En el túnel subterráneo, Astrar Romsen y Etgar Cedrid permanecieron en el lugar que eligieron para sentarse, con su parte del refugio a rebosar de personas que lloraban de la alegría al ver llegar a sus seres queridos sanos y salvos, y otros tantos que, en vez de gastar lágrimas, alentaban la ira en los demás refugiados que se encontraban allí.
Los dos, desde la profundidad en la que se hallaban, podían sentir la tensión que les provocaba escuchar las explosiones y la destrucción que retumbaban en el exterior, pero no sentían miedo. Incluso para ellos mismos era una sensación extraña e inexplicable el hecho de no sentir el pavor de la batalla que se estaba llevando a cabo, pudiendo ser varias las razones: La lejanía de las explosiones; el refugio; y el hecho de haber visto ya la batalla de cerca, o algo parecido, que era la revuelta de meses atrás. Más que eso, podían sentir el odio que les estaba contagiando la furiosa muchedumbre.
Entre los murmullos que sonaban por el túnel, lo que más se escuchaba de la boca de los habitantes era como aquel ataque que estaba sembrando los karzaquistanos en la ciudad era la gota que había colmado el vaso, creciendo poco a poco la presión y deseo de querer reclamar venganza por lo que estaban sufriendo.
Irchar volvía a despertar en ella aquella sed de guerra que siempre la había estado acompañando a lo largo de sus dos siglos de existencia. Desde que se creó la nación isleña, siempre tuvo claro que su objetivo era luchar por sobrevivir, con una filosofía belicosa, que había dado forma a su sociedad, una en la que, más de un cuarto de la población, estaba preparada para entrar en combate.
―Pronto entraremos en guerra― fue lo que dijo Astrar con melancolía.
―Yo entraré en la guerra, con Adlar― quiso rectificar Etgar ―. Tú, Astrar, te quedarás aquí, viviendo dentro de estos muros, el lugar más seguro al que puedas aspirar.
―Sé que yo carezco de arte en la lucha, pero después de lo que han hecho, no pienses que me voy a quedar atrás― dijo molesta Astrar, pensando que Etgar quería apartarla.
―Astrar, tú tienes una mente brillante, deberías aprovecharla para cumplir con tus sueños y aspirar a algo que solo puedan permitirse los privilegiados, o gente de buenos dones como el que tienes― quiso insistir Etgar.
―Y lo seré, seré médico, y ayudaré en lo que pueda, salvando a todo aquel que me necesite― declaró la joven Romsen, señalando a todos los que se encontraban delante de ella como ejemplo.
―Yo me refería a algo más grande― explicaba Etgar con un rostro en el que dibujaba su preocupación.
―No me digas, Etgar, quieres que forme parte del Consejo― dedujo Astrar, viendo en los ojos de su amigo afirmación en su especulación ―. Que cabezotas sois todos, eso no sirve para nada, todo esto me ha demostrado que la política no sirve para nada más que retrasar problemas. Y gastan más tiempo en añadir otros más absurdos, que en dar soluciones en los más importantes. Yo no quiero algo así, vosotros haréis justicia mediante acciones dentro de unos años, tal vez en un tiempo menor, no quiero quedarme atrás. Tú has dicho que tengo una mente privilegiada para esas ramas, y si es así, entonces, le daré el uso que es debido.
―No pongo en duda, que esa actitud, esos deseos de luchar por tu pueblo, lo has heredado de tu padre, y que podrías desempeñar una buena labor― declaró Etgar ―. Pero, yo quiero que estés a salvo, que tengas una vida más fácil. No porque te considere frágil, es...
―¿Qué, Etgar?― indagó Astrar, intrigada por saber lo que quería decir su amigo. Aunque, en el fondo, podía sentir que ya sabía la respuesta, y quiso zanjar el asunto ―¿Que me amas?
Etgar se quedó con los ojos abiertos como platos, dejando su boca abierta, sin poder decir palabra alguna, escuchándose solo los bramidos de la multitud, y las pequeñas explosiones que se escuchaban a lo lejos.
ESTÁS LEYENDO
Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)
FantasiaEn un mundo devastado por incesantes guerras, un joven guerrero emprende un arduo camino repleto de desafíos y batallas. Sin saberlo, está a punto de iniciar una historia de la que no podrá escapar. No está permitido hacer una publicación de mi hist...