Capítulo 21 - Hay que impedirlo (Parte 4)

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Tras una breve persecución, Miriar pudo dar alcance a su hermana, agarrando las riendas de su caballo para ir tirando de él suavemente. El animal fue calmándose de forma paulatina, hasta que ambos équidos se detuvieron.

―Bueno, parece que ya está― dijo Miriar al final.

Yudiliar, con el cabello desarreglado, dirigió su pálida mirada hasta su hermana, por quien se estiró hasta lograr abrazarla con fuerza. Miriar aceptó el cálido abrazo de su hermana, poniendo su mano sobre el brazo que la envolvía de frente.

Astrar apareció de inmediato.

―Vamos, no tenemos tiempo que perder― avisó Astrar ―. Hace rato que debieron empezar la pelea.

―Mi hermana está bien, me alegra que lo preguntes― dijo Miriar con tono sarcástico.

―Ah... sí, perdón... las prisas― se disculpó Astrar titubeante.

―No pasa nada, comprendo la situación― intervino Yudiliar recolocándose en su silla de montar ―. La culpa ha sido mía.

―No ha sido culpa tuya. El caballo se te descontroló, eso es todo― quiso argumentar Miriar.

―Lo sé, y hemos perdido mucho tiempo― zanjó Yudiliar mientras tiraba de las riendas para que el caballo fuese para el lado del sendero ―. Vamos.

* * *

Con las fuerzas que le quedaban, Elenrir fue bloqueando con los dos extremos de su bastón el ataque combinado entre Adlar y Etgar, quienes daban todo para intentar agotar al elfo y desarmarlo, aprovechando que aun contaban con la ventaja numérica.

El joven Vainlor sabía de sobra que tarde o temprano el agotamiento haría mella en él, notándose en sus movimientos, los cuales cada vez eran más lentos, predecibles y fáciles de evadir para sus atacantes. Aquello era la desventaja de atacar dejándose llevar por la adrenalina, permitía atacar con mucha más fuerza y resistencia al principio, pero a la larga, acabaría por agotar al usuario mucho antes. Este efecto, también causaría que Elenrir recibiera un mayor número de golpes por parte de sus adversarios.

Adlar y Etgar compartían un mismo cansancio, pues no esperaban que el combate fuera a durar tanto, desgastando sin control sus fuerzas por cinco minutos. No obstante, contaban con que cada uno aportara una parte de sus energías para contrarrestar las del elfo, quien tendría que gastar el doble, y, en caso de salir derrotados, aun contaría con la colaboración de sus dos amigos.

Elenrir dio un golpe desesperado contra Adlar, quien logró bloquear el ataque con su espada, agarrando en el proceso el arma de su adversario. El joven elfo se negaba a soltar la única arma a su disposición, y trató de forcejear con el ircheno. Al momento, Etgar apareció desde un lado, realizando contra Elenrir un poderoso placaje que logró tumbarlo.

Elenrir se quedó en el suelo, sostenido sobre sus brazos, recuperando el aliento.

―Se acabó Elenrir, ríndete― le dijo Etgar desafiante, apuntándole con su espada.

Elenrir permaneció mirando de reojo a Etgar y a Adlar, sus respiraciones se mostraban forzadas, tratando de recuperar el aire que les estaba faltando tras una ardua pelea, en la que pasaban por la colina arriba a abajo, con las lesiones haciendo presa de su dolor. Fijó sus ojos grises en la espada del ircheno de pelo oscuro, y pensó en cómo librarse de aquella encrucijada. El elfo sabía que la única forma de librarse de cada uno era separándoles, y conocía la debilidad de Etgar.

―Rendirme ante ti, que estupidez― contestó Elenrir mientras tornaba su cuerpo hacia Etgar ―. Solo porque he querido quedarme con la chica con la que tanto babeas.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora