Capítulo 25 - El general Russelv (Parte 2)

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Adlar no podía terminar de creerse lo que estaba sucediendo. El general Russelv, después de hacer su largo viaje, mostraba un curioso interés por hacer una excursión.

En una parte del contenido de la carta enviada con su puño y letra, el general Russelv mencionaba que, una vez que se encontrara en la isla, cabía la posibilidad de que le entraran las ganas de pasear por los bosques de Irchar, uno que tuviese un escenario de hermosas vistas y donde pudiese realizar actividades de caza. En caso de no haber tiempo para lo último, se pospondría a cualquier otro día durante su estancia en la isla.

Como era de esperar, aunque se dispuso todo en secreto, incluyendo las tiendas y provisiones que darían uso tanto la comitiva del General de Irchar como la del general Russelv para pasar un par de días fuera de la ciudad, la tarde les terminó alcanzando, y optaron por acampar en una llanura, donde, cada minuto que pasaba, el cielo nocturno hacía mayor acto de presencia.

Para sorpresa de Adlar, mientras se encontraba formándose en el Campamento de Cadetes, los hombres del Castillo de Irchar prepararon por él la ropa que llevaría durante aquel momento de ocio; caso contrario al de Etgar, quien vino por insistencia de Adlar, y tuvo que preparar de inmediato la ropa que llevaría consigo.

Al montar las tiendas donde pasarían la noche, Adlar buscó el momento para hablar a solas con Etgar. Ambos se encontraban descansando sobre los sacos de dormir que habían preparado.

―Es el colmo― comenzó a renegar Adlar, sin ver que a sus espaldas Etgar rotaba sus ojos sabiendo lo que venía ―. Planearon una excursión que puede durar un par de días, y no nos han dicho nada hasta el momento de decirnos que vamos a hacer una excursión con el general Russelv― se quejó Adlar poniendo su mirada en la de su amigo, quien quiso compartir su descontento ―. ¡Lo tenían todo preparado! Hasta nuestra ropa.

―Más bien, "tu ropa"― corrigió Etgar, recalcando el "tu" ―. Conmigo no contaban, y me has arrastrado a esta excursión, teniendo que preparar mi propio equipaje como si viviese el tiempo del apocalipsis.

―Sí, perdona, es que mi padre hace las cosas cómo quiere. Prepara un paseo de dos jornadas, lo que viene a ser todo mi fin de semana, sin consultarme nada. Y, a ver, creo que a estas alturas ya he dejado claro el motivo por el que no quería ir solo.

―Coincido, es innecesario y me lo has dejado claro― dijo Etgar hastiado de recordar el asunto ese ―. Y ahora, si no es problema para ti, preferiría hablar de otro tema.

Adlar no veía la oportunidad de hablar de algo que no fuese sobre su expuesta posición. Sin embargo, sabía que el chantaje de Etgar sería algo relacionado con alejarse de él, una acción que no le beneficiaría en absoluto, y por nada en el mundo se humillaría al punto de ponerse a suplicarle de rodillas que se quedara en caso de ser así. Sin más opciones que la de dejarse llevar por la opción que sugería su amigo, aceptó tal opción a regañadientes.

―Está bien, dormiré con una piedra en la mano para defenderme― refunfuñó Adlar mientras se tumbaba boca arriba y con la cabeza apoyada sobre sus manos ―. Por lo menos, eso no tiene piernas con las que escabullirse. Adelante, estoy ansioso― se pronunció con un tono sarcástico ―, propón un tema.

Etgar se quedó pensativo por unos segundos.

―¿Cómo va tu relación con Miriar? No os he visto reuniros a solas. ¿Le hablaste de... bueno, ya sabes, eso que tú y yo sabemos?

Adlar se sorprendió con la pregunta, pues no esperaba que hablaran sobre el tema de su relación con Miriar, de hecho, con todo lo que había pasado, casi se había olvidado de lo sucedido hace semanas. El joven Romsen meditó sus palabras, no haciendo más que una mueca con su boca, como si no supiese qué responder, pues reconocía que estaba en una situación bastante compleja.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora