capítulo 30

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Armando redescubrió en sí mismo, una predilección olvidada, por las tradiciones de su país, y disfrutó como hacía años que no lo hacía, visitando los mercadillos de artesanía, conversando con los pescadores, o escuchando cantar canciones populares a las mujeres que trajinaban a las puertas de sus casas.

Betty adoraba todo aquello, ella fue la que lo arrastró hacia aquél grupo de curtidos marineros que cosían las redes sentados en el muellecito de la isla. Y se sentó entre ellos mientras les preguntaba como se cosían las redes, e intentaba guiada por las curtidas manos de uno de los hombres, manejar aquella enorme aguja de madera y hacer un zurcido a la malla. Armando la fotografiaba, no se cansaba de hacer disparar su cámara, teniendo como única modelo a su mujer.

Pero llegó el momento de volver a Bogotá y de despedirse del mar, de la tranquilidad, del buen marisco y mejor pescado. Se despidieron de Marcos y le prometieron volver, cuando hubiese nacido su hijo... bueno Armando siempre decía, hija.

Betty se trasladó definitivamente al apartamento de Armando, dejó el alquiler del suyo, y muchos de sus objetos personales se trasladaron con ella, otros fueron a un guardamuebles, hasta que tuviesen su nueva casa.

Armando nunca imaginó que la vida de casado lo iba a hacer tan feliz. Despertar cada mañana con su mujer en los brazos y dormir cada noche del mismo modo, lo colmaba de felicidad. Betty demostró ser una buena ama de casa, organizada y eficiente. Realmente, Betty era organizada por naturaleza y si era capaz de organizar una empresa con mil empleados, bien podía hacerlo con su hogar.
Una deliciosa rutina se instaló en sus vidas y Armando pensaba, que como alguna vez había sido capaz de vivir sin ella.

Cada mañana, sobre las seis y media, sonaban los despertadores, y eso sí, tenía que sacar a su mujer casi a rastras de la cama, porque el embarazo le estaba dando "dormilón". Con risas y mimos iban al baño, se aseaban un poco y se ponían ropa deportiva, para bajar a correr. Les había dicho la doctora que llevaba el embarazo de Betty, que le venía muy bien ese ejercicio diario. Aún podía correr algo, cuando la tripa creciese, que siguiese haciéndolo, pero caminando a buen ritmo. Cyro siempre les acompañaba.

Pasaban unos minutos de la siete cuando volvían a casa después de comprar la prensa y pan recién hecho. Mientras Armando se duchaba y afeitaba, Betty hacía la cama y le preparaba la ropa. Luego era él, quién preparaba el desayuno, mientras ella ocupaba el baño. Habían hecho el pacto de solo bañarse juntos, los sábados y los domingos, cuando no tenían que ir al trabajo, porque inevitablemente acababan haciendo el amor y luego llegaban tarde.

Después de desayunar, se preparaban y marchaban hasta Ecomoda, dónde llegaban entre la ocho y las ocho y quince de la mañana, según fuese el tráfico.

Betty y Mario trabajaban definitivamente en la empresa, a cargo del área de publicidad, no solo de Ecomoda, sino de todas sus franquicias. Seguían manteniendo su independencia como empleados de Zénit, pero con contrato a tiempo completo con Ecomoda.

Las margaritas seguían llegando cada mañana. Y las visitas de Armando a la oficina de Betty, eran frecuentes, a veces demasiado. Armando no se cohibía en absoluto con Mario, y con un risueño - "disculpa Mario, vengo a besar a mi mujer y a mi hija"-, se acercaba a ella y la besaba apasionadamente, para terminar acariciándole el vientre y dándole un beso allí.

Siempre que sus compromisos se lo permitían, almorzaban juntos, y por la tarde salían con Mario a cumplir su cita con los niños del hospital.

Sí, Betty y Mario, nunca han dejado de colaborar con la ONG, unas veces pueden más, otras menos, pero se mantienen en contacto con ellos, y ya hace un tiempo que de nuevo son el "DOCTOR MARITO Y LA DRA. BETTY", aunque ahora les acompaña un nuevo personaje "ARMANDITO METEPATA, UN ENFERMERO UN POCO PIRATA"...

Doctor mendoza yo no soy  asíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora