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Y ahora que? ¿Qué se supone que debía hacer? Nunca fue una opción el dejarlo ver el interior de su casa, si quiera el frente, pero de alguna manera ya lo sabia, muy a su pesar. Además, ya no podría simplemente dejarlo ir como si nada, no después de su abuela haber escuchado la buscaban. Están curiosa que no se quedaría con solo decirle que quien la buscaba tuvo que marcharse. 

Por otro lado, él le había dicho debían hablar ¿Querrá hablar sobre lo ocurrido en España? ¿Sobre esa chica con la cual parecía estar engañándola con ella? Maldición. La cabeza le empezaba a dar vueltas y la sangre a bullir con cólera por todo su sistema. 

Las cosas se estaban complicando cada vez más. Tal vez, a pesar de sentir como la ansiedad empezaba a incrementar de solo imaginarlo, la mejor opción si será alejarse uno del otro. 

A decir verdad, en ese momento ya se encontraba mas que cansada, agotada. Las mejores personas siempre terminan marchándose. Era el turno de Austin, lo sentía en el alma.  

A veces, imaginaba y se permitía aceptar que como su familia le fue arrebatada ya la vida no le quitaría más. Que equivocada estaba. 

Entre tanta melancólica llego él, Austin a darle una bocanada de aire fresco y así como llego sentía se marchaba, de pronto y sin esperarlo. 

—Mireia... Mireia... —escucho ella a la distancia, sacándola de sus perturbados pensamientos. Parpadeo repetidas veces, ladeo el rostro y los enfoco. Su abuela, Austin, su tía y prima las observaban sonrientes. 

—¿Me decían algo?— pregunto, tomando el tenedor y probado bocado. La verdad es que se le había quitado el hambre, no obstante, no podía dejarle la comida sin tocar a su abuela. 

—Nada cariño, solo que tu amigo aquí nos mostraba la foto de la apertura en Madrid. Te veías preciosa mi niña. —murmuro Miriam, sonriente, al lado de Austin. Mireia una vez atravesaron la puerta del comedor había insistido en sentarlo a su lado, para poder asegurarse que no dijera nada que los comprometiera a ambos, sin embargo, no lo logro, su abuela le hizo espacio a su lado y a pesar de oponerse él termino haciendo todo lo contrario. Estuvo tentada a invitarlo a irse, pero tuvo que tragarse el terrible deseo. 

—Gracias abuela? —musito en voz baja, elevando la mirada tan solo un segundo para luego regresarla a su plato, evitando sus atrayentes ojos, para ello tuvo qe hacer acopio de toda la fuerza de voluntad que no poseía. —. Próximamente me estaré llevando a Paola para la empresa. Claro que en sus tiempos libres. —dijo, cambiando de tema radicalmente a uno más seguro. De solo pensar en España sus pensamientos volaban a aquella noche, con ambos desnudos mientras conversaban sobre la cama deshecha por haber revuelto sus colchas haciendo el amor. 

—¡Ahhh! —grito Paola emocionada. —, claro que si prima, me encantaría empezar a trabajar contigo. —chillo ella emocionada. Mireia mostro una sonrisa ladeada. Esa joven con su efusividad siempre lograban robarle una sonrisa. 

—Necesito a alguien de confianza dentro Pao..., entonces, ¿Quién mejor que tu? — a decir verdad, Mireia nunca se imagino involucrando a alguien de su familia en el trabajo, pero cada vez se hacia más necesario. Era muy consiente que Thomás no dejara las cosas como están, lo presentía y ella no dejaría lo que su padre formo con tanto esfuerzo en manos de alguien que no lo mereciera. Por ende, si en algún momento llegaba a pasarle algo necesitaba a alguien que fuera de su absoluta confianza para dejarle la empresa. 

—¡Claro que si! Trabajare duro y te ayude en todo prima. —exclamo alegre, con las pupilas exaltadas de felicidad. 

—Lo sé cariño. —susurro, con el corazón comprimido. Mireia se puso de pie, boto la comida en el basurero, dejo el plato en el fregadero y tomo un vaso de jugo de naranja, de espaldas a las cuatro personas sabia tenia obsérvanosla. 

Al borde del precipicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora