XXIII

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A la mañana siguiente Austin se levantó por un dolor punzante en la sien, apoya la cabeza contra su mano, sintiendo como si esta quisiera estallar en miles de pedazos. De pie, en un ajustado boxer negro, boca seca y muy mal humor para tan temprana hora de la mañana salió de la cama y camino hacia la cocina. ¡Mierda, su cabeza estaba siendo taladra! Tomo agua deprisa, deseando aligerar la falta de líquido de su cuerpo a causa de la gran cantidad de alcohol que aún debe correr por su sistema , y se tragó dos aspirinas. Ni siquiera podía pensar con claridad como había llegado al departamento, sin embargo, si sabía la causa de su borrachera. Inhalo y exhalo irritado.

Mireia..., esa bruja era la causa de todos sus males. Había intentado en esos últimos tres días no buscarla, alejarse totalmente de lo que sea que estuviera creciendo entre ellos, no obstante, no pudo, ella simplemente lo había cautivado de una manera que ya ni siquiera podía ver o pensar en otras chicas que no fuera ella.  No debería estar allí, debía estar en España resolviendo sus problemas y no detrás de ella, no después de haberla visto tan cerca de otro hombre. Sin embargo, tampoco podía solo apartarse, no después de haber provocado el dulce sabor de sus labios o en lo apasionante que se convierte al ponerle una mano encima..., al acariciarla.

—Al final su amigo terminara teniendo la razón... Mujeres como Mireia, con el mundo a sus pies no andan con cualquier hombre... —susurró mientras emprendía camino a la habitación. No es que él tuviera baja autoestima, pero si era consciente ella se rodeaba de hombres que disfrutaban de muchísimo más poder del que él poseía además de gozar un mejor físico.

Austin se duchó con la mente atiborrada en pensamientos. Mireia terminará volviéndolo loco, de eso ya estaba enterado.

Tuvo la tormentosa necesidad de querer ir a buscarla, exigirle una explicación de lo que había visto, tomarla por los hombros sacudirla por haberle hecho pasar un mal rato para luego tomar posesión de su boca con deseo, como si no fuera a existir un mañana... Pero no lo hizo, ellos no eran nada, en cambio pasó todo el día encerrado en las cuatro paredes de su apartamento trabajando, pronto volvería a su país, ya no buscaba nada allí.

Trabajo, se sumergió en infinitas llamadas de la oficina, limpió el departamento, hizo ejercicios, volvió a ducharse y continuó trabajando; Aún tras hacer todas estas cosas Austin sentía cómo el día no avanzaba..., parecía quedarse estancado en las mismas horas sin querer llegar a su fin, se estaba volviendo paranoico. La noche fue toda una tortura, de ninguna manera lograba conciliar el sueño, no era una persona que tuviera problemas para dormir, sin embargo esa noche por más que trato caer en los brazos de morfeo entre invocarla y desear buscarla se le hizo totalmente imposible.

El sábado cuando el sol hizo su aparición Austin lo agradeció internamente, incluso estuvo a poco de aplaudir por ello, parecía un preso que después de muchos años encerrado volvería a ver su carta de libertad. Una ves tomo una ducha encendió el computador buscando ahogarse en trabajo, no obstante, lo recibió todo lo contrario, unos pocos emails los cuales ya a media mañana los había contestado y además terminado lo poco pendiente, de modo que sin tener nada más en lo que ocuparse optó por salir. Por largas horas anduvo por la ciudad sin detenerse en ningún lugar en especifico, sabía bien con que intención había salido aunque no lo acepte, era un terco.

A las doce de la tarde, con el auto estacionado delante la empresa en donde su dolor de cabeza laboraba recostó la cabeza sobre el volante, Justo eso temía.

—Aún después de estarla evitando a toda costa terminó buscándola. —murmuró para si mismo, abrumado. —, Tenía que ser una broma... Ella lo había rechazado un millón de veces y ahí seguía él, como un idiota tras ella. —golpeó el volante con el puño, frustrado, y salió de allí antes que recordara lo mierda que Mireia lo estaba volviendo.

Al borde del precipicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora