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La mañana del lunes me desperté en la cama de Parker con un libro de economía abierto sobre mi pecho, mi mano derecha apretando un lápiz mordido y un montón de apuntes desparramados entre mis piernas. No recordaba haberme quedado dormido, pero para ser honesto, no recordaba casi nada de lo que había pasado el domingo.

―Parker... ¿Qué hora es? ―gruñí. Sentía la boca pastosa y tenía un hilo de baba seco en la barbilla.

―Lasochoyveintitres ―dijo entre dientes tras dar un cabezazo sorprendido por mi voz.

Estaba sentado en el piso, su cabello me hacía cosquillas en la planta de los pies cuando se movía. La habitación parecía un campo minado lleno de papeles con frases resaltadas, cuentas a medio hacer y libros de estudio por todos lados.

Me levanté lo más despacio que pude tratando de ignorar las quejas de mis músculos y me arrastré al baño. No había tiempo de tomar una buena ducha, así que me contenté con lavarme la cara un par de veces y echarme una nube tóxica del desodorante de mi amigo encima. Las ojeras que me recibieron en el espejo serían imposibles de disimular incluso si hubiera traído mi maquillaje. En mi cabeza fácilmente podría vivir una familia de horneros.

―Tu turno. ―Le indiqué en lo que me deshacía de la camiseta que me había prestado ayer para ponerme otra.

―Cinco minutos más ―pidió, pero ya se estaba levantando―. No entiendo por qué los exámenes tienen que ser al otro lado de la ciudad, nuestro colegio es lo suficientemente grande para organizarlos ahí.

―Al menos tú no conduces ―respondí saliendo de una musculosa negra.

―Amén por eso. ―Se apoyó en mi hombro cuando pasó por mi lado, por un instante creí que me besaría, incluso se había inclinado un poco hacia mí, pero se decantó por darme una palmada en la espalda tras parpadear y acabar de despertarse.

Sus pensamientos eran demasiado débiles para entenderlos, los míos demasiado densos como para querer esforzarme.

Tomamos un desayuno cargado, cortesía de las mujeres que trabajaban en la casa, que además se preocuparon por darnos palabras de aliento y tranquilidad que yo no necesitaba, pero hicieron sonreír a mi amigo. Ellas estaban más emocionadas que nosotros.

―Le prendí una vela a la virgencita para que los acompañe hoy. ―Dora levantó los platos―. Pensar que hasta hace poco todavía les estaba cambiando la voz y ya son dos caballeritos universitarios. ¡Qué orgullo!

Me reí al ver como el color subía por las mejillas de Parker.

―¿Sabes si papá ya se levantó? ―preguntó cambiando de tema―. Habíamos hablado de que existía la posibilidad de que nos viéramos esta mañana.

El ama de llaves se detuvo en seco, los platos chocaron entre sí en el fregadero. El agua seguía corriendo y eso pareció ser lo que la puso en marcha de nuevo.

―El señor manda sus felicitaciones y lamenta no poder estar aquí, surgió una reunión con un socio muy importante que lo mantendrá en la oficina por el resto del día. ―La mancha de mermelada de mi plato parecía difícil de sacar.

―Oh, claro, sí, está bien. Entiendo. ―Parker no pudo disimular la decepción en su voz, tomó su mochila y se la echó al hombro―. No sé por qué creí que se haría un tiempo hoy, no es como si se lo hubiera hecho alguna vez desde que mamá falleció. ―Agarró dos manzanas y me lanzó una―. Gracias por el desayuno, Dora, estaba delicioso.

Los hombros de la mujer cayeron derrotados.

―Siempre es un placer. ―Me despedí y fui detrás de mi amigo, que ya había salido de la cocina.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora