Capítulo 24 - La Moneda (Parte 1)

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HISTORIA – 21 de diciembre de 2991

Adlar se encontraba tumbado sobre una superficie que le resultaba incomoda y fría, como si se tratara de una pila de piezas pequeñas de metal que juntas formaban un terreno tan duro como una calzada. Cada vez que se movía notaba cómo las piezas se deslizaban con facilidad, generando unos pequeños sonidos estridentes, como si se tratara de diminutas copas de cristal chocando para un brindis. Aquellos sonidos generaban en Adlar incomodidad, molestándole en los oídos, los cuales tapó de inmediato con sus manos para intentar disminuir aquella ensordecedora vibración.

―¿Qué es esto?― se quejó Adlar mientras se ponía sentado, escuchando tras de sí el caer de más piezas metálicas.

Al cesar las vibraciones, Adlar apartó sus manos de sus orejas.

―Debo de estar en un sueño― musitó.

Cuando el joven miro hacia abajo, vio que se encontraba sobre una montaña repleta de monedas de oro, encontrándose a una altura difícil de calcular a simple vista. Al poner su mano en la superficie, agarró una de las monedas que se encontraban allí.

―Para nada, esto tiene toda la pinta de ser cualquier cosa, salvo un sueño― comentó sarcástico mientras miraba la moneda ―, ¿eh?

Visualizando todo el diseño de la pieza, vio que no se trataba de una dirra irchena, pues no contaba con la cara que llevaba grabado el rostro de perfil de alguno de los Generales, ni la parte que contaba con las dos espadas cruzadas hacia abajo. En una cara había un par de ojos, y la otra parecía el mapa del Archipiélago Ircheno.

―Y encima, ni es dinero de verdad― dijo decepcionado mientras se levantaba.

Adlar acabó por tirar la moneda hacia un lado, al tiempo que resoplaba. Sin embargo, pronto se daría cuenta de su error, escuchando de nuevo la poderosa vibración que esa moneda producía.

―¿Por qué suena tan fuerte?― renegaba mientras corría lejos de esa moneda, tapándose los oídos de nuevo.

De no ser porque centró su vista en el camino, Adlar estuvo a punto de caer al momento de llegar hasta el borde del montón, a lo que reaccionó deteniéndose a tiempo. Dando un cuidadoso par de pasos más, llegó a ver lo que parecía ser la panorámica de todo cuanto lo rodeaba, captando ante sus ojos una caída libre de más de cien metros de altura.

La impresión inicial fue tal, que le dio un ligero mareo, haciéndole caer hacia atrás, de vuelta a la superficie de metal, la cual siseo al entrar en contacto con el joven ircheno. Probando de nuevo a ver la impresionante escena que se le presentaba, pudo captar la imagen de lo que parecía ser una extensa llanura, cuyo final no llegaba a contemplar, y en su lugar, veía algo desconcertante, siendo una visión tan fascinante como espeluznante.

Sus ojos captaban enormes estructuras doradas con forma de antebrazo, con una mano abierta estirada hacia atrás. Y en la base de la llanura, entre las dos líneas que formaban las filas de antebrazos, se encontraban varias ciudades que formaban una columna más en ese vasto terreno. Con vértigo, Adlar pudo bajar la vista hasta toparse con lo que había frente al montículo en el que se encontraba, nada más que la única ciudad que reconocía, la Ciudad de Irchar, a la cual, con la altura a la que se encontraba, la veía insignificante, incluyendo el propio castillo, el cual le resultaba desde su posición tan menospreciable, que le costaba creer que se tratara del mismo.

Al fijarse más en el cuerpo de la colosal estructura en la que se situaba, pudo ver que se asemejaba al de las otras figuras doradas que se hallaban en el lugar, concluyendo en que él se situaba en lo que parecía ser la mano, para ser más precisos, al final de entre las dos eminencias.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora