De arroyos y una niñera improvisada.

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Tengo entumecido hasta el último músculo. Me levanto del suelo y me sacudo las hojas secas. Por la posición de sol, diría que ronda el mediodía. Estiro las patas. Ayer caí rendida después de estar buscando a Ulric. No ha aparecido aún y estoy preocupada.

Oigo un ruido a mi espalda. Por el sonido estoy segura de que son pisadas. Agudizo el oído. Pisadas de dos patas. Son torpes, ruidosas de más para ser una criatura del bosque. Me asomo entre los arbustos que me ocultan. Veo a una hembra humana de larga cabellera y corta estatura. Será una cría. No conozco muy bien la raza humana. Me producen grima: tan destructivos y extraños.

Corre brisa, una brisa fría que hace que se me erice el pelaje. La cría humana se acerca al arroyo que hay cerca de los arbustos. Apenas veo la orilla desde donde me encuentro. Es el arroyo que Ulric custodia. O custodiaba...

Cae en la orilla porque oigo el golpe de sus rodillas en el suelo. Veo su cara agacharse. Está bebiendo agua. Me recuerda a un cervatillo indefenso.

Me pongo en pie. Se rompe una rama bajo mi pata trasera. Mierda, me ha oído. Se da la vuelta lentamente aún con la cara empapada. ¿Qué hago?

No sé si huir. Mi corazón va mucho más rápido de lo normal. Se acerca y con mi tamaño no me puedo esconder entre las hojas secas y desaparecer. ¿Qué hago?

Siempre puedo esperarla y que cuando me vea salga corriendo. Sigue acercándose y aún no sé qué hacer. Esto a Ulric no le pasaría.

Ya está, está atravesando los arbustos que nos separan. Me coloco ante ellos, tomo aire y saco pecho. Si me ve, que por lo menos vea una bestia majestuosa.

Ahí está. Ya sale de los arbustos. Levanta la mirada y me ve a mí, de brazos cruzados. Me tiemblan un poco las patas. Ambas guardamos silencio. Se desmay... ¡¿se desmaya?!

Está en el suelo. Veo como su pecho se mueve arriba y abajo. Muy bien, Sana, ¿y ahora qué? ¿Te la dejas en mitad del bosque para que venga una arpía y se la coma?

Lo que me faltaba. No tengo suficiente con que Ulric no esté para que encima se me meta entre ceja y ceja la idea de cuidar de una humana. No, no y no, Sana, esta no es tu guerra. Deja a la cría y lárgate.

...

Pero... se la ve tan indefensa ahí, dormida en el suelo... No puedo. No puedo dejarla sola. No, definitivamente no.

Tras esta discusión conmigo misma, decido cogerla y la levanto del suelo. Pesa lo suyo y me cuesta subirmela al lomo, aunque supongo que si estuviera despierta se resistiría más.

Ay, Ulric, si estuvieras aquí... Me pregunto qué será de ti allá donde estés. Las brigadas de cazadores no me dejan buscarte en paz. Muchas veces me dan ganas de sacar el arco y ¡zas! Todos esos imbéciles con trampas serán la cena de algún gorro rojo.

La cosa esta pesa mucho y se me cae del lomo. Aunque se me resbale hacia los lados yo diría que está delgada de más. Espero que despierte pronto y ande por si sola o al menos se agarre bien a mí. Es complicado sujetarla a la vez que camino.

En una media hora estoy cansada. ¡Pesa demasiado para mí! Me dejo caer con cuidado hacia el suelo y la deposito entre las raíces de un roble. Sigue inconsciente.

-Descansa, pequeña -le acaricio el pelo. Lo tiene muy suave a diferencia de la maraña que tengo yo.

Decido entonces hacer un alto para comer. No me apetece cazar nada. Tengo algunas cuerdas atadas al cinto pero no tengo mi arco. A estas alturas, algún sátiro lo habrá destrozado para quemarlo en una lumbre. En ese caso, me dispongo a buscar alguna baya silvestre que no sea venenosa, siempre cerca del roble donde he dejado a la cría humana.

Encuentro un arbusto repleto de moras hasta los topes. Las más jugosas se encuentran arriba, pero me limito a coger las que están a mi altura. No soy la más grande de mi especie, pero soy capaz de coger unas moras muy buenas. El truco está en el color: cuanto más oscuras, más dulces.

Cojo unas diez o quince y vuelvo al roble. Ya hay bichejos alrededor. Apenas se da una la vuelta, ya hay un duende haciendo travesuras. Los espanto a coces y se marchan haciéndome burla. Yo les saco la lengua y no puedo evitar reírme.

La cría se despierta y se despereza. Se mira las manos, perpleja. Luego me mira a mí, aún más perpleja. Me tumbo pesadamente a su lado y le ofrezco una o dos moras. Las coge y se lleva una a la boca. Noto como toda su cara cambia: parecen haberle gustado.

-¡Más!

-¿Más? -repito.

-¡Maaaás! -señala la mano donde tengo el resto de las moras.

Se las doy todas, total, siempre puedo coger otro puñado. Se las come atropelladamente y acaba por llenarse toda la cara de zumo y semillitas de mora.

-¿Pero qué has hecho? ¡Mira cómo te has puesto! ¿Sabes que las manchas de mora no salen con agua? -parezco una madre regañando a su potrillo.- Vamos al arrollo antes de que se seque.

La tomo en brazos, me incorporo del suelo y la coloco de nuevo en mi lomo. Ahora que está despierta se agarra de mí con fuerza. Supongo que la altura al suelo la tendrá atemorizada. Se engancha de mi pelo y me hace un poco de daño, así que le pido que tenga cuidado. Se ríe jovial y me suelta el pelo.

Creo que ha sido una suerte que yo la encontrara antes de que lo hiciera una arpía o un troll. Al menos conmigo estará a salvo.

Las Crónicas de SanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora