Del campamento enemigo.

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Jkolh se levanta y se dirige a Briza. Como si le hubiera leído la mente, lo agarro de las alas.

-¡No! ¡No lo hagas! Vas a matarla.

-Sólo perderá savia.

-¡Para! ¡Déjala! Huiremos, no nos encontrarán. Podemos... podemos coger la tierra donde está, "transplantarla".

-No sobrevivirá de ese modo.

-Yo la cuidaré -Corina se pone en medio y Jkolh se detiene en seco-. Usaré mi magia. Y Vadaro, ella también me ayudará. Y Dyron. Le pedirá al Sol su bendición.

-¿Qué propones entonces? Si no huimos...

-Puedes levantar una barrera mágica -dice Dyron.

-Los dragones ven el calor corporal y no resistiría un ataque de un par de ellos desarmados.

-Haz una hoguera para confundirlos. O puedes cambiar de aspecto. Vadaro, Corina y yo entramos en el campamento enemigo, escondes a la ninfa y todo solucionado.

-Tiene cierto sentido -toma aquella forma de aspecto arbóreo de nuevo-. Está bien, marchaos ya de aquí.

Se agacha junto a Briza, unos metros más allá de nosotros. Sus raíces se entrelazan y se dispersan lentamente por el suelo que los rodea. La piel del cambiaforma se vuelve cada vez más oscura y crece en forma de sauce llorón. Poco a poco, el árbol recubre ambos cuerpos. Dyron tira de mí para que nos vayamos. Para cuando vuelvo a mirar hacia donde estaban Briza y Jkolh, en su lugar hay un hermoso sauce de largas y sinuosas ramas.

-Hasta luego, si los Dioses disponen... -suspiro y me marcho con Dyron y la pequeña.

*   *   *

No me hace especial ilusión mezclarme entre lagartos alados de cuatro toneladas. Los dragones son cazadores por naturaleza, cualquiera con dos dedos de luces lo sabe... Y pretenden que me meta en ese nido de fuego. Me temo que no soy de tendencias suicidas. De todos modos ya da igual. Desde donde estamos ya se ve el Gran Árbol.

-Dyron... ¿cómo piensas entrar?

-Por la fuerza no, desde luego. Podríamos escondernos.

-Es como esconderse de un gorro rojo. Puede que no te vea, pero de algún modo sabe que estás ahí.

-¿Y entonces? –me mira.

-Cuentan que Marcus el elfo fue valientemente a rescatar a la Dama Blanca cuando se hallaba presa en manos de los orcos durante la Guerra de Minaya. Para ello se dejó capturar y luego se fugaron del Reino con ayuda de un traidor.

-¿Cómo lo sabes? –pregunta Corina.

-H-historias populares –bajo la mirada, un poco avergonzada…

-¿Pretendeis pues, que nos dejemos capturar? Ellos no tendrán piedad, ¿o no recordais lo que ocurrió hace dos lunas…?

-Cierto…

-Es quizá el momento en que debais usar vuestros poderes, mi señora.

Yo frunzo el ceño. ¿Poderes? Recuerdo que Briza dijo algo sobre que todos los seres sobre la faz de la tierra poseen la magia en su interior, sin embargo no todos saben cam¡nalizarla por sí mismos fuera de su cuerpo. Incluso fui capaz de hacer levitar aquella pluma de fénix. Pero seamos sinceros, ¿de qué me servirá hacer volar una pluma contra un ejército de dragones?

-Veréis –dice Dyron, que parece haber leído las dudas en mis ojos-. Firael, la Espada de Fuego, sirve fielmente a aquel o aquella que cree merecedor de ello. Carrie no pudo haber usado la espada de no ser porque tomó mi cuerpo. Quizá obedezca ante vos.

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