Capítulo 14 - La Batalla del Baile Virgen (Parte 5)

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Gran parte del Tercer Sector se encontraba en llamas. Tras más de media hora de combate, los arqueros disparaban en balde a las águilas que volaban, esperando más por la suerte, que por su fe en la puntería, de lograr algo. En todo lo que llevaba durando el conflicto, gran parte de las bajas provocadas al atacante fueron causadas por las armas de artillería ligera.

A medida que seguía la batalla, y caían más águilas, sus jinetes optaban por opciones que no se esperaba que llegaran a usar. Cuando las bestias eran abatidas por las flechas, estas no causaban un gran efecto, pero al momento de contar con una gran cantidad de estas atravesando todo su cuerpo, las aves comenzaban a flaquear más, y se hacía difícil realizar algún ágil movimiento, provocando que el jinete resultara herido, arrojando las piedras a diestro y siniestro, esperando causar algún daño.

Llegado el instante de darlo todo por perdido, el jinete karzaquistano portaba en cada mano una de las Lágrimas de Erzon, justo en el momento después de preparar la última trayectoria, y apretarlas de forma simultánea para inmolarse lo más cerca posible del edificio en el que se situaba el grupo de soldados más adyacente.

Los miembros de la Fuerza Oculta realizaban como podían su labor, destruyendo todo artefacto explosivo que podían, pero les costaba hacerlo sin que hubiese un riesgo de por medio, como el hecho de morir entre las llamas que emergían. Por cada piedra que lograban destruir, cuatro lograban detonar, variando la diferencia a medida que seguía el conflicto.

Cuando los soldados veían que una piedra estaba a nada de estallar, muy pocos se atrevían a acercarse a ella, para arrojarla lejos de donde se encontraba ―con el riesgo de ser arrastrado por la explosión―, o también, echándose encima para tratar de frenar el avance de la explosión, permitiendo así que sus compañeros sobrevivieran.

Todo ello era presenciado por los ojos de Yudiliar Naesan, quien se encontraba huyendo con un grupo de personas, escoltado por soldados que los guiaban hacia una zona segura. Además de los gritos de civiles en busca de un lugar seguro, se lograba escuchar los potentes gañidos de las águilas que volaban a baja altura, perturbando a todo aquel que se encontraba por debajo, teniendo como única forma de evadir el problema la opción de tirarse a un lado de la calle para evitar que les atraparan.

En aquellos momentos, la joven Naesan solo podía quedarse de cuclillas contra la pared de una vivienda, poniendo sus manos como tapones para sus oídos, deseando que todo acabara, mientras que la vista de sus lacrimosos ojos no lograba alzarse más allá del suelo.

En uno de los tejados, los arqueros lograron ser el punto de atención de un águila que iba a acecharlos de frente, solo para caer en la trampa que le habían preparado, disparándole un cohete que estaba oculto detrás de la multitud de arqueros. La bestia alada voló en pedazos, al igual que aquel que la montaba, cayendo ambos al vacío.

Sin embargo, el breve momento de celebración duró poco, cuando otra ave gigante los acechó desde un lado, soltando un potente gañido durante su trayecto de llegada, sembrando el temor entre los soldados, quienes corrían hacia los extremos más cercanos para no ser capturados por las zarpas del animal.

Aquel desesperado acto fue en vano para un puñado de soldados que fueron aprisionados por los dedos y garras del animal, y arrojados contra una pared cercana a la posición de Yudiliar, quien se encontraba arrodillada, aterrada por lo que estaba presenciando. La media docena de defensores que caía viendo su final, lanzaba gritos de desesperación cuando aquellos hombres fueron liberados por su captor, y acabaron siendo silenciados al colisionar contra la superficie pedregosa.

Uno de los cuerpos resultaba ser el de una soldado que recién había ingresado en la unidad de guarnición, aparentando tener unos diecisiete años. Una anonadada Yudiliar veía con sus ojos abiertos como platos como la soldado aún seguía viva, dando muestras de ello con un tembloroso y lento movimiento de su brazo derecho que se alzaba hacia el aire, mirando a la nada con su único ojo abierto inyectado en sangre, dirigiéndose a algo que la joven Naesan no veía. Respiraba de forma forzada por su boca, con una mellada dentadura ensangrentada, pareciendo ignorar las grotescas lesiones que tenía en las piernas y su otro brazo.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora