De un reencuentro poco convencional.

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El pueblo ya no queda muy lejos y lo que al principio era un par de ganaderos asustados, se convierte en una multitud susurrante que nos señala a nuestro paso. El líder de la partida ignora los comentarios de los aldeanos y nos dirige a con la cabeza bien alta entre las callejuelas del pueblo.

Vamos a dar a una gran plaza en la que una multitud de humanos vociferan palabras que no entiendo. Imagino que se trata de alguna jerga de marineros porque oigo un “¡Atízale por babor!”. Como somos más altos que los demás, podemos ver desde atrás lo que ocurre. Yo, que soy una de los últimos en llegar, me asomo por un lado para ver qué sucede.

En el centro de la plaza hay un centauro atado a un poste. Abro mucho los ojos, estupefacta, porque en cuanto lo oigo hablar ya sé de quién se trata.

Tal como preví en mi sueño, es Ulric el que está atado. Grito su nombre, pero no soy la única. Hay un barullo tal que, si se diera un cañonazo, nadie se enteraría. Ni siquiera se han dado cuenta de nuestra presencia.

Me abro paso entre la gente y llego al centro de la plaza a duras penas. Justo cuando mi primera pata toca el empedrado de la glorieta, veo a aquel hombre con la navaja y echo a correr hacia allí. Lo cojo por las alturas y tiro su arma al suelo. La piso y la rompo para asegurarme de que nadie la vuelva a coger. Mi corazón late muy fuerte y mi respiración es entrecortada. Miro al tipo, que me suplica que lo suelte. Miro a Ulric. Él me mira seriamente. ¿Qué le pasa? ¿Por qué no parece alegrarse de que hayamos venido a rescatarlo?

Miro al líder de la partida. Él también me mira con cara seria, mezcla entre enfado y decepción. No entiendo lo que pasa. ¿Qué he hecho mal? Decido soltar al tipo, que aún cuelga en el aire. Le bufo y prácticamente lo lanzo al suelo. Sale huyendo como lo que es: una rata asustada.

La gente murmura alrededor. Parecen horrorizados. Uno de mis compañeros toma cartas en el asunto y entra en la plaza. Se adelanta a mí y habla con tranquilidad y un tono grave.

-Somos centauros de Ibrenis, defensores de la paz –me lanza una mirada que me incomoda- y guardianes de los cuatro Puntos Cardinales de dicho bosque. Venimos buscando a Ulric, el Grande.

Veo cómo Ulric se desata por sí solo y da un par de zancadas adelante.

-Yo soy Ulric, el Grande. ¿Qué venís a buscar a tierras del Sur, fuera del bosque?

-Lo mismo que tú viniste a buscar.

En lo que va de conversación, ni me ha mirado. Hace caso omiso de mi presencia y aprieto los puños con rabia. ¿Qué le pasa? ¿Acaso ya no me recuerda?

Dejo de escuchar lo que mi compañero dice, no porque no le preste atención sino porque los hombres empiezan a gritar. Se forma un barullo mucho mayor que el de antes y veo cómo dos de mis congéneres se llevan a “el Grande”. El que ha hablado me toma del hombro y tira de mí. Veo como mis compañeros salen al galope hacia las afueras y los imito, asustada.

Creo que nunca he estado tan asustada en mi vida.

En pocos minutos ya estamos en la linde del bosque. Hemos tardado mucho menos porque es cuesta abajo. Llegamos al poblado al anochecer. Varios aldeanos nos ven llegar y ante la visión de Ulric arrastrado por dos de los suyos, guardan silencio en medio de la estupefacción.

Se lo llevan a la caseta central y yo me quedo sola en medio de ninguna parte. No sé qué hacer ahora.

Decido que lo mejor para calmar los nervios es ir a visitar a Corina a la enfermería, que lleva todo el día sin verme. Me acerco por allí y una de las encargadas de cuidar a los enfermos me cuenta que pasó toda la mañana llorando por mí. Sonrío conmovida y la encuentro jugando con una cría de sátiro que tiene una pata vendada. Parecen de la misma edad y se están haciendo una especie de trenzas desastrosas que me hacen sonreír. Me acerco lentamente y en cuanto me ve, Corina se me tira encima. Obviamente, no llega a mis brazos pero se agarra de mi pata izquierda y no me suelta hasta que la he cogido en brazos. Me acaricia la cara y sonríe.

-¿Estás cansada?

-No, es sólo que he venido corriendo a verte –sonrío y ella sonríe también, ilusionada.

-¿Encontraste a tu amigo?

-Pues…

Justo en ese momento entra en la sala el anciano que habló conmigo esta mañana.

-Ulric quiere hablar a solas contigo. Ve a la cabaña del centro y reúnete con él.

Salgo de la cabaña y camino sin prisa, al fin y al cabo él me ha hecho esperar cuatro meses. Me detengo ante la puerta. Tomo aire… lo dejo salir… y entro.

Allí está, mirando al suelo como si nada hubiera pasado. Me detengo a un par de metros de él. Levanta la mirada pero se mantiene en silencio.

-Tienes la desfachatez de llamarme para hablar conmigo y ni siquiera me has mirado a la cara aún.

-Yo… -da un paso con aparente intención de tocarme.

-Te has convertido en uno de ellos –le empujo con todas mis fuerzas, presa del desengaño y la frustración. Apenas da medio paso atrás-. Te has vuelto un egoísta y estúpido como cualquier otro humano…

-Partí con no más equipaje que el conocimiento y el afán de difundirlo.

-¿Acaso crees que no me importa? ¿Acaso crees que estos cuatro meses que has estado fuera no han pasado para mí? ¿Que no te he buscado? Ciento veinte noches dando vueltas, preocupada por ti; ciento veinte días gritando tu nombre… ¿y esta es tu excusa? ¿”Difundir el saber”? Al menos antes de irte, me dices que te vas a sabe quién dónde, que no te importan ni el río, ni la seguridad de Ibrenis ni yo –pongo demasiado énfasis en ese ‘yo’ y delato sentimientos que no quería mostrar.

-No es eso, ni mucho menos. Fui con la intención de asegurar la paz para el bosque.

-Pues tu tan deseada paz se ha convertido en un conflicto armado en el Norte de Ibrenis, ¿lo sabías? Pero no, tú y tu saber estábais demasiado ocupados jugando a desataros de un poste. Te odio –me doy la vuelta y estallo en llanto lo más silenciosamente que puedo. Esas palabras me han salido del corazón.

Las Crónicas de SanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora