XXV

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La familia Díaz; empresarios reconocidos y de poder. Díaz era un apellido tan sonado como Luzuriaga, tanto dentro como fuera del pueblo. Constaban de solo tres personas: John Díaz, Violet Díaz y su hijo Guillermo Díaz. Vivían en una casa no muy alejada de la ciudad, lo suficiente. Era una casa enorme y de muchos pisos, lujosa y rústica con muchos detalles de madera. Una casa espectacular, muy hogareña y cálida debido a las luces tenues y la madera oscura, y excesivamente cara además. A Guillermo por más que le gustase su casa, le parecía una casa demasiado grande para tres personas. Se sentía vacía y sola, y como sus padres casi nunca estaban, más sola se sentía.

Justo ahora sentía esa soledad quemar su pecho, mientras miraba con atención como su tortuga marina exótica nadaba en una gran pecera hecha a medida. Trotuman fue comprada cuando Willy tenía seis años, él había pedido un cachorro o tal vez un gato; una mascota para jugar. Y un fin de semana sus padres le trajeron en una pequeña pecera una tortuga marina traída desde Sidney. No le gustó para nada y dijo que las tortugas eran aburridas y no podía jugar con ellas en el parque, pero la tortuguita le hizo un par de trucos acuáticos y se enamoró. Ha conservado ese amor por Trotuman desde entonces, siendo el único compañero con el que siempre puede hablar. Nunca le dirían a Willy que compraron una tortuga marina porque no ensuciaba los muebles.

—Trotuman, ¿crees que sea buena idea presentarme en ese evento?—La tortuga hizo un giro de 360° en respuesta. Eso para Willy era un si. Aveces sentía que esa tortuga lo entendía mejor que nadie.

—Ya limpié su habitación, Joven Díaz. Llámame si necesita algo más. —Llamó la atención la señora del servicio.

—Antoinette, no tienes porqué ordenar mi habitación. Ya te lo he dicho, puedo hacerlo yo.—Le dijo el peliblanco con una sonrisa. La señora le devolvió la sonrisa y negó.

—No se preocupe, joven Guillermo. Para ello me pagan. Además usted no es muy desordenado.—Insinuó haciendo reír por lo bajo al ojiverde. El timbre sonó, y la señora rápidamente fue a abrir. Cuando volvió lo hizo con alguien a su lado—Joven Guillermo, la señorita Reed está aquí.

Kristina Reed, otra niña mimada según la gente de la cuidad. Sus padres eran amigos de los padres de Willy, por ello hace unos diez meses se conocieron. Al principio no se cayeron muy bien, a los ojos de él ella era un niña caprichosa y malcriada, y a los ojos de ella él era exactamente lo mismo. Eso pensaron del otro hasta que se conocieron mejor. Kristina supo lo de Willy unos meses después de conocerlo cuando se encontraron en una fiesta de universitarios. Hablaron, rieron, se conocieron mejor y él, pasado un poco de tragos ilegalmente, le contó su peor secreto mejor guardado. Ella no lo juzgó, no se fue, no se burló. Ella y Willy empezaron su relación falsa a partir de unos días después de eso, y su relación de amistad se fortaleció. Son mejores amigos y se cuentan todo, aunque en frente de la gente sean una linda pareja feliz. Lo de ser pareja lo sugirió ella, al notar que se padre lo presionaba mucho para llevara chicas a casa.

—Gracias por decirme, Antoinette. Si quieres ve a descansar, estaremos bien. —Dijo con amabilidad. La señora asintió y se fue dejándoles solos en el salón—No dijiste que vendrías.

—Anoche me dijiste que estabas pensativo con algo, más no dijiste por qué.—Comentó acercándose a dónde él estaba—Así que, aquí estoy. ¿Quieres hablar sobre eso?

—Aveces siento que te abrumo mucho con mis problemas. —Sonrió negando con la cabeza. Aquello también hizo reír a la de cabellos cobre.

—Es un placer escucharte, y admito que practico contigo aveces. —Soltó haciendo reír a ambos. Kristina era un año mayor que él, eso la ponía a ella en la universidad. Estaba cursando el primer semestre de psicología.— Dígame, señor. ¿Qué lo trae inquieto?

El Chico Del Skate [Luzuborn] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora