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Rubén era un chico alegre, el típico que se te acerca para decirte hola si te ve en soledad. Es algo tímido aveces, pero una vez lo conoces te das cuenta de que si hay personas que están en constante movimiento.
Vivía con su madre y su padrastro en una acogedora y hermosa casa cerca del centro de la villa, se mudaron los tres allí luego de que su progenitora volviera a casarse. Al principio, al llegar al pueblo, no le gustaba para nada. Todo eran berrinches para volver a casa, hasta que un día empezó clases y encontró curiosas personas...

—Oh, lo lamento. —Soltó asustado observando al gran chico de apariencia ruda. Era Steve, el bravucón de la escuela, una niña le había advertido sobre él al inicio de clases.

—Claro que lo lamentas, niñito. —Replicó acercándose a él peligrosamente. Con todas las personas con las que podía chocar, tuvo que chocar con Steve. Espectacular. Pensó el pequeño de gorra de oso.

—¡Hey, Steve! —Llamó una voz ajena y todos voltearon, eran tres chicos que estaban a unos metros de ellos. Todos llamaban especial atención, se veían raros— ¿Por qué no te marchas y dejas en paz a los demás? Nos harías un gran favor. —Dijo el que estaba en frente, uno que cargaba una chaqueta morada.

—¡Ja, ja! Miren, ya llegaron los niños raros. El enano, el mimado y el flacucho, ¿Dónde está la muñequita que se cree valiente? ¿Escondida? —Bromeó y su aparente amigo a su lado fue el único que rió— ¿Qué váis a hacer? ¿Acusarme con vuestras mamis?

—¿A quién le dices enano, gullipollas? —Atacó el más pequeño, diciendo las groserías que su madre le prohíbe decir.

—¡Steve, rata! —Gritó alguien desde detrás de donde ellos estaban. No dió tiempo de voltear, todo pasó en cámara lenta. Un chico de boina verde que estaba sujetado de una soga llegó por los cielos y empujó al bravucón, haciendo que el mismo cayera al suelo. El de boina cayó heroicamente y se soltó de la soga, para después acomodarse el sedoso y brillante cabello y hablar—Y esa fue una advertencia. No vuelvas a meterte con nadie eh, que te veo.

—Me vengaré, Díaz. ¡Esto no se quedará así! —Protestó levantándose y posteriormente yéndose, dejando al de gorra en paz.

—¡Eso fue genial, Guille! —Felicitó el castaño ojiazul, él y los demás se acercaron.

—Estuviste excelente, chaval. —Halagó también el de chaqueta morada.

—Gracias por salvarme, creí que no la contaría. —Soltó después de mucho tiempo el de gorra de oso— Soy Rubén, llegué nuevo hoy.

—No es nada, Rubén. Siempre enfrentamos a Steve cuando se mete con alguien más, aunque casi siempre se mete con nosotros. —Alegó el castaño con una sonrisa amable—Soy Borja, ellos son Samuel, Alejandro y Guillermo.

—Ya que eres nuevo, podrías juntarte con nosotros. —Comentó Samuel—¿Qué decís?

—Me parece bien. —Dijo el ojiazul sin tomarle demasiada importancia.

—No estaría mal. Necesitamos a alguien alto para que haga de vigía. —Bromeó el chiquillo de ojos de diferentes colores.

—¿Tu qué dices, Guille? —Preguntó una vez más el de ojos morados. El de cabellos blancos vio con detenimiento al casi nuevo integrante del pequeño grupo, y él lo miraba con algo de nervios.

—Está bien. Me gusta su gorra. —Afirmó de brazos cruzados y con sonrisa ladina.

—¡Vamos! —Saltó a abrazar al peliblanco por el hombro y agitarlo ligeramente. Estaba feliz, al fin había hecho amigos. Los demás rieron por la acción del de gorra y la expresión del de boina.

El Chico Del Skate [Luzuborn] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora