La caballería del comandante Gaderian logró llegar al puerto, donde se resguardaban en tierra firme los barcos de pesca que usaban los habitantes del pueblo de Erniar para realizar sus labores. Había una decena de naves en total, aunque algunas de ellas se encontraban en un estado defectuoso, debido a algún problema que tuvieron en antiguos intentos de incursión.
―Loco de Gaderian, ¿quieres que intentemos huir por aquí?― lanzó aquella pregunta Gustagard.
―Sí, ese el caso― contestó el comandante.
―Era una pregunta retórica― comentó Gustagard ―. Ya lo hemos intentado varias veces, y mira el estado de los barcos.
―Lo sé perfectamente, este mar ha sido malicioso con nosotros desde la noche en que nuestro barco se hundió― reprochó Gaderian ―. Pero hay que intentarlo, esto es, o los irchenos, o el mar.
El comandante mandó a dos soldados que vigilaran el perímetro, para asegurarse de que los irchenos no iban tras ellos.
―¿Cuál eliges para destrozar?― preguntó Gustagard.
―Aquel de allí, el que está como a cincuenta metros del agua― señaló el comandante con su mano derecha ―, ¿podrás moverlo?
―Lo intentaré― dijo el karzaquistano remangándose la túnica ―, aunque esos barquitos pesan decenas de toneladas, y no estoy acostumbrado a cargar con tanto peso.
Al momento de llegar hasta el barco, los dos soldados enviados para vigilar anunciaron que un grupo de guerreros irchenos se aproximaba hasta su posición, encontrándose por aquel entonces a poco más de quinientos metros de ellos.
―Maldita sea, estos desgraciados no se dan por vencidos― gruñía el capitán Keintergard.
―Gustagard― avisó el comandante ―. Hazlo ya.
―Me llevará un par de minutos― dijo el karzaquistano mientras se posicionaba ―Dadme todo el tiempo que podáis.
El comandante reflexionó sobre la situación, y, tras unos segundos de duda, tomó una difícil decisión.
―Capitán, envíe al resto de sus hombres para contenerlos todo lo que puedan― ordenó el comandante Gaderian con un rostro impasible que trataba de ocultar su pena.
―A su orden, comandante― dijo el capitán para luego dirigirse a lo que quedaba de su pelotón ―¡Soldados! ¡Ha llegado la hora del sacrificio, que cada uno cumpla con su deber! ¡Por el comandante Gaderian! ¡Por Karzak!
El reducido grupo apenas tuvo unos segundos de demora, teniendo la desgracia de asimilar el destino que los integrantes sabían que les tocaría. Sin embargo, concluyeron el momento ahogando el silencio con aullidos de guerra, siendo esta su forma de levantar la moral del grupo.
Mientras eso pasaba, Gustagard posicionó sus manos poniendo las puntas de los dedos de una de sus manos con las de la otra, e inclinó hacia arriba sus dedos índices, corazones y anulares.
―Lurran estiloa― al pronunciar aquellas palabras, sus manos se envolvieron en un aura marrón claro ―: "Lurran besak".
Una vez emitidas las palabras, del terreno comenzaron a cobrar forma unos brazos hechos de arena, los cuales rodearon el casco del barco, y se posaron sobre este para comenzar a moverlo con suma lentitud y cuidado.
* * *
El General de Irchar, acompañado de su grupo de soldados, seguía de cerca a aquella pequeña tropa karzaquistana, que huyó de la batalla para robar una de las cocas de pesca, y poder escapar. Se fijó en los caballos que montaba el enemigo, siendo estos caballos que no estaban destinados para fines deportivos o bélicos, por lo que su velocidad no era tan rápida como tal, y él creía en la posibilidad de alcanzarlos a pie.
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Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)
FantasíaEn un mundo devastado por incesantes guerras, un joven guerrero emprende un arduo camino repleto de desafíos y batallas. Sin saberlo, está a punto de iniciar una historia de la que no podrá escapar. No está permitido hacer una publicación de mi hist...