Capítulo 18 - La Cripta de Irchar

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HISTORIA - 4 de noviembre de 2991

Tras la declaración de guerra, los isleños de Irchar permanecieron de luto por siete días, para llorar a sus caídos. Durante todo el tiempo de condolencia, todo ciudadano ircheno vestiría una larga camisa blanca que simbolizaba el luto, incluyendo a aquellos que formaban parte del Ejército.

Esos días eran considerados sagrados, como una forma de conectar con los espíritus de las almas que murieron de forma tan vil. Esos días serían utilizados para dar respeto tanto a las víctimas del ataque, como al Todopoderoso Oriennón, de quien se creía que estaría presente entre ellos, aguardando la despedida que se daban los vivos y los muertos, con el fin de llevarse a estos últimos al Mundo Espiritual.

Al ser un tiempo sagrado, no se permitía ningún delito, ni siquiera uno menor, pues sería una falta de respeto para los caídos y para Oriennón, y su pena no sería nada piadosa para nadie.

Todos los familiares fueron al Templo de Irchar, donde bajarían hasta una enorme cripta, cuya estructura se mantenía sujeta gracias a unas gruesas y enormes columnas de piedra. Allí, se encontrarían con los largos e inmensos columbarios de todas las familias que existían en Irchar. En el nicho se guardaría la urna funeraria del difunto, conservando lo que quedaba de él en el Plano Terrenal, al igual que sus pertenencias más preciadas, y los regalos de sus allegados. Cuando se dejaba en el lugar, un servidor de Oriennón ungía con aceite de unción el recipiente donde se guardaba las cenizas, recitaba unas oraciones sagradas, y se sellaba el lugar con una lápida.

En la piedra, se gravaba el nombre del difunto, con sus dos apellidos ―el primero del padre, seguido del primero de la madre―; los nombres de sus padres; y también frases como: "Tu familia no te olvida", "Siempre te recordaremos" ...

Una vez que estaba puesta la piedra, en su altar se dejaba las flores, las velas que se le encenderían, y su retrato de su rostro enmarcado con un portarretratos.

A los soldados que cayeron en batalla, se les daba una amplia sección repleta de columbarios del mismo tamaño. La diferencia que tenían con respecto a los civiles, era que en sus lápidas se gravaba de manera que cupiese su hazaña, o la causa de su muerte durante su acto de servicio. Además, contaban con el emblema de la nación tallado en la piedra que cubría el nicho. Lo mismo sucedía con aquellos no combatientes que pudieron lograr una gran aportación para la sociedad isleña.

Los seres queridos de los difuntos de la noche del Baile Virgen, en la cual se estima que murieron mil personas ―más de la mitad civiles―, se encontraban llorando por la pérdida de aquellos seres que ya no estaban, recibiendo los consuelos tanto de los clérigos, como de los familiares más fuertes y que habían aceptado la partida del pariente. Pues ahora, solo se podía asumir la ida del allegado, asimilar que ya no había vuelta atrás, que ya no volvería.

Adlar, se encontraba junto con el séquito de su padre, para honrar con él, y con su familia a todos los caídos. Aunque existía el hecho de que todos vistieran el blanco, y no llevaran ninguna ornamentación para ser distinguidos de otros, ser representados en ese momento como similares, en la práctica había ciertas diferencias. La presencia de los mandatarios era fundamental, pues era la forma que tenían de dar respeto a todos los ciudadanos, aunque la diferencia era que estos tenían la libertad de reverenciarse ante sus líderes o no.

Algunos se molestaron en saludar al General con una inclinación leve, otros solo prestaban atención a los sermones de los religiosos ―quienes eran los que mayor atención recibían en esos momentos―, oraciones que escuchaba también el propio Adlar.

Según se decía, y entendía Adlar, podía existir la posibilidad de haber algo más después de la muerte, de no ser el final, sino ser otro sendero que conectaría todo cuanto se conoce con lo desconocido. O al menos, eso era lo que se creía en la religión oriennonita, y lo que decían los guías espirituales, o estudiosos del Mundo Espiritual.

Las Guerras de Oriennón (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora