Del hurón gris.

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Después de mi lucha con el conejo -aunque estaba muerto- conseguí, gracias a unas especias que encontramos, hacer una comida medio en condiciones. Reconozco que ponerlo a asar en un palo no fue muy buena idea, pues en la pata derecha me encontré con una astilla y me estuvo sangrando la encía un rato. Ahora estamos descansando. Night ha abrazado a Corina como si fuera su hija. Ella parece a gusto, así que yo me he quedado sola esta noche. Decidí hacer guardia por si acaso y Night dijo que lo despertara cuando sintiera sueño. Sin embargo, de eso hace más de dos horas y no siento el más mínimo cansancio.

Pienso en casa, en que estará hasta arriba de nieve y que en suelo estará empapado por las goteras que no tapé cuando tuve tiempo. Malditas las ganas de subirse al tejado a tapar agujeritos del demonio. Miro la flauta que me regaló Titus. Es tarde para ponerse a tocar, pero su belleza me atrae. Me he fijado en que tiene tallados muy minuciosos a los lados. Tengo que arreglarla en cuanto pueda, aunque ese no es mi mayor problema ahora.

Night se despierta y me sobresalto. Deja a Corina con cuidado en el suelo y ella se encoge sobre sí misma. Imagino que tiene frío. Él se acerca y se sienta a mi lado.

-Ve con ella antes de que pille un resfriado.

-No tengo sueño.

-Ni yo ganas de seguir viendo cómo suspiras. Ve y descansa.

-Night...

-¿Sí? -dijo amable.

-Ya que no tienes a dónde ir -ha sonado peor de lo que pretendía-, podrías quedarte con nosotras. Siempre hay hueco para uno más.

-Mmh... -guarda silencio unos instantes- Supongo que no pierdo nada por intentarlo.

Me acerco a Corina y la abrazo. Pronto ha perdido mucho calor corporal. La estrecho. ¿Cómo he llegado a quererla tanto? Beso su frente. Creo que nunca había besado antes a un humano. No como a ella, eso seguro. Night nos mira, sus ojos se ven en la oscuridad. Reflejan dulzura. Se acerca a nosotras y se sienta junto a mí.

-¿Qué eres? -me dice.

-No entiendo a qué te refieres.

-No me trago que seas una humana. Eres demasiado sigilosa. No sé, he vivido algún tiempo entre humanos y tú eres muy diferente de ellos.

-Vivo en el bosque, lejos de toda civilización. Es normal.

-Ya, y que te brillen los ojos en la oscuridad también lo es, ¿no? No empecemos con misterios, Vadaro, porque yo tengo mucho que ocultar.

-Nací como centauro y moriré como lo que soy... nada.

-¿Quién te ha hecho esto?

-Fue... "consentido". Era necesario.

-Explícate.

-Tengo que protegerla y para ello tuve que desaparecer. Vadaro no es mi nombre real ni una werecat mi especie, pero aquí estoy...

-Yo fui mordido por un hombre-lobo. Cuando los de mi manada se enteraron, les faltó tiempo para echarme. Ahora deambulo por ahí sin más compañía que el viento. Poético, ¿no crees?

-Triste.

-Mira el lado bueno. Si no hubiera sido echado de mi manada y tú separada de los de tu especie, ahora no estaríamos compartiendo este tiempo juntos.

-Puede que tengas razón -esbozo una sonrisa y lo abrazo como puedo. Él parece incómodo, así que lo suelto-. Lo siento...

-No importa. Llevaba demasiado sin tocar a un ser "humano". Soy yo el que debe disculparse.

Ambos guardamos silencio y sin darme cuenta caigo dormida.

Ha sido una noche tranquila, al menos para mí. Night dice que Corina ha dormido del tirón y yo, la verdad, no me he enterado siquiera. No he soñado nada y me he levantado con la espalda hecha un asco. Aparte de estar llena de ramitas y babas de Corina, imagino que dormí en mala postura y ahora estoy pagando las consecuencias.

Night nos ha preparado el desayuno. Ha hecho magia y nos ha traído frutos secos. Creo que son almendras. La verdad es que no me apetece. No quiero comer nada, pero Night me obliga y acepto a regañadientes. De vez en cuando, mientras no mira, le doy un par de ellas a Corina disimuladamente. Espero que no se haya dado cuenta.

Ya será media mañana, así que, con la nieve medio derretida y el sol brillando, proseguimos nuestra marcha. Night dice que lo más inteligente sería transformarnos ambos y que uno de los dos llevara a Corina en su lomo. No lo veo mala idea pero, no sé él, hoy no tengo la espalda para trotes.

Se transforma en el lobo blanco y gris, con sus peculiares ojos azules y me dice que le suba a Corina en el lomo. Yo sólo les pido que tengan cuidado y que vigile que la niña está bien agarrada. Ella se coge como la primera vez que la subí a mis espaldas: aterrorizada. Eso sí, él irá mucho más rápido de lo que yo lo hice en aquel momento.

Yo, por mi parte, recojo el estuche de la flauta travesera y tomo forma de leopardo. Night me mira. Lo cierto es que es la primera vez que me ve así y creo que la visión no le desagrada. Él olisquea un par de árboles. No sé qué pretende.

-El Oeste queda por allí -me señala con una pata hacia la espesura del bosque-. Huelo algo extraño. Puede que haya dragones de paso por aquí.

-¿Dragones?

-Cuando un grupo grande emigra, suelen hacer altos para descansar. Son capaces de volar horas y horas, incluso días, pero si llevan un herido o crías entre ellos, es más difícil. Vienen del Norte, estoy seguro.

Pienso en Dov y en si estará bien. Espero verlo cuando vuelva con Corina al castillo del Norte. Sea como sea, emprendemos la marcha. Ya mismo estaré en casa y lo primero que haré sera darme un baño calentito.

Llevamos una hora y media de marcha. Nos hemos cambiado a Corina de lomo como cuatro o cinco veces. Estamos exaustos y nuestras tripas suenan a coro pidiendo algo de comer. Queda poco -o al menos me quiero refugiar en ello-, llegaremos. Por suerte no nos hemos cruzado con ningún dragón, aunque me come la curiosidad por saber si era Dov el que estaba por aquí.

Al poco tiempo, vemos una pequeña columna de humo que sale de una zona que conozco muy bien. Oh, sí, claro que la conozco bien, ¡es mi jardín! ¿De dónde sale?

A medida que nos vamos acercando, veo como el humo sale de la chimenea de mi propia casa. ¿Habrá alguien viviendo allí? ¿Me habrán robado mi casa?

Entro casi como una estampida mientras Night y Corina se quedan en la puerta: él descansando y ella mirando mi jardín. Me dirijo al salón y veo un minúsculo sillón de terciopelo rojo frente a la chimenea. De delante del sillón un hilito de humo sale de una pipa de madera. Alguien pequeño y sobresaltado pega un salto del sillón y se dirige a mí. Se trata de un pequeño hurón gris de aspecto anciano y poco amigable.

-Señorita -me dice con una voz aguda aunque malhumorada-, sepa usted que esto es allanamiento de morada. Salga ahora mismo de mi casa.

-Señor, sepa usted que yo soy la propietaria de esta casa y el allanamiento de morada lo está haciendo usted.

-Esta casa lleva sola desde hace más de cuatro meses. Quien se fue a la villa perdió su silla. Ahora márchese o me tendré que ver obligado a morder sus tobillos hasta que se vaya usted solita -me senseña unos pequeños y afilados dientecillos.

Las Crónicas de SanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora