Capítulo 15

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"Irchar y Karzak, a pesar del pasar de los años en este periodo de paz, solo se necesitaba la excusa perfecta para que explotara como un polvorín la relación entre estas dos naciones enfrentadas, y comenzar la guerra entre ellas, la revancha que pusiese fin a esta larga lucha. La velada que metía al treinta y uno de octubre, y al uno de noviembre, del año 2991 de Nuestro Señor Oriennón, dieron el momento clave para permitir el paso a tal contienda.

La mayoría de los irchenos estaba de acuerdo con iniciar la guerra contra los karzaquistanos, pues bien era algo que ellos se habían buscado desde hace mucho. Raras eran las veces en las que podían resolver sus problemas con nosotros mediante la palabra, e incontables las veces en las que daban uso de la violencia. Durante estos años, los dos pueblos se daban la mano, mientras uno preparaba un proyecto armamentístico importante, y el otro le copiaba.

Cuando los karzaquistanos intentaban convivir con nosotros, solo se mostraban reacios, viviendo su día a día con aquellos que eran de los suyos, sus manadas. Y la mayoría de esos grupos se convertían en bandas criminales que asaltaban a civiles, robaban, y mantenían enfrentamientos con los guardias.

Estaba claro que la guerra era la única solución, no creíamos que fuera lo esencial para nuestra vida, pero era necesario para que nuestra nación perdurara. Después de todo, no era la primera vez que un pueblo entraba en guerra con otro, tampoco para Irchar.

¿Qué culpa íbamos a tener nosotros? Si era lo que se esperaban muchos, ¿Íbamos a tener la culpa por algo que no habíamos empezado? ¿Tendría que hacernos sentir mal eliminar a una etnia que deseaba lo mismo para nosotros? ¿Acaso había otra solución?".

HISTORIA – 1 de noviembre de 2991

Todos los refugiados salieron en masa de aquella caverna subterránea, solo para poder ver con la luz del amanecer cómo gran parte de la ciudad había recibido daños. Edificios medio derruidos, cuerpos de soldados y civiles tapados con mantas blancas...

Los más adelantados de aquella marea eran personas que buscaban a seres, u objetos, de gran importancia para ellos.

Cuando se hacía un emotivo encuentro entre soldados que veían a un familiar, o entre civiles que no pudieron verse en toda la noche, estos no ponían en duda gritar y llorar de la emoción reforzando aquel momento con fuertes abrazos, e incontables besos entre los que eran un matrimonio, o una joven pareja.

Pero la situación cambiaba cuando aquella persona con la que se reencontraban había partido sin poder despedirse. Muchos de los muertos eran civiles carbonizados que se encontraban en el suelo, otras tantas perdidas eran de soldados que fueron arrojados por las águilas, o que murieron por aplastamiento de objetos pesados, como los cimientos de una casa, acabando sepultados.

Miriar Naesan, después de ver partir a Adlar con Astrar y Etgar —siendo obligados por su guardián—, sin poder recibir la ayuda que esperaba de ellos para encontrar a la señora Olívaro —a quien no vio en toda la noche en el Refugio, después de haberlo recorrido durante toda la noche—, optó por caminar en solitario las calles de la destrozada ciudad.

A medida que avanzaba por las calles superiores del Segundo Sector, ponía atención en las caras de las siluetas femeninas que se cruzaban en su camino, esperando toparse con la mujer que buscaba, sin prestar mucha atención en los destrozos que había por el lugar. A comparación de la parte sur, el camino que recorría apenas tenía daños y el número de muertos era menor. Los únicos que tuvieron la desgracia de perder la vida en aquellos lares fueron los que sufrieron las pisadas y golpes de las personas que huían por salvarse, sin poner preocupación alguna en aquellos que les rodeaban.

Los soldados que patrullaban por las calles se encargaban de cubrir con sábanas blancas los cuerpos de los caídos que yacían por el camino. Cuando Miriar pasó por la calle que le llevaría al cruce, contemplo la escena de un par de soldados que desplegaban una manta para tapar un cuerpo que se encontraba allí. La oscura vestimenta, y el delantal blanco llamaron la atención de la joven de cabello cobrizo, quien se acercó con un paso pesado y lento, hasta que pudo reconocer con sus ojos el rostro de aquella figura que quedaba tendida en el suelo.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora