Decidir por dónde voy a seguir se me hace imposible. Siete pasillos parten de la gran sala, uno por cada Fundador. Miro la estatua de Titus con furia y me dejo caer al suelo. Lo golpeo con furia y frustración.
-¿Cómo puedo saber hacia dónde han ido? -pregunto, quizá de forma retórica.
-Si tuviera alguna pertenencia de Dov... -Chew se rasca la nuca y suspira pesadamente.
Me paro a pensar. ¿Tengo alguna pertenencia de Dov? No, no tengo nada suyo.
-¡Mira, Sana! -la niña se acerca corriendo a mí con algo en la mano.
-¿No ves que estamos buscando a Dov, Corina? Ayúdanos -la regaña.
-¿Qué es eso? -hago caso omiso de él y acaricio el pelo de la pequeña- Es... ¿una escama roja?
-¿Qué? -Chew se acerca casi corriendo y me la quita de las manos, mirándola con incredulidad- Es de Dov, estoy seguro, pero, ¿cómo se ha caído? Sólo un dragón morib...
-Corina, ¿dónde la encontraste? -digo interrumpiéndole. Imagino el resto de la frase, pero simplemente no quiero oírla.
La niña señala uno de los pasillos, el que pertenece a la estatua de Petros, y en un abrir y cerrar de ojos, atravesamos el pasillo. Con la única luz que tenemos, tratamos de iluminar la estancia, pero hay una pequeña brisa de aire frío que amenaza con apagar nuestro fuego.
Las llamas se hacen cada vez más y más pequeñas hasta que finalmente desaparecen en chispas verdes. Eso me hace pensar que algún hechizo custodia este lugar. Inmediatamente después, se me caen un par de puñales de los bolsillos.
-¿De dónde ha salido esto? -digo, sorprendida.
-Hombre, no te ibas a ir desarmada. La ropa que te han dejado llevaba armas ocultas -contesta Chew.
-Pero si no sé que llevo armas, ¿cómo las uso? -digo en tono algo despectivo.
-Se iluminan cuando corres peligr... -se queda mirando fijamente los puñales, que no pueden pasar la barrera mágica. Yo los miro también. Brillan en color verde- Perfecto.
Dejo escapar un suspiro pesado y de nuevo les digo que se queden atrás. Si alguien tiene que salir herido de aquí, prefiero ser yo.
Avanzo por el pasillo hasta llegar al final de éste. Otra sala se abre ante mí con otros siete pasillos. Hay algunas grietas en el techo que me permiten ver a duras penas lo que hay a mi alrededor. "No puede ser verdad", digo para mí, y me dispongo a buscar alguna otra escama o alguna pista que me diga dónde está Dov, como si este fuera aquel cuento de los niños que se perdieron al bosque, pero nada me ayuda.
No me voy a rendir tan fácilmente, así que hago una marca junto al primer pasillo con una piedra y me adentro en éste.
Si no es el que estoy buscando, daré la vuelta, haré una marca en otro y repetiré hasta que dé con el pasillo adecuado.Corro, casi vuelo, y llego a otra sala. ¿Otra sala? No.
No, no, no.
¿La sala de los Siete Fundadores otra vez? No puede ser. ¿Esto es un laberinto? Vuelvo a pasar por debajo de Petrus y me encuentro la antorcha apagada, las dagas, a Corina y a Chew, los cuales se asustan al verme tras ellos de improviso.
-Es una trampa. Estamos perdidos. No tenemos todo el tiempo del mundo para comprobar cada uno de los malditos pasillos -me llevo las manos a la cabeza y contengo mi rabia como puedo.
-Déjanos ir contigo -dice Corina dulcemente. Trato de reprochar, pero me resigno y acepto.
Vuelvo a atravesar el mismo pasillo y llego a la misma sala. Los mismos siete pasillos.
-¿Y ahora qué? -miro a mi alrededor por si antes se me hubiera pasado algo.
-Dame la mano -toma la pata de Chew y luego me ofrece su pequeña mano.
La tomo con la firmeza de alguien que confía con su corazón y ella sonríe. Cierra los ojos y alza su mirada al cielo. La imito, más por miedo de qué va a pasar que por otra cosa. Susurra algo ininteligible y noto cómo mis pies se despegan del suelo. Suelto un pequeño grito inevitable y abro los ojos de nuevo.
Efectivamente, empezamos a ascender hacia el techo. Miro hacia arriba y veo cómo las grietas se hacen mayores según nos acercamos. Trozos de techo empiezan a caer a nuestro alrededor. Tengo miedo, puro terror. Una luz cegadora se cuela entre las grietas y los agujeros, todo se cae, todo desaparece bajo mis pies.Ya no veo el suelo, no veo el techo, no hay nada a mis lados salvo Corina y Chew. La nada fría, vacía, luminosa y limpia nos rodea. Una paz fugaz me recorre de la cabeza a los pies, cierro los ojos; y para cuando vuelvo a abrirlos, mis pies vuelven a tocar el suelo.
Corina me suelta la mano y vuelvo a notar el mismo frío desgarrador de antes, solo que mucho más intenso. Mi cuerpo se resiste a moverse, como si hubiera estado en coma durante algunos años.
-Hemos llegado -dice la pequeña, satisfecha y se adelanta a nosotros.
Miro a mi alrededor y tan sólo veo bosque. Bosque, bosque y más bosque. Pero esto no es Ibrenis.
Persigo a la pequeña, olvidándome de Chew por un instante. Me sigue, lo oigo. Un sentimiento de libertad se apodera de mí.
-Corina, ¿dónde estamos? -ella sigue corriendo. Me duelen las rodillas.
-No lo sé -dice alegremente. Se la ve tan feliz como cuando nos conocimos.
Se aleja más y más, pero yo sigo corriendo tras de ella. No sé dónde va, creo que ni ella lo sabe, pero este sentimiendo de felicidad añorada se apodera de mí como si hubieramos vuelto a aquellos días en el arrollo. Como si de nuevo fueramos ella y yo contra el mundo. Como si todo lo demás hubiera sido una pesadilla, sólo eso: una pesadilla que quedaría olvidada al día siguiente.
Echaba de menos este sentimiento...