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Como siempre, una vez que Eros entraba en una habitación todo tenía que girar a su alrededor.

Cuando Yumiko consiguió que dejara de “llorar” se quedaron toda la noche en el sillón comiendo pizza, mirando videos y haciéndose las mascarillas que se suponía íbamos a hacernos ella y yo. La imagen de ellos dos abrazados mientras él limpiaba un hilo de queso de sus labios fue suficiente para que decidiera encerrarme en mi habitación. No soportaba verlos tan cerca, tan íntimos. Estaba claro que yo sobraba.

Me limpié la cara con una toalla que olía a humedad y parecía que en cualquier momento se iba a partir en dos antes de lanzarme contra el colchón. Apreté una almohada contra mi rostro y grité, había pasado de tener una oportunidad de tirar con la chica que seguía sin abandonar mis fantasías a, sin suerte, poder llegar a escucharla hacerlo con mi hermano en la sala de al lado. Ese pensamiento no me dejó conciliar el sueño, mi ansiedad me obligó cada tanto a salir con cualquier excusa tonta para cerciorarme de que no se estuvieran besando cuando sus voces se apagaban por lo que yo consideraba demasiado tiempo. Me molestaba que me afectara tanto.

—Parece que te estás preparando para un test de orina con tanta agua —comentó Eros enjuagando un vaso lleno de detergente.

Eran como las cuatro de la mañana y yo estaba en la cocina rellenando otra botella, era consciente de que ya había tomado más de las que era humanamente posible del refrigerador y de que él sabía que no estaba tomando ni una gota.

—Tu sabrás de esas cosas —gruñí, en el camino lo había encontrado recostado sobre el pecho de la asiática con ella acariciando sus cabellos muy concentrada en lo que sea que estuviera mirando en su celular.

—¿Tengo que recordarte que el último que se murió de una sobredosis fuiste tú? —Levantó las cejas y se estiró frente a mi para agarrar una servilleta—. Mi consumo es responsable y recreativo.

—Si recreas algo con Yumiko haré tu eternidad miserable. —Le advertí tomándolo del cuello de la camiseta, la botella de agua ya había alcanzado su límite, el agua estaba goteando desde la encimera al suelo.

Soltó una carcajada, cerró la llave y se liberó de mi agarre.

—¿Qué pasa? ¿Miedo a la competencia? —Abrió el refrigerador, sacó dos latas de Monster Energy del estante superior, luego empujó la puerta con la cadera—. No desperdicies el agua, ¿quieres? Al mundo le hace falta.

Luego de eso no volvimos a dirigirnos la palabra hasta la mañana siguiente cuando interrumpió mi clase de historia. Esa era una de las pocas materias en las que teníamos a la misma profesora ese año, la única diferencia era que mientras yo nada más tenía que soportar su monótona voz y sus pocas ganas de vivir durante ochenta minutos a la semana, él lo hacía durante más tiempo. Estaba más que claro que ella prefería darle clase a los de arte, hasta ofrecía un taller especial para ellos durante las tardes, y obviamente mi hermano tomaba ventaja de los créditos extra. 

Es fácil ser el mejor estudiante de historia si tú hiciste la historia. 

Golpeó suavemente la puerta, sin esperar ningún tipo de permiso para abrirla.

—Buenos días, profe. —Sonrió batiendo las pestañas desde el umbral, aún sosteniendo el picaporte—. Qué estilo se carga hoy.

Me hice más pequeño en mi asiento por la vergüenza ajena.

—Zachary, querido, estoy en clase —dijo con un tono más animado del que solía usar, casi dulce—, ¿qué necesitas?¿No puede esperar a que terminemos? Recién logro que presten atención. 

—Mil disculpas. —Se alborotó el cabello—. Pero en serio, en serio, en serio necesito que me preste a Phoenix por unos minutitos. —Al oír mi nombre me escondí un poco más y cubrí mi rostro con mis manos, los cuchicheos de mis compañeros se hicieron más notables—.  Pasó algo con nuestros padres, tengo una nota de la oficina. —Sacó un papel arrugado de su bolsillo y entró al aula para entregárselo manualmente.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora