Capítulo 8 - El Informe (Parte 1)

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HISTORIA – 18 de junio de 2991

Cuando llegó la tarde, Adlar, Aomar, Aladar, y el compañero de vuelo de Adlar fueron convocados en el despacho del coronel Fernar, quien estaba sentado junto a un escritorio de dos metros de ancho, lleno de montañas de informes que tenía que revisar, e iluminado por dos velas, la lámpara de araña que había justo encima de los cuatro jóvenes irchenos, y la luz que entraba por las cinco ventanas que disponía la sala. La luz que entraba, mostraba el interior del despacho de paredes de piedra en las cuales había una veintena de armarios con cientos de informes recientes. El suelo de la sala era uno pavimentado por láminas más oscuras, y decorado con una enorme alfombra roja que tenía el emblema de Irchar en gris oscuro.

En el lugar, al lado del coronel, se encontraba de pie el teniente coronel Ayar, escuchando todo cuanto decía el comandante Adgar. El oficial que estaba a cargo de la supervisión de los reclutas mostraba su ira, describiendo aquella pelea como algo inaceptable para chicos que se suponía que iban a ser futuros guerreros de Irchar, cuyo ejército era reconocido como uno fiel a sus propios principios y leal a los suyos, un ejército, cuyos soldados, luchaban como si fueran hermanos. Los gruñidos del comandante se escuchaban de manera estridente entre las paredes del lugar, y parecía que al hablar y quejarse no tenía fin, mostrándose en las caras de Adlar y Aomar—teniendo este último unos pocos moratones en la cara, debido a la pelea que tuvo con Adlar—, quienes tenían caras serias, esperando al momento para dar su versión de los hechos. El coronel solo permanecía callado, apoyado sobre su mano derecha, cansado de escuchar al comandante, y deseando acabar con este asunto.

—Comandante Adgar— pudo decir el coronel entre todo el sermón —. Gracias por darnos a entender sus motivos por los que está molesto, pero me gustaría escuchar la versión de los cadetes, si no es un problema para su persona.

—En absoluto— acabó diciendo el comandante.

—Bien, ¿quién de vosotros empieza?— preguntó con calma el coronel.

—La culpa es de Adlar, él empezó toda la pelea— acusó rápido Aomar.

—Ellos dos dijeron que somos unos tramposos en mi familia, que mi padre heredó el cargo haciendo trampas— se defendió Adlar, señalando a Aomar y a Aladar.

—Eso no es verdad, está mintiendo— volvió a hablar Aomar.

Las excusas transformaron lo que iba a ser una conversación tranquila en una discusión acalorada, con ambos gritándose mutuamente. El Monaguillo, con los ojos aún irritados, permanecía como espectador, sin saber qué argumentar más allá de lo que decía su compañero de barracón. El compañero de Adlar no era más que un testigo de la pelea; solo podía afirmar que intentó detenerlos, algo que el propio comandante mencionó al inicio de la reunión.

El coronel veía que no iban a llegar a ningún lado, de modo, que detuvo la confrontación que estaba habiendo entre los dos jóvenes irchenos.

—Bueno, dado que ninguno de los dos quiere asumir la culpa, no me dejáis otra que poneros a vosotros tres en vuestros informes que habéis tenido un enfrentamiento durante las lecciones de vuelo, y, en los próximos dos días, os pasaréis las horas de descanso haciendo limpieza en los comedores, además de correr unas cinco vueltas más en el área de calentamiento— dijo el coronel como forma de solucionar el asunto.

—¿Yo también?— Preguntó Aladar — Pero, si no he hecho nada.

—Cadete Aladar Odrik, aunque usted no entró en la pelea, si formó parte del motivo de esta, y a menos de que tenga algún responsable, no va a quedar absuelto del castigo— respondió el coronel.

El Monaguillo quería decir que Adlar empezó la pelea, pero entonces entraría también la causa, que era la apuesta, y las acusaciones de que el General de Irchar hizo trampas para llegar al cargo. El joven ircheno negó con la cabeza en poder responder, cosa que molestó a Aomar y a Adlar.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora