que sabía era que en el fondo, contra la misma encimera en la que habíamos estado trabajado, Cassandra era arrinconada por mi hermano, que apretaba con fuerza la parte baja de sus redondas mejillas. Era obvio que ella intentaba alejarlo, moviéndose incómodamente entre las piernas abiertas del rubio que se erguía sobre ella tratando de manipular su rostro sonrosado para acercarlo al suyo. 

Actué casi por instinto, trepándome sobre el mármol contiguo para enganchar el cuello de Eros en una llave. Él gruñó, queriendo zafarse, lo que decantó en su parte baja aplastando más las caderas de la pobre muchacha contra el mármol. Se le escapó un lloriqueo ahogado. Aseguré mi agarre al punto en que las venas de mi brazo resaltaban.

—Suéltala o te rompo el cuello —demandé, recibiendo por respuesta una mirada desafiante de mi contraparte, el celeste de sus iris estaba manchado por un remolino de brillos dorados—. Hablo en serio, Eros.  

Sentí como un cúmulo de saliva intentaba bajar por su garganta, y su pulso comenzaba a normalizarse lentamente. Se apartó de mala gana soltando un suspiro mientras Caz tomaba un poco de aire, recuperando su balance.

Más allá de lo que yo sintiera por ella, no me perdonaría el haber llegado tarde. Cassandra no era una muchacha cualquiera, aunque Parker tratara de ocultarlo, aún le escribía de tanto en tanto esperando a que contestara, Yumiko, de alguna forma, había conseguido conectar con ella y le hacía bien… Además ahora técnicamente contaba como uno de mis proyectos. Era mi responsabilidad cuidarla.

Sin importar qué.

Tras tanta emoción el correr normal del tiempo se sentía lento.

Me bajé de la mesada con las rodillas adoloridas y la tomé de la muñeca para arrastrarla hacia la salida. Casi se tropieza con una de sus sandalias desgastadas y mugrientas, que quedó en el camino. No podía pensar, me sentía mareado, todo lo que venía a mi mente era suyo e iba tan rápido que ni siquiera era capaz de descifrar algo de aquella maraña.

Lo correcto era disculparse, creo, pero no podía formular ni una sola palabra, así que nada más cerré la puerta en su cara. De todas formas ella estaba demasiado ida como para escucharme.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora