Capítulo 22 - El Lavadero

3 7 0
                                    

HISTORIA – 12 de noviembre de 2991

Por la mañana, en el Campamento, el barracón verde se encontraba en el recinto realizando unos rutinarios ejercicios de calentamiento, con los cuales se prepararían para las simulaciones de combate.

Al finalizar, todos los integrantes del barracón pararon para refrescarse con el agua de los lavaderos, unos depósitos que almacenaban el agua que viniese de las montañas. Esta se movía hasta gran parte de las localidades principales de Irchar, a partir de los acueductos, los cuales se dividían en otros de menor tamaño y se repartían hasta llegar de manera directa a las cisternas.

Los lavaderos se encontraban dentro de una edificación, en la cual, nada más entrar, se encontraban unas escaleras con las que se podía acceder a los depósitos que se encontraban en un nivel inferior. Esas estructuras eran utilizadas para el lavado de los uniformes, sin embargo, para los cadetes también se le consideraba de manera no oficial como una zona de ocio. El lugar se repartía en varias salas, siendo cada una lo bastante espaciosa como para albergar unas pocas decenas de personas.

Adlar se aseguró de ser el último en dar uso de esas aguas, convenciendo a sus amigos en hacer lo mismo y así no contar con la presión de que alguien estaría esperando. Sin embargo, todo se llevaba a cabo de manera que Adlar no corriera el riesgo de que le vieran aquella extraña marca, esperando a que se marchara el último de los presentes para mojarse como una alocada ave en verano.

Todos los miembros del grupo se encontraban por un lado del depósito de agua, llevando cada uno un cubo de madera, con el cual recogían toda el agua y se la echaban encima. A excepción de Adlar, quien se encontraba esperando en una esquina, todos los presentes se quedaron en ropa interior, para no mojar sus uniformes.

Ignorando el hecho de que el joven Romsen no se bañaba, todos los amigos mantenían una conversación con Ayar Gormet, quien ya comenzaba a continuar con los entrenamientos con normalidad, después de haberse recuperado de sus lesiones.

―Corriste cargando con Yudiliar― dijo incrédulo Llegrar ―. Eres un tío fuerte, deberías desarrollarte más en el tema de la fuerza.

―Pero si ya soy el más fuerte de todos los que son de mi edad, y, por ende, más fuerte que todos vosotros― contestó Ayar mientras usaba un barreño para mojarse.

―Sí, pero eso al natural, imagínate si entrenas― comentó Umrir.

―Bueno, eso de "al natural" ..., desde pequeño he ayudado a mis padres cargando con objetos pesados, en especial con sacos de trigo, y también entreno duro aquí― le corrigió Ayar.

―Sí, lo sé, tú entiéndeme― dijo Umrir con cierto tono crítico, dándole una palmada en el brazo a Ayar ―. Eso para ti es rutina de trabajo. Y en los entrenamientos se nota que te tomas con calma los ejercicios de fuerza. Puedes explotar ese potencial.

―Tampoco quiero forzarme, chicos― discrepaba Ayar ―. Me interesaría más ganar velocidad y resistencia que aumentar mi fuerza.

―Tío, escucha― puso Llegrar su mano en el hombro de Ayar para que le prestara atención ―. Si ganas la suficiente fuerza para lanzar un espadazo capaz de desequilibrar oponentes, o mejor, destrozar armaduras, ¿para qué puñetas quieres correr o molestarte en ganar resistencia?

―Todo es importante para un combate, si no se moviera lo suficiente parecería un molino luchando con las aspas― contestó Adlar desde la distancia.

―¿Qué dices Adlar?― preguntó Llegrar con cierto tono burlesco ―No te escuchamos desde tan lejos, ¿por qué no te acercas aquí?

Adlar rotó los ojos al escuchar aquello.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora