A la mañana siguiente me despierto de nuevo entumecida. Dormir fuera de mi hogar no me está sentando nada bien. Corina sigue dormida exactamente donde la dejé anoche. Su temperatura ha bajado, pero me ha dejado baboso y caliente todo el costado derecho. Parece feliz así que no me muevo para que no se despierte.
Estiro los brazos y el cuello. Sin poder evitarlo bostezo. Desde donde estamos no se puede ver el cielo. Hace algo de frío, así que imagino que debe ser pronto.
Corina se despereza en silencio. Por la sonrisa que esboza al verme, puedo asegurar dos cosas: ha despertado bien y ya no me tiene miedo. Aunque creo que la segunda quedó muy clara no hace tanto.
Se despierta de aparente buen humor, pero aun así no quiero arriesgarme a que ocurra lo mismo que ayer y decido ir a buscar alguna hierba curativa. Se dice que los centauros son sabios, pero mis conocimientos en herbología son limitados. Sé hacer un torniquete para cualquiera de mis patas, puedo curar cualquier herida que no sea muy profunda y hacer sanar la más rabiosa picadura; sin embargo no conozco los efectos de la Ulmaria o la Fagus Sylvatica en seres humanos. Sé que a un centauro de mediana edad se le hace una infusión de Ulmaria con 3 o 4 cucharaditas de flores dos veces al día.
Por lo pronto, antes de decidir la dosis, debería encontrar la planta. Sé que a unos kilómetros al Este hay plantas de Ulmaria, pero ese no es mi territorio. Ulric tenía una especie de acuerdo con los centauros del Este y a él lo dejaban recoger las hierbas curativas de sus tierras, pero no sé si a mi me dejarán pasar. ¿Y si les digo que voy buscando a Ulric? Cabe la posibilidad de que esté con ellos.
Corina me tira un poco del brazo y salgo de mis pensamientos.
-Tengo hambre –me dice un poco llorosa.
-Busquemos algo de comer.
Aprovecharé el viaje hacia el Este para recoger algo de comer. Antes de irme inspecciono los demás objetos del campamento y me llevo algunas cosas que podrían sernos de utilidad: una navaja, una lámpara de aceite y las pieles. Ya no hace tanto frío, pero aun así envuelvo a Corina en la manta y la subo a mi lomo. Se agarra de mí y emprendo la marcha.
Llevamos un rato andando. El bosque se ha vuelto más espeso y los árboles más frondosos. Ya no puedo ver el cielo y me he visto obligada a encender la lámpara de aceite que me llevé del campamento. Empiezo a oír sonidos que no conozco y no me gusta nada caminar a oscuras. A Corina tampoco parece gustarle el paseo porque está fuertemente agarrada de mi cintura.
-Tengo miedo, Sana. Quiero volver al río.
-No, tenemos que seguir adelante.
-¿Por qué? –lloriquea.
Es cierto que aún no le he dicho por qué vamos bosque adentro. ¿Debería decírselo? Sí, creo que debe saberlo.
-Estamos buscando comid… -su estómago se lo recuerda por mí antes de que termine la frase.
Camino un poco más. El brazo en el que llevo la lámpara se me cansa y ella lo nota, así que me pide llevarlo ella. Lo sujeta firmemente y continuamos por el camino que lentamente se vuelve sendero y acaba por desaparecer. Los árboles adoptan formas que no había visto nunca. Parece una zona salvaje y algunas ramas nos arañan la piel.
No me gusta este lugar. Tengo la estúpida sensación de que alguien nos sigue. Oigo risitas de duendes y no quiero tener que vermelas con un grupo grande de ellos.
Oigo otras cosas que no son duendes. Más parecen pisadas de cuatro patas. Corina también las oye y se sujeta más fuerte de mí.
-No tengas miedo, estoy contigo.
Nos salen al paso un par de centauros bastante grandes, uno de ellos más alto que el otro. Me miran de arriba abajo con cara de asco. Supongo que no les gustará que lleve a una humana en mi lomo. Nos cortan en paso con expresión seria.
-¿Quiénes son y de dónde vienen? –dicen a coro.
-Soy Sana Ward, protectora de la parte Oeste del bosque de Ibrenis y traigo conmigo a una cría humana que ha sido extraviada en mis dominios.
-¿Qué buscan en el Este? –bufó el más bajo.
-La cría está enferma y preciso de Ulmaria para contrarrestar el efecto de la fiebre que la atormenta cada noche.
Sin decir nada, se dan la vuelta y se dirigen hacia la espesura. Quiero imaginar que me guían hacia su manada, así que los sigo. Corina me habla entre susurros.
-¿Quiénes son? ¿Dónde nos llevan…?
-Son como yo, no nos harán daño. Nos llevan a un sitio seguro.
Ella guarda silencio el resto del trayecto. No tardamos mucho en llegar a un claro. Se ven chozas bastante bien hechas con techos sólidos. Varios potrillos juegan con un veloz sátiro a un lado. Nos guían a una gran choza en el centro del poblado. Está decorada con pinturas verdes y azules, seguramente hechas a base de zumo de bayas. Corina mira a todos lados con curiosidad. Nunca habrá visto tantos centauros y sátiros juntos.
Entramos en la estancia. Al principio me cuesta ver porque tan sólo unas velas iluminan el lugar. Uno de los guardianes que nos trajeron coge a Corina y se la lleva afuera.
-¡No! ¿Dónde se la lleva? ¡Devuélvame a mi pequeña!
-No te preocupes -un anciano me habla desde el fondo de la estancia. Mis ojos aún no se han acostumbrado a la luz, así que no veo más que su silueta. Continúa hablando:- he mandado preparar una infusión para cuando le suba la fiebre. La tarde está al caer y no tardará en entrar en el estado febril. Acomódate y hablemos.
-He venido para pedirle permiso para recoger Ulmaria, -me siento frente a la silueta, sin lograr distinguir aún sus facciones- pero veo que ya no es necesario.
-Tengo la sensación de que algo más te mueve a entrar en los territorios del Este.
-Es mi compañero, el custoriador del río en la parte baja: Ulric Shaw. Ha desaparecido y yo sola no puedo mantener a raya a los cazadores. Si Ulric no vuelve, llegarán a sus dominios, señor, y los destruirán como hicieron con el Norte en la Guerra de Minaya.
El anciano baja la mirada, piensa unos minutos en silencio y me pide que pase la noche en el poblado.
Sabe dónde está Ulric: lo vi en sus ojos.