Estamos en la calle, pasando frío mientras ese hurón del demonio se calienta las patitas en mi chimenea. Espero que se atragante con esa ridícula pipa de madera.
Night está pensando en cómo sacar al hurón de mi casa, pues no deberíamos pasar la noche fuera. Está muy nublado y creo que esta noche nevará. No quiero que Corina se resfríe otra vez, entre otras cosas porque en esta ocasión no puedo pedir ayuda a los centauros del Este.
-Podríamos prenderle fuego a la casa y entonces saldría corriendo -dice Night.
-Eso es estúpido. Si quemamos la casa no sólo se irá él, sino que nosotros no tendremos donde pasar la noche. Eso y nada, es igual.
-Propón tú algo entonces.
Por suerte para mí, el hurón gris no llega al candado de la puerta y siempre queda abierta. Entro de nuevo y me dirijo al salón. Quizá pueda razonar con él. Miro tras del pequeño sillón, pero no veo a nadie. Me parece un poco idiota tener que discutir con una alimaña por mi propia casa. Me dirijo a la cocina, al baño, pero no lo encuentro... Mejor. Llamo a Night y a Corina. Ellos entran y les doy trampas para ratones que guardo en la despensa.
Las colocamos por toda la casa y en menos de veinte minutos se oye un "¡Ay!" que viene de la cocina. Nos dirigimos hacia allí y el hurón se encuentra en una de ellas, maldiciendo a todo ser vivo que pise la Tierra.
-¡Pero ustedes qué se creen! ¡Entran a mi casa, me ponen trampas en mi propia cocina! ¡No hay vergüenza! -grita con su vocecilla aguda, enfureido con la pata pillada en la trampa- Va uno tan tranquilo por su cocina y zas, me veo atrapado en una sucia trampucha de ratones... ¡ratones! ¿Parezco yo acaso un roedor de alcantarilla? No señor, ¡no señor!
-Cálmese, cálmese -digo aguantando la risa por lo cómico de la situación- si se digna usted a hacer un trato con nosotros, lo dejaremos suelto.
Tras arduas negociaciones, la rata gris nos saca seis reales, recoge sus cuatro cosas y se larga en una especie de iguana que tenía viviendo bajo el sofá. Arrugo la nariz al pensar en lo que debe haber ahí debajo, pues el olor que me llega no es precisamente agradable. Ya lo limpiaré...
Mientras pienso en qué hacer de comer para la cena, Night se acomoda en el sillón en que solía leer y Corina salta en sus rodillas. Ahora que lo pienso, sólo tengo una habitación. Siempre puedo dormir en el sofá con Corina y que Night se apañe con mi cama. La verdad, si no eres un centauro, mis muebles te parecen extraños. Mi sofá está rozando el suelo e imagino que con mi cama ocurrirá igual. Bueno, por una noche no importará dormir en el suelo. Al menos, si nieva, no pasaremos frío.
Voy a cocinar algo gordo, algo grande. ¡El estómago me ruge como un león hambriento! Corina me mira sonriente y me sigue hasta la cocina.
-¡Quiero cocinar con Sana!
Hagámos algo rico -me digo-. Hemos vuelto a casa y seguro que ese hurón rarito se ha dejado algo para comer. Me asomo a los estantes uno por uno, pero la comida que dejé ha desaparecido. Mis botes de conserva, mis peces en salazón para pasar el invierno, mi agua yodada... No queda nada... Corina me mira con la boca torcida hacia un lado con una mueca de tristeza.
-No desesperes. Puede que... -me agacho y miro bajo el fregadero. Por sorprendente que parezca, los centauros también usamos cubiertos, platos y fregadero- no esté a nuestra altura, sino a la suya.
Efectivamente, bajo el fregadero encuentro todos mis botes amontonados e incluso algo de verdura fresca. Con esto podría preparar una buena sopa y si Night se anima a cazar alguna perdiz, incluso podría hacer un guiso con patatas y garbanzos. Corina me lee la mente y corre al salón para decirle a Night que salga a por carne fresca.
Es un poco antihigiénico comer carne salida de la boca de un hombre-lobo, así que pongo a hervir algo de agua en una olla relativamente grande. Pelo y corto en rodajas un par de zanahorias, añado puerro y pongo a hervir los fideos con el agua. Un poco de aceite para que no se peguen al metal y remuevo con una cuchara de madera -para no quemarse- en dirección antihoraria. Siempre me ha gustado hacerlo así. En cuestión de quince o veinte minutos, la pasta está cocida y Night me ha traído otro conejo. Me acuerdo de lo que me costó despellejar el último y lo obligo a quitarle a piel a él. Los conejos tienen demasiados huesos y muy poca carne en comparación. No sé si a los licantropos les gusta el cocido, pero con la carne que me ha traído, se va a acabar en menos que cante un gallo y me apuesto el cuello a que se dejará la verdura para el final.
En una media hora, la olla emana un olor celestial que hace que la boca se me haga más que agua... un océano de saliva. ¡Me comería la sopa yo sola! Es más, no me haría falta ni cuchara. Se ve que el olor ha llegado también al salón porque Night y Corina ya están rondando la habitación. No son precisamente silenciosos, pues sus barrigas los delata.
-¡Queremos comeeeeer! -grita Corina desde la mesa del salón.
-Voy, voy -digo sujetando un par de platos en un brazo y los vasos con la mano contraria-. Podríais ayudarme, par de vagos.
Night se levanta y se dirige a la cocina. Como he dejado todo lo que tenía que traer a la mesa, terminamos rápidamente de colocarlo todo. Primero el mantel que hice hace dos primaveras, con sus flores rosas y naranjas. Luego las servilletas y los cubiertos: cucharas de madera de pino talladas por Ulric. Tienen sus años, pero están como el primer día. Night pone los platos y yo traigo la olla de sopa. Corina pone rápidamente un trapo donde dejar la olla para que no se queme la mesa. Night llena de agua fresca los vasos de vidrio.
Sin prisa pero sin pausa, sirvo dos cucharadas de sopa en dos platos y al tercero, para Corina, sólo sirvo una. Un trozo más o menos grande de zanahoria para cada uno -Night arruga la nariz y lo miro severa. Como no se la coma, le voy a liar una buena- y reparto el conejo entre los tres.
Corina mastica un trocito de zanahoria y fideos. Night, como pensé, empieza por la carne y yo soplo al plato. Está muy caliente, pero tiene una pinta fantástica. Hacía mucho que no cocinaba en condiciones.
Cuando terminamos de comer me marcho a mi habitación para coger mantas. La cama no parece muy cómoda ahora que soy "humana". Quizá si duermo convertida en leopardo pueda acomodarme pero los ruidos de la noche no me dejarán dormir. ¿Sueño o comodidad? Bueno, ya se verá. Por lo pronto, deshago la cama para ver cómo están las sabanas. Arrugo la nariz... Pelo. Pelo de hurón por todas partes. Qué asco... Cojo las sábanas y salgo a la puerta para sacudirlas, lo que me lleva media hora larga. Creo que he dejado tanto pelo en el suelo que podría hacer una réplica a tamaño real de otro hurón.
Coloco un par de mantas gordas en el suelo del salón y dispongo las sábanas sobre ellas para hacer una especie de cama. Lo repito en una habitación aparte, la cocina, para darle más intimidad a Night. Él lo agradece y pronto todos nos vamos a la cama.
Los platos están sucios en el fregadero. Ya los limpiaré mañana. Miro por la ventana. Corina ya se ha dormido. Está nevando ahora mismo y es precioso. Ojalá pudiera verlo. Suspiro y la abrazo fuerte. ¿Cómo he llegado a quererla tanto? Suspiro de nuevo y cierro los ojos concentrándome en el vaivén de su pecho hasta que me duermo.