Las chicas cabalgaban veloz con los tres caballos que habían alquilado entre ellas. Astrar iba a la cabeza de aquella pequeña caballería, yendo Miriar y Yudiliar por detrás con sus respectivas monturas.
El silencio se mantuvo entre las tres, centrándose en lo que era el objetivo principal, rezando por toparse a tiempo con sus amigos y evitar que se llevara a cabo tal locura. A lo lejos, Astrar pudo percatarse de que el sendero continuaba con una amplia curva que se cerraba hacia su derecha, y dibujaba un trayecto con forma de arco, teniendo con ello una vista panorámica de lo que iban a encontrarse en ese tramo.
En ese momento, se dio cuenta de algo desafortunado.
―¡Veo el sendero natural que lleva a la colina!― gritó Astrar para que le escucharan sus amigas.
―¡Quiere decirse que los chicos ya se encontraran, por lo menos, cerca de su destino!― dedujo Yudiliar en voz alta.
―¡Y es posible que lleguemos tarde!― confirmó Astrar desesperanzada.
―¡Pues venga!― animó Miriar ―¡A todo correr! ¡Como en los hipódromos!
Miriar golpeó sus espuelas y comenzó a cabalgar más veloz que antes, llegando a adelantar a Astrar, quien se vio impresionada con la velocidad que logró alcanzar la joven Naesan.
―Anda que espera― se quejó Yudiliar viendo avanzar a su hermana.
Astrar, motivada por el objetivo ―y, en parte, por la envidia que le causaba la velocidad que había logrado alcanzar su compañera―, realizó la misma acción que su amiga y trató de ponerse a la misma altura que ella, algo que era bastante difícil.
Yudiliar se quedó sorprendida por el repentino aumento de velocidad que había iniciado Astrar.
―¡Esperadme!― pidió Yudiliar en voz alta mientras picaba espuelas.
Al llegar a adentrarse en el sendero, más estrecho que el anterior, Yudiliar se percató de algo que había oculto entre uno de los lados del camino, entre las encinas. La menor de los Naesan aprovechó el hecho de posicionarse la última para detenerse en seco, teniendo que avisar a sus amigas con toda la fuerza que le permitían sus pulmones.
―¿¡Qué sucede!?― preguntó Astrar cuando paró de inmediato, a cincuenta metros de su amiga.
―¡Veo un caballo por ahí! ¡Parece estar amarrado!― bramó Yudiliar aquella respuesta.
Miriar, cuando se percató de que Astrar y Yudiliar mantenían una conversación, frenó a su montura para después tirar de las riendas y dirigirse los andares de su caballo hasta ellas.
―Será de los chicos― especuló Miriar con la intención de zanjar cuanto antes el asunto.
―No creo que sea de los chicos, no lo habrían atado tan lejos― discrepó Astrar ―. Además, no me que hayan ido los cuatro en un caballo.
Mientras ellas mantenían aquella interacción, Yudiliar se acercó con su caballo hasta el amarrado animal de pelaje negro con una mancha blanca en su frente. Se percató de tres cosas: La primera era que no se trataba de un caballo, sino de una yegua; la segunda era que, al acercarse, el animal desconfiaba de la presencia de Yudiliar; y la tercera era su silla de montar, que contaba con un manto negro que llevaba gravado un emblema conocido.
―¿¡Qué ves en la montura, Dili!?― preguntó Miriar dirigiéndose a su hermana con su diminutivo.
―¡Parece ser una yegua, de la Fuerza Oculta!― bramó Yudiliar.
La yegua comenzó a actuar de manera agresiva, dando trotes en el lugar, alzando amenazante sus patas delanteras, las cuales azotaron a la montura de la joven Naesan, quien intentaba alejarse de allí cuando las cosas se estaban poniendo feas. El caballo de Yudiliar se asustó del animal, y se alejó trotando del lugar contra la voluntad de su jinete, quien intentaba calmar a la bestia.
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Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)
FantasíaEn un mundo devastado por incesantes guerras, un joven guerrero emprende un arduo camino repleto de desafíos y batallas. Sin saberlo, está a punto de iniciar una historia de la que no podrá escapar. No está permitido hacer una publicación de mi hist...