XIII

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A la mañana siguiente Mireia despierta con una punzada en la cabeza. A lo mejor tomo mucho más de lo que recuerda. Abre los ojos a la vez que se lleva una mano contra la cabeza. ¡Maldición! El dolor incrementa con los rayos candentes del sol. Se aparta las sabanas del cuerpo y nota como esta tan solo cubierto por la ropa interior. Abre los ojos sorprendida y terriblemente asustada.

No puede ser posible. —murmura en voz baja y amortiguada.

¿Qué paso anoche? Recuerda haberse marchado al bar del hotel después de la reunión y quedarse allí bebiendo copa tras copa, recuerda como ni siquiera se había detenido a respirar entre trago, solo lo llevaba a la boca y bebía su contenido.

Bufo tirándose contra la mullida cama, buscando en su cabeza los demás recuerdos de la noche anterior. Puso los ojos en blanco al recordar todo, sin olvidar absolutamente nada para su mala suerte, ni siquiera cuando lo buscaba loca por tenerlo entre sus piernas. Sintió sus mejillas calentarse y tornarse rojizas al recordar su apuro por sentirlo. Oculto el rostro entre las manos, como si estuviera escondiéndose de él, aun sabiendo debe estar a suficiente distancia de ella.

¿Cómo demonios pudo haber hecho todo aquello? ¿Porqué le tuvo que haber hablado de cosas que solo le competen a ella? —se cuestiono, sintiendo como la furia se abría paso en su sistema a la vez que la vergüenza. —. Ahora él sabia mucho más de su vida, cosas que no debería de saber nunca. —volvió a incorporarse y recostar la espalda contra el espaldar, con las rodillas elevadas y los hombros apoyados en ellas. Atrapo el labio inferior entre los dientes, conteniendo las lagrimas.

¿Ahora cómo lo vería a la cara? Ella se había mostrado débil ante él y eso la pone colérica. Sin embargo, no puede mentirse, lo que realmente le enoja es saberse despreciada por él mismo hombre que la hace arder. Si aun le quedaba rastro de la estúpida idea de hacerlo su amante ya no, se había esfumado luego de lo sucedido anoche.

—Ya despertaste. Pensé que me iría sin ver como amaneciste. —todo el cuerpo de Mireia se tensa al escuchar una voz a la distancia. Sabe bien a quien le pertenece. Ladea el rostro y lo ve caminar con tan solo una toalla blanca alrededor de la cintura, cubriendo parte de su desnudes. Muerde su labio inferior al ver como pequeñas gotas de agua se deslizan por su pecho. —. ¿Qué tal te encuentras Mireia? —le pregunta, una vez se detiene al lado del sillón en donde dejo su ropa doblada, con los brazos cruzados. Verla observarlo con las mejillas sonrojadas, los ojos brillosos y recién levantada le pareció perfecta. Deseo haber podido despertar a su lado, pero no podía, con ella debe mantener distancia pues nunca se sabe que esperar.

Mireia lo veía con mirada hambrienta, pero al ser consciente de sus ojos sobre ella aparto los iris de su cuerpo. Él la observa con una ceja enarcada y la seña de una pequeña sonrisa ladeada. ¿Se estaría burlando de ella? Maldición, sentía como la vergüenza se hacia mas grande al tenerlo cerca. No sabe que hacer, no quiere escucharlo mencionar algo acerca de lo ocurrido o de como la había echado a un lado al intentar besarlo, de modo que opto por lo que cree mas sensato, hacerse la que no recuerda nada.

—¿Qué haces acá? ¿Yo te e dejado pasar? ¿Tu me desnudaste? ¿Qué diablos haces en mi habitación? —lanzo las preguntas al aire, con los dientes apretados y una mirada escrutadora. Austin frunció el ceño anonadado, esperaba hablar con ella referente a lo ocurrido la noche anterior una vez se despertara, tal vez también invitarla a almorzar y así tratar de hacerla sentir mejor ya que supuso aun se sentiría mal. Sin embargo, no le paso por la mente la posibilidad de que su borrachera fuera tal que no recordara nada. ¡Demonios!.

—¿No recuerdas nada? —cuestiono, viéndola apretar la sabana contra su cuerpo. Empezó a vestirse allí mismo, sin saber muy bien que palabras utilizar con ella, bajo su mirada curiosa. Mireia puso los ojos en blanco sin poder creer lo que hacia, jamas pensó se cambiara justo delante de ella. Sintió como todo su rostro se calentaba elevándose a temperaturas alarmantes, al ver como sus músculos se contraían al subirse los bóxer. Tuvo que apartar la mirada para no seguir mirando, a la vez que negaba con la cabeza de un lado a otro.

Al borde del precipicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora