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5:00 AM

Suena el despertador, ya estaba listo para otro día, otro que seguramente comenzaría como la mierda, pero ¿Ya que más daba? Todos empezaban igual; los mismos comentarios, las mismas acciones. Y es que realmente nunca se dio cuenta de que de un tiempo para acá, su vida se había vuelto simple, aburrida, monótona. Siempre las mismas personas, siempre las mismas cosas, siempre todo y siempre nada. Por eso, hace exactamente diez días, se sentía como la persona con más suerte del mundo, pues había conocido a alguien que para él, está totalmente fuera de lo común, siempre con su aura ruda, la voz grave, su extraña manera de vestir y la sinceridad en sus palabras. Por eso aquella mañana no se preocupó por lo que le esperaba seguramente en la mesa.

Se levantó con pereza, y revolvió su castaño cabello que estaba hecho todo un desorden, para luego estirarse y bostezar mientras se encaminaba al baño para así empezar la rutina de cada mañana. Luzu era un chico casi perfecto, mejores notas, estudiante con honores, responsable, carismático, talentoso, disciplinado, simpático, leal, inteligente, amable y un excelente amigo e hijo. Claro, así fué como aprendió a ser a las malas. Sus padres le pusieron mucho carácter desde muy pequeño, tanto al punto de agobiarlo y hacer que ahora tenga constante miedo de hacer algo mal o de enfrentar a sus progenitores, de decepcionarlos.

Sus padres eran Augusto Luzuriaga y Alicia Luzuriaga, ambos dueños del viñedo más grande del pueblo, que distribuía el mejor vino a todos los rincones del país, vino fino y caro. Su familia lleva generaciones siendo los mejores vinicultores de la cuidad, que puesto en líneas generales, eran una familia rica, ridículamente rica. A Luzu no le gustaba el dinero, sentía rechazo por el desde que se convenció de que el dinero te convierte en mala persona como lo es su padre, alguien avaricioso y exigente que lo único que hacía, desde su perspectiva, era forzarlo a ser alguien que no es, obligándole a hacer cosas que no quería hacer.

Una vez salió del baño con solo una toalla cubriéndole, se apresuró a vestirse con su ropa usual; camiseta azul celeste por dentro, sudadera negra por fuera, jeans y tenis. Nada fuera de lo común, ya quería ver qué decía su padre ahora de la vestimenta que llevaba, tal vez hoy no le obligue a llevar un traje como hace unas semanas; Era un jueves común y aún fue tan tonto como para pensar que su padre ya había al menos aceptado que podía vestirse como le saliera de los cojones, pero no. Ese día le dijo "si no sales vestido acorde a tu posición, no saldrás de esta casa, y no se discute" ¿Tenía excusa? No, debía llegar ese día a clases, tenía examen. ¿Pueden adivinar a quién miraron raro todo el día por cargar un fino traje de diseño durante el horario escolar? Si, a él.

Bajó las grandes escaleras de mármol pulido y caminó a paso rápido hasta el comedor, y antes de pasar por el umbral, suspiró y se paró erguido, acomodó su cabello y preparó su expresión sería para finalmente entrar. Pudo divisar en el gran mesón a su padre sentado en la punta de este, con su madre a un lado. Caminó hasta la otra punta y se sentó en silencio preguntándose cuál sería el comentario borde de hoy, ¿Qué le esperaba esa mañana?

—Son las seis y dos minutos. Llegas tarde —Afirmó con fuerza el alto hombre de cabellos castaños y ojos color avellanas con semblante serio. Vio como lo miró de arriba a abajo y retó con la mirada—. No me molestaré hoy en decirte que tus vestimentas son un asco.—Comentó antes de tomar de la humeante taza de café.

—Borja, hijo, ¿Haz practicado propiamente las partituras para recital del viernes?—cuestiono su madre en su típico tono frívolo, y él solo pudo asentir levemente.

Después de eso nadie dijo más nada, y el castaño agradecía para sus adentros que fuese así. Odiaba estar en esa casa, nunca pudo ser el mismo, nunca pudo hacer lo que le gustaba, ni elegir lo que él quería, todo siempre lo elegían sus padres por el, lo que comía, como vestía, la universidad, la carrera…su vida. Siempre presionando para siempre sea el mejor, obligándole a todo lo que hacía, como las clases de piano desde los tres años, enseñarle a hacer su propio vino desde los siete, u obligarle a estudiar ciencias políticas. Se sentía condenado a pasar toda una vida atado a ser infeliz, a ser un cobarde.

El Chico Del Skate [Luzuborn] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora