Capítulo 10 - Padre y madre (Parte 1)

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"Se decía muchas veces que el cumpleaños de alguien, era un día especial para esa persona, teniendo a su alrededor a aquellos que siempre quería, celebrando el aniversario de su nacimiento, con fiestas y alegría por doquier. Una explicación un tanto genérica, pues bien había personas que casi preferirían no celebrar nada, por distintos motivos, algunos por ser también el día en que ocurrió un momento trágico, otros por no soportarlos... o por algún otro motivo en especial.

Yo me consideraba en una posición neutral, al ser hijo de un gobernante, muchos se pensarían que obtendría algún lujo por parte de todos los que habitaban en el castillo. Pero, no era así del todo, solo unos pocos celebraban conmigo el momento, entre ellos mi madre, mi hermana, y mi mejor amigo, los demás, o bien seguían con lo suyo considerándolo un día más, o eran como mi padre, y creían que era una prioridad irrelevante que solo hacía perder el tiempo para objetivos que eran realmente importantes.

Sin embargo, al recordar ciertos eventos, como lo que ocurrió en ese último cumpleaños antes de que estallara la guerra, comprendí por qué no se le daba tanta importancia a ese día especial. Nunca imaginé que esos tiempos de paz fueran como una cortina que ocultaba el verdadero problema al que nos enfrentábamos diariamente."

HISTORIA ― 12 de octubre de 2991

Adlar se encontraba en su habitación junto con Etgar, quienes se preparaban para realizar su ejércicios diarios con el Jefe de la Guardia, Dresar. Durante esos preparativos, los dos jóvenes irchenos hablaban sobre temas relacionados sobre cómo iban a celebrar el cumpleaños con sus amigos.

―Trece años― comentó Adlar mientras se ponía las botas para entrenar ―. Dentro de dos años tendré que empezar a prepararme para convertirme en el futuro General de Irchar.

―Lo sé, y dentro de dos semanas iremos por primera vez al famoso Baile Virgen― dijo Etgar al ajustarse el cinturón.

―Ya lo puedes ver. Qué rápido pasa el tiempo. En poco, quién sabe, estaremos dirigiendo nuestros ejércitos, logrando grandes hazañas, celebrando nuestras bodas, formando nuestras familias... Y así, hasta morir de viejos, después de haber tenido una gran vida ―soñaba Adlar, sentado en su cama―. Deseo ver a Miriar en ese baile. Cuando la vi por primera vez, supe que sería mi futura esposa. ¿Todavía te acuerdas de cuando nos conocimos?

―¿Cómo no?― lanzó Etgar aquella pregunta retórica con cierta exasperación ―. Desde ahí te obsesionaste con ella. En ese día, después de que nos la presentara Astrar con su hermana, recuerdo que se arriesgó para recuperar la bufanda de esta última, que se encontraba enganchada en una rama que se asomaba por el río, y al final tuvimos que realizar una operación de rescate, después de ver que caía al río. Siempre ha sido la más lanzada de las chicas, aunque, algunas veces, a la larga se arrepentía.

―No le sentaba nada mal el pelo mojado― admitió Adlar ―. Le tuve que ofrecer mi abrigo, para que no se resfriara.

―Sí, y terminaste resfriado― recordó Etgar ―. Muy romántico. Ese día, estaba el grupo casi completo, solo faltaban los hermanos elfos.

―Hace más de un año que nuestro grupo se completó, y ahora nos reuniremos todos en la panadería de Ayar― dijo Adlar mientras se ponía los guantes negros de cuero ―. Debemos preguntar quiénes van a estar en el baile.

―De acuerdo, aunque supongo que la respuesta que te interesa es la de Miriar― insinuó Etgar, ajustándose la ropa que usaba para entrenar ―. Sería feliz contigo como mujer del General, de no ser porque siempre estas teniendo pesadillas, y te mueves mucho en la cama, llegando incluso a orinarte encima. De verdad, no sé lo que sueñas.

Aquellas palabras afectaron a Adlar. Aunque intentaba disimularlo con una expresión que aparentaba diversión, temía no entender lo que le estaba sucediendo y no saber si lo superaría. Sabía, por sus conocidos ―el Maestre Misnar y su hermana Astrar―, que esas pesadillas podían deberse al estrés. Sin embargo, él no estaba seguro de si la extraña marca en su espalda ―que había ido menguando con el tiempo― también era producto del estrés. Cabe mencionar que incluso durante los meses de vacaciones de verano ―julio y agosto―, padecía esas pesadillas, a pesar de no estar en un periodo de tanto estrés como durante los meses de adiestramiento.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora