Armados de valor, Dyron y yo damos el primer paso hacia el campamento que rodea el Gran Árbol. Corina se pega a mi espalda como si de mi sombra se tratase. Le he dicho que me coja de los ropajes en todo momento -al menos así puedo asegurarme de que sigue conmigo- y por cómo tiembla diría que no piensa desobedecerme.
Los alrededores del Gran Árbol han sido quemados, arrasados. El ambiente huele a sangre y a ceniza. Hay algunos cadáveres putrefactos por ahí, puedo olerlo. Nos ocultamos entre la poca espesura que queda rodeando el campamento, buscando zonas que no estén bajo vigilancia... Pero sólo hay un par de ellas que quedan lejos del centro.
-Vamos por aquí -dice Dyron ante una de las entradas vigiladas-. He tenido una idea que podría funcionar.
Tengo bastante miedo a que seamos descubiertos y nos dejen como Dov estaba, pero Dyron conoce más sobre el tema de las estrategias que yo, eso seguro. Su idea, de todos modos, no me termina de convencer pues, aunque debo tener fe ciega en él, acercarnos así a los dragones me parece arriesgado e innecesario.
-Agarra a Corina como si le tuvieras asco -ordena.
-¿Por qué...?
-Sólo hazme caso, mantente callada y puede que todo salga bien. Déjame hablar a mí y mantente tan seria como puedas.
¿Qué pretende? Suspiro, dando a entender que no estoy del todo de acuerdo y agarro a Corina del brazo. Él se mantiene serio y echa a andar delante de mí. Tiro de ella a paso firme, a la par que Dyron se deja ver por el dragón que está de guardia.
-Buenos días, mi señor -dice el caballero y el guardia nos mira de arriba abajo con expresión extrañada. Yo me quedo atrás con la pequeña aún del brazo.
-Buenos días. Esta es zona restringida, no podeis pasar.
-Tengo algo que quizás os interese a vos y a los suyos, mi señor. Un tesoro poco común.
-Lo siento, campesino -lo cierto es que sin su armadura ni su espada, realmente lo parece-, pero oro nos sale hasta por las escamas y no queremos a comercantes rateros y campesinos rondando por aquí -ríe a carcajadas.
-No, no, no queremos vender nada... Sólo hacer un trueque.
-Déjame ver tu mercancía y me lo pensaré.
-Wildrose -me mira y me doy por aludida-, tráela.
Yo me acerco lentamente, desconfiando del dragón con menos disimulo del que me gustaría. Finjo, tal como Dyron me pidió, no tener mucho aprecio a la niña imaginando que es su hermana, pero sinceramente me es difícil.
-Me haces un poco de daño...
-Lo siento -digo en un susurro y luego añado en un tono lo más áspero posible:- Cállate.
El dragón mira a la niña con aparente interés, aunque creo que no sabe muy bien quién es.
-El Espíritu del Nexo, de la Unión, contesta a muchos nombres, pero en definitiva es el mismo ser.
-¿Y qué me quieres decir con eso? -dice, tratando de parecer duro.
-Tengo entendido que andábais buscándola -dice, un poco descolocado- y como tengo algo que ustedes desean y ustedes tienen algo que deseo yo, había una posibilidad de cambio, ¿no cree, mi señor?
-Dijimos a los humanos que no ofrecieran recompensas... -refunfuña por lo bajo- Está bien, os llevaré ante Ella.
Se da la vuelta pesadamente sobre sus dos patas y echa a andar hacia el campamento. Despierta a un compañero que duerme cerca y éste toma la posición del otro en un instante. No descuidan en absoluto la entrada y temo que por dentro la seguridad sea igual. Me fijo, por si acaso, en todo aquello que se me cruza. Corina me toma de la mano, asustada. Hay un par de tiendas grandes rodeando el Gran Árbol, al fondo, y tres o cuatro hogueras. Han sacado los muebles de Chew a la calle y, por lo visto, los están usando como combustible para avivar las hogueras que han hecho entre las tiendas de lona. Bien podrían quemarse.
Después de que Chew se esforzara tanto en reconstruir su hogar, ellos lo han destruído de nuevo...
-La Matriarca está aquí, así que no hagáis ruido si no queréis despertarla y os devore vivos -dice el guardia, como si fuera natural.
Corina se agarra de mí aún más fuerte. Al pasar las tiendas, vemos una dragona de al menos diez metros de altura que está encadenada con ataduras metálicas de gran grosor. Está increíblemente obesa y duerme plácidamente. Sus escamas de color gris oscuro y sus gigantescas alas, imponen. Ruge, creo que a modo de bostezo, y con ello hace temblar el suelo -y a mí por más de diez minutos-.
-Pasad -dice el dragón a la par que nos abre una lona que tapa la entrada al Gran Árbol.
No hay puerta. Imagino que, por ser de madera, habrá sido quemada o lo será dentro de poco, como el resto de muebles y libros. En el centro de lo que era el salón principal -desprovisto de las mesas, armarios y los montones de libros que moraban por las esquinas, el espacio parece hasta grande-, una figura pequeña y peluda nos recibe.
-Pa-pasad a la hu-humilde morada d-de la g-gran y po-poderosa Espíritu del C-conflicto. S-sed bienve... venidos -dice con la mirada clavada en el suelo. Reconozco su voz en seguida... Es Chew.
-Chew, soy yo -susurro mientras Dyron se lleva a Corina.
-¡Vadaro! -abre los ojos exageradamente. Apenas se fueden ver bien entre la greña sucia de pelo.
-Silencio... podrían descubirnos. Finge que no me conoces, oculta tu alegría. Te sacaremos de aquí.
-Sí -un brillo de esperanza cruza sus ojos.
-¿Puedo pedirte algo? -miro a mi alrededor para asegurarme de que ningún curioso nos observa.
-Claro, claro.
-Buscad un arma para el Caballero que me acompaña -señalo a Dyron y continuo-. Por si acaso, prepara uno de tus Experimentos al Aire Libre.
-¿De los que explotan?
-De los que explotan.
Ambos sonreímos con complicidad y Chew se aleja con la cabeza gacha, fingiendo sumisión. Un dragón le patea el trasero y se ríe de él de una forma desagradable. Si surge la ocasión, le haré un buen corte en el cuello que lo deje en cama por más de un mes.
Nadie me mira, así que creo que Chew y yo somos los únicos que se han enterado de esta conversación. Me acerco hasta donde está Dyron con cara seria y paso firme. Siento pena por estas criaturas: tan orgullosos y siendo ninguneados por una cría. Apostaría mi mano izquierda a que los ha comprado con oro tal como hizo con Jkolh hace años.
-...Puestos así, se os concederá lo que deseáis. Mis dragones las llevarán. No os arrepentiréis, campesino -Carrie habla con voz socarrona. Le parecerá muy divertido todo esto. De entre sus labios asoma una sonrisa malévola que realmente me molesta.
-Muy cierto, mi señora.
Almo se mueve detrás de mí, me pica en el rabillo del ojo. Un pequeño dragón que porta una afilada daga, vuela por encima de mi cabeza. ¿A dónde va? Entrecierro los ojos. Entonces, no sé cómo, lo comprendo todo.
-DYRON, DETRÁS DE TI.
Él se da la vuelta, con aspecto confuso. El dragón verde brillante, como una libélula, se encuentra a pocos metros del Caballero y Corina. Quizá...
Cargo una flecha, tenso el arco tan rápido como puedo y disparo. Mi flecha cruza la estancia sobre las cabezas de los distraídos presentes y acierta justo en el corazón de la pequeña bestia. Dyron se aparta y el bichejo cae muerto a sus pies. Todos se giran, buscando al autor del disparo... A mí.