capítulo 36

573 50 0
                                    

La agarró por la cintura, y sintió que se estremecía de placer cuando ella enroscó sus piernas en torno a su cintura y empezó a corresponderle apasionada a los besos que él le daba.
Armando, no podía aguantar mucho más, hacía casi una semana que no le hacía el amor, y estaba muy excitado. Sin dejar de besarla, la apoyó sobre la pared de la piscina y se acomodó entre sus piernas, entrando en ella de una sola vez, sin esperar. Ella había notado su grado de excitación y sabía, que cuando él estaba así, no era capaz de controlarse, de modo que lo recibió sin sorpresa, pero no pudo evitar un gemido, aún no estaba del todo preparada.

Armando.- Lo siento mi vida, se que voy muy rápido, pero ya no puedo más, ya no puedo esperar más...

Betty no le respondió, solo ofreció su cuello y sus labios a sus besos, y dejó que el tomara posesión de su cuerpo sin preámbulos ni barreras. Adoraba sentirse así, como levitando, solo sostenida por los brazos fuertes de su hombre, y este demostrando en su frenética danza amorosa, todo lo que ella le provocaba.

Nunca sería Armando consciente, nunca sería capaz de explicarle, hasta que punto era más plancetero para ella, alguno de estos instantes, que las caricias más sensuales que él pudiese hacerle. Y es que verlo, sentirlo, tan urgido de su cuerpo, tan deseoso de tenerla, la hacía sentirse hermosa y amada, sobre todas las cosas y eso la hacía feliz. Demasiadas veces, volvía a ver delante del
espejo a "Betty la Fea", y en sus oídos oía las burlas y las risas, de los niños del colegio, de las gentes del barrio o de los compañeros de trabajo.

Cuando él derrotado por el esfuerzo, aflojó el abrazo, solo se encontró con el beso ardiente y enamorado de su mujer, que sin dejarlo hablar, le repetía una y mil veces cuanto lo amaba, lo feliz que era estando en sus brazos, y lo que
más le agradaba a él oír, que era suya, solo suya.

Jugaron un rato más en la piscina y luego salieron y se sentaron sobre las tumbonas, envueltos en sendas toalla, para brindar con el cava español.

Betty.- Mi amor, ¿por qué no nos vamos a nuestra cama?... ¿sí?

Armando.- Ahora mismo mi reina, vamos a irnos a nuestra camita. Vamos cúbrete con otra toalla no te me vayas a enfríar al salir al exterior.

Estando ya acostados en su cama, Betty comienza a dibujar sobre el pecho desnudo de Armando, esos dibujos que nadie podría descifrar, pero que él sabía era un llamado urgente, para hacer de nuevo el amor.

Betty.- Si ahora tenemos un chico, no le llamaremos Neptuno ¿eh? Armando.- ¿Un chico?... ¿Neptuno?... No te entiendo, mi amor
Betty.- Bueno, pues como a la nena la encargamos en la laguna en Tahití y por eso la llamamos Marina, y hoy hemos estado jugando en la piscina, sin tener cuidado... Pues lo mismo le hemos escrito a la cigüeña, y él único nombre masculino, que se me ocurre relacionado con el agua es Neptuno, y la verdad no me gusta.

Armando.- Ja, ja, ja... prometido mi amor, no lo llamaremos Neptuno. ¿Pero tú crees que hemos escrito a la cigüeña?... ¿No es demasiado pronto?...

Betty.- Bueno pués Marina ya tiene dieciocho meses y a mi no me importaría, claro si tú lo deseas... Aunque creo que lo de antes, fue solo el borrador, bueno mejor un e-mail, quizás ahora deberíamos pasar a limpio la carta.

Armando comienza a besarla y entre risas y caricias, le dice :

Armando.- ¿Qué carta, mi doctora?... Ahora mismo nos aplicamos a escribir un completo "memorándum".

Y envueltos en ese amor que los posee y los ahoga, al tiempo que les hace sentirse los seres más libres del Universo, amanecen por primera vez, en su casa, en ese hogar que tanto desearon los dos.
Llevaban ya dos semanas en su casa, con ellos vivía también Ofelia, una señora de unos cincuenta años, soltera y que habían contratado para que les
ayudase con la nena y con las tareas domésticas.

Ella había trabajado con una familia muy amiga de los Mendoza, que con los hijos mayores e instalados en los EEUU, dividía su tiempo entre Colombia, Miami y Orlando. La recomendación de estos amigos, le había valido este empleo, en aquella bonita casa y cuidando de la niña. Cierto es que doña Julia se pasaba gran parte del día en casa de su hija, con la nieta, pero Ofelia le quitaba a Betty gran parte del peso, del cuidado de su hogar. La buena mujer se sentía feliz, y Armando y Betty estaban encantados con ella, por discreta, trabajadora y cariñosa con Marina.

Aquél sábado iban a tener la fiesta de inauguración y bendición de su nuevo hogar. El miércoles anterior y en privado, habían celebrado su segundo aniversario de bodas, y ahora querían compartir con los amigos y algunos clientes importantes el orgullo que sentían al mostrar su casa.

Hacia las siete de la tarde iban llegando los invitados, que eran recibidos por los anfitriones y por los padres de éstos. Ofelia, ayudada por algunos camareros del servicio de catering que habían contratado, se desvivían en pasar entre los asistentes bebidas y bandejas de canapés.

Cuando ya estaban casi todos, Armando con Marina en brazos y Betty a su
lado, pidieron silencio, y explicaron que el Padre Marcos, el sacerdote que los casó y que bautizó a su hija, iba a bendecir la casa.

El ritual de bendición comenzó, con oraciones, invocaciones y lecturas bíblicas alusivas a las familias. En determinado momento, el sacerdote presenta al matrimonio un cadelabro de tres brazos que porta tres velas. La primera vela la enciende el padre, la segunda vela la enciende la madre y la tercera vela la enciende el mayor de los hijos, en este caso la pequeña Marina ayudada por su papá, que intentaba convencerla entre las risas de los presentes, que no soplara para apagarla, que aquello no era el cumpleaños. Esas tres velas encendidas querían simbolizar, la presencia de la Stma Trinidad en aquel hogar y la luz del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en cada rincón de la casa.

Luego el sacerdote, va pasando por las diferentes habitaciones asperjando agua bendita, al tiempo que hace la señal de la cruz, y de ese modo bendice cada uno de los rincones del nuevo hogar. Terminado el ritual, todos se reintegraron a la fiesta, en la que las bandejas de canapés, dieron paso a una cena, servida en bonitas mesas dispuestas por el jardín y el porche.

Un conjunto de jazz, la música favorita de Armando, amenizó la velada, que fue un verdadero acontecimiento social. A la mañana siguiente en diferentes medios de comunicación pública, aparecían fotos de Armando, Betty y la niña, y se hacía el comentario de la bendición de la casa.

Doctor mendoza yo no soy  asíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora