Capítulo 19 - La Batalla Fronteriza (Parte 1)

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4 de noviembre de 2991

Tras la ceremonia, el general Aklar se acercó al almirante Aprar, quien se encontraba fuera de la cripta, rezando en un banco, con las manos entrelazadas, ante una enorme figura de plata, representando la mano de Oriennón, con la flor de doce pétalos y la paloma en su palma.

El General vio que el almirante no estaba por atender a su señor, y esperó a que terminara su plegaria. Cuando las manos del almirante se soltaron la una de la otra, y su vista se alzó, el General comenzó a hablar.

―¿Rezando por los caídos?― preguntó Aklar.

―Recé eso en la plegaria anterior, esta era por lo que estamos haciendo, General― contestó Aprar, mostrando preocupación.

―Oriennón sabrá por qué lo hacemos― contestó Aklar.

―Incluso teniendo los motivos― mostraba preocupación el almirante ―. Es una falta de respeto, hemos sufrido una calamidad, y suplicamos a Oriennón porque nos dé paz, que nos dé un tiempo de calma para despedirnos de todos los que no están aquí. Si hacemos esto, en este periodo, ¿cómo podemos permitirnos la misericordia de Nuestro Señor? Si lo que hacemos es matar a más de sus hijos, delante de él.

―Porque si queremos ganar, tendremos que afrontar situaciones difíciles, esta es la oportunidad perfecta para dar un golpe de gracia― dijo el General ―. Ellos pensarán que ninguna isla atacará, o que realizará maniobras en territorio karzaquistano durante una semana, pero solo será en la isla de Irchar. Las demás, clamarán venganza en nuestro nombre.

―Bajo su mandato, Oriennón no nos otorgará otra tregua así― pensó el almirante en voz alta.

―No sea mentecato― riñó el General ―. ¿Acaso piensa que Oriennón nos brindará un escudo que envuelva todo nuestro territorio, e impedirá que nos pase algo? No, ¿sabe por qué?

Aprar se quedó en silencio, escuchando todo cuanto decía el General. El general Aklar tomó la decisión de sentarse en el banco, por mantener en reposo la pierna que se estaba curando.

―Por qué toda su misericordia ya la tuvo con cada uno de nosotros para nacer, y no morir en el parto. A partir de ahí, solo formas parte de un enorme tablero, siendo una ficha con varios movimientos que te llevan a un destino diferente, como en el ajedrez― continuó hablando el general Aklar ―. Sin embargo, la diferencia está en que Él no tiene que mover ninguna ficha, y el juego no acaba para nosotros cuando la figura del rey muere, todo termina cuando morimos. Eso es lo único que nos ata a todos, tarde o temprano moriremos, y Él no hará nada para impedirlo, porque no le importas realmente, solo eres una figura entre millones, escribiendo tu propia historia. Lo que cuenta para sobrevivir todo el mayor tiempo posible, es lo que hagas con la oportunidad que se te ha dado para vivir y decidir. Puedes huir, o puedes luchar, pero tú hora llegará, y por más que te duela, tú no lo podrás evitar, nada lo evitará.

El general Aklar puso su mirada en el almirante Aprar.

―Cuando perdí a mi padre, recé porque todo fuera un mal sueño, que él no estuviese muerto... pero nada cambió eso. Todos rezaron porque no siguiera aquella guerra, porque no viniesen más enemigos, porque los dejaran vivir en paz... pero nada cambió― Aklar hizo una pausa para ver el símbolo de Oriennón ―. Era una guerra entre hijos de Oriennón, una guerra entre hermanos, y solo ellos podían resolver aquella contienda. Ese día pude haber aceptado el destino que se nos impuso, permitir que aquellos enemigos nos masacraran, por ser la voluntad de Oriennón. Mas tomé las riendas de la situación, y convertir aquella inminente derrota en una victoria, con pesadas bajas de los nuestros, pero una victoria, al fin y al cabo.

Se mantuvo el silencio entre ambos por unos segundos, y el General volvió a dedicar una mirada al señor Aprar. El almirante lucía sereno tras haber escuchado la conocida anécdota del Generalísimo, y mantuvo la compostura para darle información de los últimos movimientos.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora