Despierto en un lugar frío y húmedo. No puedo ver nada porque tengo los ojos vendados. Intento quitar la venda que los tapa, pero tengo las manos y las patas atadas. ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? Todo está en silencio, aunque si agudizo el oído, puedo oír goteras. El sonido de las gotas al caer, retumba un poco en mís oídos.
Me centro en el hipnótico plic… plic… de las goteras. Supongo que si estoy aquí es por algo y que no tardaré en saberlo. Sin embargo me preocupa Corina. Lo último que sé de ella es que se la llevaron por la fuerza. Pienso en sus lágrimas, en sus gritos agudos y la garganta se me hace un nudo.
-Maldita sea, ¿no hay nadie aquí? ¿Dónde estoy? –grito.
El eco de la estancia me responde con mis propias palabras. De repente me siento muy sola.
Oigo el leve sonido de unos pasos acercarse. Son pasos pesados y algo rápidos. Al menos para mí, todo está a oscuras, así que tampoco puedo intentar averiguar quién es. Los pasos toman más volumen y noto que se acercan más y más a mí. Ya se oye prácticamente al lado de donde estoy. Da igual lo que sea, tampoco puedo huir, así que trato de calmarme, rezando por que sea lo que sea, pase de largo.
Pero mis rezos son inútiles y, en cuanto se encuentra a unos metros de mí, los pasos cesan. Oigo cómo la criatura abre una especie de verja o puerta de metal a la fuerza y arrastra el metal por el suelo, provocando un chirrido insoportable. Se acerca a mí y noto un calor abrasador en los pies. Las cadenas que me atan están ardiendo y me queman la piel. Suelto un alarido de dolor y noto como las cadenas caen al suelo. ¿Qué pasa ahora?
Mi pregunta se ve respondida en breve. Unas garras rasgan las vendas que me ciegan y abro los ojos lentamente por miedo a descubrir qué las ha rasgado.
Ante mí veo a un enorme lagarto alado de más de tres metros –poco más alto que yo- que me mira seriamente: un dragón. Sus ojos dorados me imponen. Termina de liberarme de todas mis ataduras y sin presentarse siquiera, me levanta con increíble fuerza y me dice en tono grave:
-Andando, tenemos mucho viaje de por medio.
-¿Cómo? –pregunto confusa.
-¡No hay tiempo para explicaciones! Sólo sígueme y cuando lleguemos te lo cuento todo.
-Al menos, dime tu nombre…
-He dicho que andando.
Echa a andar sobre sus cuatro patas con bastante rapidez. Me cuesta seguirle el ritmo porque tengo las traseras un poco resentidas por la quemadura.
Caminamos durante largo tiempo por estrechos pasillos de piedra, tan oscuros que para poder guiarme, tengo que palpar la pared. Esto, sumado a la velocidad que lleva el dragón, hace que me cueste la vida caminar con relativa velocidad. Me tropiezo con frecuencia y las quemaduras me duelen.
-¿Dónde estamos?
-En las Minas de Dárcas –se digna a contestarme algo al fin.
No quiero abusar de su paciencia, así que me guardo el resto de preguntas para después. Giramos varias veces, pero la mayoría del trayecto es recto y cuesta arriba. Yo diría que subimos a la superficie lentamente.
Llevamos un par de horas andando y, no sé él, pero yo estoy exhausta. Me duele cada una de mis cuatro patas y tengo las manos raspadas de tanto palpar la pared.
-Ya casi hemos llegado.
En unos minutos, se detiene delante de mí y abre una gran puerta de madera. La luz inunda entonces la estancia. Ahora puedo ver todo a mi alrededor. ¡Oh, luz, dulce luz! Te he echado de menos.
Atraviesa la puerta y sin perder un segundo, sigue avanzando. Cierro tras de mí y lo sigo. Miro a mi alrededor y me percato de que esta se parece mucho a la zona Norte de Ibrenis.
-¿Dónde estamos?
-¿Otra vez con “dónde estamos”? En Ibrenis, ¿no lo ves?
-Ya, pero no conozco bien la zona Norte. Dicen que aquí habitan dragones y quimeras.
-De los segundo no estoy tan seguro, pero ante ti tienes la prueba feaciente de que los dragones habitamos estas tierras.
-¿Cómo hemos llegado tan pronto a la otra punta del bosque?
-Las Minas de Dárcas conectan con la parte Norte de Ibrenis, pasando por debajo de casi todo el territorio que abarca el bosque. Estas Minas se ramifican en estrechos pasillos por lo que ni tú ni yo entraríamos, pasadizos de gnomo, que antiguamente se usaban para sacar el carbón del subsuelo.
-Pero aún no entiendo de qué va todo esto. ¿Por qué me raptas? ¿Qué ha sido de Corina?
-No te he raptado, te he liberado, que es muy distinto, y deberías estarme agradecida. Además, no sé quién es esa tal Corina.
-Sí, sí, lo que tú digas, pero ¿para qué quiere un dragón como tú “rescatar” a una centauro como yo?
-Fines políticos.
Esta última respuesta me deja atónita y me limito a seguirle allá donde quiera que vaya. El bosque que nos rodea no es ni por asomo tan frondoso como en la frontera Este-Oeste. Los árboles crecen esporádicamente aquí y allá. Apenas hay hojas en el suelo a pesar de que los árboles están pelados. Me fijo en que la corteza de los árboles está en su mayoría tostada o como mínimo arañada. Más parece un campo de combate que un bosque. El terreno es empinado, por lo que, si antes me costaba seguirle el ritmo, ya ni me paro a pensarlo.
-¿Se puede saber a dónde diablos me llevas?
No me contesta. Creo que está pensando si contármelo o no. Finalmente se digna a darme algo de información.
-Me llamo Dov y pertenezco a la OPBI, u Organización por la Protección del Bosque de Ibrenis.
-¿Cómo es que no sé de la existencia de dicha organización si yo misma me he dedicado a proteger el bosque durante años?
-Porque la OPBI se sale de lo que tú llamas “proteger”. Para ti, es proteger al bosque y a sus habitantes de los humanos. Para nosotros se trata de un paso más allá.
-Muy bien, pero sigo sin entender qué pinto yo en todo esto -me doy cuenta de que en apenas unos minutos, el paisaje ha cambiado completamente. Miro atrás pero ya no veo los árboles raspados y achicharrados.
-Acabamos de atravesar la barrera mágica que separa nuestro territorio del resto de Ibrenis. Tú, Sana Ward, hija de Gernest y Nina, has sido elegida para formar parte del ejército de tierra de Ibrenis.
-¡¿Ejército de qué?!
-Naturalmente –prosigue sin escucharme-, no usamos armas ni nada parecido, pero si se produce algún conflicto con los humanos, estamos preparados.
-Hablas como ellos –le reprocho.
-Hablo como un dragón.
-No comprendo tu afán por defenderte de una amenaza que no existe. Ulric… -me detengo. Ellos no conocen la existencia del Tratado.
-¿Quién es ese? Bah, da igual, de todos modos ya hemos llegado.
Ante nosotros un enorme castillo de estilo gótico y gruesas murallas se alza hasta el cielo. Sus torreones redondos, sus banderines verdes, sus enredaderas y el aura mágica que desprende me resultan acogedores. Dov toca a la puerta un par de veces y ésta se abre casi al instante, como si nos esperaran.
-Sea como sea, tu entrenamiento empieza mañana.