Briza me obliga a sentarme en una de las camillas de la enfermería. Mi brazo derecho es como dos veces más grande que mi otro brazo. El color entre morado y azul que ha adqurido me da grima. Ella trae una jeringa llena de un líquido amarillento, casi transparente.
-¿No irás a...? -pero antes de que termine de formular mi pregunta, ya me ha inyectado esa cosa en el brazo.
En cuestión de medio minuto, mi brazo ha vuelto a su tamaño normal y, poco a poco, su color empieza a parecerse más a la piel humana que al de una ninfa de río. Briza me mira en silencio. Parece alegre por que haya pasado las pruebas, pero hay algo, un algo pequeñito, que me sugiere lo contrario.
-¿Qué te pasa, Briza?
-Es cruel. Muy cruel.
-Bueno... sí -digo pensando en el duendecillo de la tercera diana. Nunca olvidaré el terror de sus ojos.
-Que te manden proteger a esa humana a la que tanto quieres y ni siquiera poder decirle que eres tú... Que has vuelto por ella... -la conversación toma otro sentido para mí.
-Pero... la que tendría que estar triste soy yo, no tú -trato de esbozar una sonrisa para ella, pero su mirada sigue clavada en el suelo.
-Cuando entré aquí por primera vez, era una cría. Me había separado de los míos y no sabía dónde ir -se quita la bata, dejando su espalda al descubierto. Al ser una ninfa del bosque, la "piel" que la recubre, es sólo corteza de árbol muy fina. Se asemeja bastante a la piel humana, pero el tacto es más áspero-. Esto es fruto de una trampa de cazadores -un arañazo atraviesa toda su espalda desde la parte superior derecha hasta la cintura, en la parte izquierda. Por mis años de experiencia en heridas, eso no fue superficial.
-Todos estáis lisiados por aquí. No sólo física, sino emocionalmente
-Todos tenemos una historia que contar.
-Ya veo.
-Te deseo suerte con tu misión.
-Gracias... supongo.
Me marcho a mi habitación. He aprendido a base de bien cómo se llega. Sólo espero no volver a acabar en aquel pasillo de la segunda planta -un escalofrío me recorre al recordar cuando Dov me sacó de allí-. Abro mi habitación. Es posible que esta sea la última noche que duerma aquí. Me tumbo y miro el techo como las últimas noches. Tengo miedo y no qué va a pasar realmente cuando salga del castillo. Ya debe ser invierno. Aquí parece siempre primavera. Seguramente haya nevado. Me imagino a Corina jugando con la nieve a expensas de resfriarse igual que aquel día en el arroyo. Suspiro. Ya me preocuparé de mi futuro mañana. Descansa, Sana, porque te va a hacer falta.
Sé que ya no soy Sana, pero creo que, conmigo misma me puedo tomar la libertad de llamarme como quiera. Cierro los ojos y pienso en Corina. No es tan cruel después de todo el que me dejen volver a verla. Susurro su nombre y poco a poco me quedo dormida.
A la mañana siguiente, antes de que Dov toque a la puerta, ya estoy despierta y vestida. Como sigo sin saber qué prenda sirve para cubrir el torso, me he liado la tela de ayer. Sabe que estoy despierta, así que entra sin tocar.
-Los Siete Fundadores te esperan en la Gran Sala.
Me acompaña de nuevo hasta allí, como el primer día. Entro en el círculo de sillones y miro a cada uno de los ancianos. Titus Faunus con sus tres gatos y su loro verde, la esfinge, una quimera, un dragón de tamaño medio, un hada pequeña y brillante que no aparenta tener más de ciento veinte años, una ninfa y un multiforma que ahora mismo tiene aspecto de zorro ártico -los multiforma son seres que cambian su aspecto físico a su gusto, algo como los werecat, pero abarca muchas más especies tanto mágicas como comunes.
-Bienvenida, hermana Vadaro -dice Titus-. Ahora que eres parte de la familia, déjame presentarte a los Siete Fundadores. Yo, como ya sabes, soy Titus Faunus. La esfinge que está a mi lado es Petrus. Hermosa donde las haya, ¿no crees? -ella sonríe y me mira sacando pecho- La quimera se llama Khimaira -ella me mira seriamente-. El dragón se llama Hidros -éste suelta una llamarada de color azul que se disipa rápidamente en el aire, formando curvas muy bonitas-. La ninfa se llama Afi, el hada se llama Bell y por último pero no menos importante, este es Jkolh -hago una reverencia ante él y me la devuelve con la cabeza-. Él te llevará de vuelta al poblado de los centauros del Este, donde cumplirás tu misión.
-¿Qué tengo que hacer?
-Esa niña humana a la que tanto aprecio tienes, es más importante de lo que crees. La guerra que ha tenido lugar en nuestras tierras no tiene nada que ver con razas o por el bosque. Los humanos la están buscando.
-¿Para qué? -sus palabras alimentan mi curiosidad.
-Ha llegado a mis oídos el rumor de que se trata del Espíritu del Vínculo.
-¿Qué es eso?
-Es un ser antiguo cuya misión en el mundo mortal, es aunar pueblos enfrentados. Yo he visto con mis propios ojos cómo unió a orcos y elfos en la guerra de Minaya.
-Dicen que se elaboró un Tratado de Paz.
-La Dama Blanca llevó el Tratado a buen puerto bajo la vendición del Espíritu del Vínculo. Ahora está aquí de nuevo para frenar la guerra que nos acecha. El bosque que ves quemado en los alrededores es sólo el comienzo. Los elfos de Linaber vinieron a avisarnos de la inminente guerra. Necesitamos al Espíritu de nuestro lado.
Asiento y Jkolh me acompaña a la puerta. Cuando ya hemos dejado la muralla del castillo atrás, se transforma en un gran hipogrifo y baja una de las alas para que me suba sobre ella. Normalmente suelo ser yo quien llevo a gente en mi lomo y nunca antes he hecho esto. Trepo por su ala tratando de no arrancarle ninguna de sus enormes plumas. Cuando he conseguido subir, pega un grito fortísimo y echa a volar. Me agarro fuertemente de su cuello.
-Buena suerte, Sana.
-¿Por qué no me llama Vadaro como os demás?
-Eres Sana. Naciste como Sana y morirás como tal -sonrío.
-Gracias, señor.
Acaricio su cuello. Sus plumas grises me resultan especialmente suaves. Salimos de la barrera mágica y bajo nosotros queda el bosque en la parte Norte. Suspiro y pienso en Corina. Quizá yo también debería desearme suerte.