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—Deberías ser más como tu hermano, al menos él sí tiene las pelotas bien puestas —Yumiko recogió sus cosas y me observó como si fuera la mugre en la suela de sus botas—. Yo me voy, loco. —escupió dándose la vuelta para dirigirse a la salida que daba a los muelles.

¿Qué era lo que podía saber ella de mi hermano? ¡Llevaba conociéndolo dos días! ¡Y ese ni siquiera era él! Mordí el interior de mis mejillas hasta hacerlas sangrar.

Había escuchado esa frase incontables veces, de parte de otros dioses, compañeros e incluso amantes. Todo el mundo esperaba que por ser mellizos fuéramos la misma persona, y como no lo éramos yo debía cambiar. Porque Eros era perfecto, amigable y complaciente, él jamás mentía y todo lo hacía desde la pureza de su corazón con la intención de crear un universo mejor, mientras que yo era un antipático sin la capacidad de considerar como mis acciones afectaban a los demás. Estaban ciegos.

Yo fundaba naciones, creaba miles de oportunidades de trabajo, sacaba a los pobres de las calles y los llevaba hasta lo más alto, eso sin dejar de darle la forma a la historia que el Comité me pedía, permitiendo que otros se adjudicaran el crédito. Pero eso era opacado por la estúpida cantidad de niños que se engendraban a raíz del trabajo de mi hermano, la mayoría de los cuales desperdiciarían su potencial en un planeta que no estaba preparado para recibirlos si no fuera por mi existencia.

Sin mí esa maldita muchacha hubiera terminado tirada a un lado del camino tras encontrarse con las personas equivocadas o, si sobrevivía a eso, pidiendo limosna en alguna esquina, y solo hicieron falta un par de desayunos y ropa de mala calidad para que olvidara eso. Nunca fue mi deber ayudarla, si tanto me odiaba por haberla llevado a un lugar lindo y comprado comida podía tomar su basura e...

—Mierda. —mascullé corriendo detrás de ella. 

Si llegaba al departamento y le contaba a Eros lo que había sucedido, él se sentiría el ganador del juego, y esto recién había comenzado.

—Señor, noté que su experiencia aquí no fue la mejor y quería entregarle este vale por una malteada gratuita en su próxima visita, puede elegir entre todos nuestros maravillosos sabores y… —Una chica de cabello anaranjado con voz muy aguda me bloqueaba la puerta sosteniendo un talonario de papeles morados entre sus manos. Parecía una muñeca repitiendo un mensaje pregrabado, me causó escalofríos. Detrás del plástico sus ojos eran dos espirales grises que llevaban a la más absoluta nada. 

Traté de negarme, pero pronto dejó claro que no me iba a permitir seguir avanzando hasta que aceptara lo que me ofrecía, y como siempre, no tenía tiempo que perder.

Yumiko resaltaba entre la marejada de gente como un bar en la noche, por lo que la ventaja que me llevaba no le sirvió de mucho. Grité su nombre varias veces en lo que corría hacia ella fingiendo agitarme para no llamar la atención del resto más de lo necesario, y ella continuó caminando sin siquiera voltearse. Tenía las uñas clavadas en las palmas de sus manos e iba moviendo los labios al ritmo de una canción bastante violenta, debía de estar escondiendo un par de auriculares debajo de toda esa mata de cabello. La tomé de los hombros para que se detuviera, los nervios producidos por la sorpresa hicieron que me arañara la parte baja del abdomen a modo de defensa.

—¡Maldita sea! ¡¿Es que tú nunca usas tus palabras?! —Había dejado pequeñas líneas abiertas en la tela de mi camisa color borgoña.

—Agradece que no llegué a tomar mi gas pimienta. —Sacó el teléfono de su sostén, donde descansaba muy cómodamente, y detuvo la música—. ¿No te avergonzaste lo suficiente por un día?

Al parecer no.

—Escucha, lamento haberte engañado —suspiré. Pedir disculpas no era lo mío, mucho menos rogar el perdón de los mortales—. Pero tú no lo entiendes, necesito encontrar la manera de separar a esos dos. Necesito… —No quería decirlo, sin embargo no se me había ocurrido ningún otro plan. Apreté los puños hasta que mis nudillos palidecieron—. Necesito que me ayudes.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora