De cómo Corina se convierte en algo más que un estorbo.

202 12 2
                                    

Llegamos al arroyo después de una media hora. Tengo el lomo algo tenso porque la cría humana no deja de moverse. Una vez se ha acostumbrado a la altura y al movimiento, parece que le da igual estar a dos metros del suelo.

Juega a desenrredar mi pelo a tirones y quizás a ella le resulte muy gracioso, pero a mí no me hace ni pizca de gracia. Para entretenerla mientras trato de sacarle las manchas de la cara intento hablar con ella.

-¿Cómo te llamas?

Parece demasiado ocupada con mi pelo pero finalmente responde: Corina.

A mí el nombre me suena a cortina y trato de aguantarme la risa. Luego añade: ¿y tú?

Le digo mi nombre: Sana. Esboza una sonrisa que me resulta agradable y me facilita quitar las machas. En lo que al aspecto se refiere, en cierto modo, de cintura para arriba somos muy parecidas. Ya casi he quitado el zumo morado de la cara de la pequeña. Cuando por fin termino, la dejo correr por ahí. Unas cuantas bayas le han dado la vida. Chapotea en el arroyo sin pensar en los tritones de río. Creo que, salvo a mí, no conoce nada del bosque. No parece asustada: más bien parece disfrutar del agua fría.

Agua fría…

¡Ay, mierda! ¡Que se resfría y yo no sé cómo quitarle la fiebre a un humano! Salgo a correr tan rápido como puedo y la saco del agua. No tengo nada para secarla… ¿qué hago? ¡Cómo he podido ser tan tonta! Me limito a abrazarla. Espero que con mi calor corporal y un poco de suerte, no se resfríe.

Estornuda.

No, no, no… no te resfríes Corina, por lo que más quieras.

Estornuda una segunda vez y me abraza. Tiembla. Me da que esta noche no voy a dormir.

La subo a mi lomo y se me pega buscando el calor de mi cuerpo. Echo a andar en busca de un lugar donde pueda hacerla entrar en calor. Va a entrar el invierno y no es plan que se resfríe.

Noto un cierto olor a quemado que no me gusta nada. Me huele a humano. ¿Estarán quemando el bosque o será una simple hoguera? Sigo acercándome torpemente hacia el lugar de donde me llega el olor. Corina estornuda flojito y le pido en un susurro que guarde todo el silencio posible. Ella, obediente, se tapa la boca. Sigo acercándome y me escondo entre la maleza.

Efectivamente, un grupo de humanos adultos está haciendo un fuego. Miro al cielo. Ya es pasado el medio día, muy pasado. Pronto entrará la noche y no tenemos dónde dormir. Podría entrar en el campamento y hacerlos huir, pero teniendo a una niña enferma en mi lomo no puedo permitirme el lujo de enfrentarme en un duelo cuerpo a cuerpo con los bípedos. ¿Y si sólo los asusto con algún ruido raro? Algo como un orco o un troll grande. Sonaría muy ridículo pero podría funcionar. Le cuento mi plan a Corina. Asiente dándome a entender que lo acepta y me dispongo a gruñir tratando de simular algún bicho grandote y bestia. Practico un poco en voz baja, pero no me sale bien. Encima a Corina le hace gracia y empieza a reírse por lo bajo aún con la boca tapada.

Suspiro y bajo a Corina de mi lomo.

-Quédate aquí y pase lo que pase, no dejes que te vean, ¿me oyes?

Ella sólo asiente y se agacha en el suelo. Yo salgo de los arbustos y los hombres me ven. Me doy cuenta de que no tienen ninguna clase de arma, ni tan siquiera un palo con el que arañarme, así que pongo la voz más imponente que mis cuerdas vocales me permiten y digo en voz bastante alta:

-Estáis en mis dominios sin permiso alguno. Idos de aquí o tendré que echaros a coces.

Al ser una hembra, no es que imponga mucho, pero mi tamaño –muy superior al suyo- los asusta y echan a correr con lo puesto. Observo los enseres que han dejado. No es gran cosa pero entre ellos se encuentra una manta de pieles. Aunque no me agrade el material del que está hecha –aunque sea artificial-, bastará para que Corina pase bien la noche. Me acuerdo entonces de que la he dejado sola entre los arbustos.

Sé que es una niña muy buena, así que vuelvo a donde la dejé. Aparto algunos matorrales… pero no está. No la veo y empiezo a llamarla. Primero Ulric y ahora Corina. Esto sólo me podía pasar a mí. Vuelvo a gritar su nombre y se me viene lo peor a la cabeza. El bosque para una niña tan pequeña es un sitio muy peligroso pero ella no puede apreciarlo, ¡claro que no!

Miro en los alrededores pero sigo sin verla. Estoy apunto de rendirme cuando repentinamente oigo un jadeo que viene de las raíces de uno de los árboles. Parece su voz: tenue, agotada. Me temo lo peor y me guío tan rápido como puedo hasta donde está ella, apenas unos metros más allá de donde la dejé.

Está tendida en el suelo. Parece débil y ha palidecido notablemente. La cojo del suelo y la sacudo un poco mientras me llevo su frente a los labios. Está ardiendo y eso no es buena señal. Se retuerce levemente y veo como una lágrima rueda por su mejilla hasta caer a la alfombra de hojas que nos rodea. La llevo al campamento que los hombres han dejado.

-¿Tienes frío? –le digo en un tono lo más dulce posible.

-Sí… quiero a mi mamá.

En ese momento caigo en la cuenta de que la encontré en el bosque pero de algún lado habrá salido. Imagino que tendrá una manada o algo del estilo. No puedo llevarla conmigo pero tampoco puedo salir del bosque por si Ulric vuelve.

Ahora sí que no sé qué hacer.

Me tumbo en el suelo y hago que se acurruque en mi tripa. Luego la tapo con la manta y la acaricio hasta que se duerme. Cuando al fin parece estar algo mejor, acabo por dormirme yo también.

Las Crónicas de SanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora