XVI

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Mireia sentía la cabeza pesada y un tanto aturdida, a lo mejor por el impacto. Los ojos se le humedecieron a medida que la respiración se le volvía irregular y el corazón late con prisa tronando contra su oídos.

Los recuerdos daban vueltas adueñándose de sus pensamientos, oprimiéndole los pulmones y entorpeciendo sus sentidos. Intento gritar contra aquella áspera mano, sin embargo, la garganta seca le duele y escuece al intentar hacerlo.

Entonces, con las pocas fuerzas que le dejaron los nervios empezó a golpear a ciegas, lanzando golpes por los aires, buscando alejar a quien sea que este sobre su cuerpo.

El desconocido al sentir como Mireia se removía frenética entre sus brazos le sujeto ambas manos contra la pared, sobre la cabeza y acortando la poca distancia que quedaba entre ellos se adhiero a su cuerpo, escondiendo la cabeza en su cuello, perdiéndose en el dulce aroma de su perfume.

—Tranquila Mireia..., soy yo. —musito quedo, impactando su aliento con olor a menta contra su piel, haciendo que una corriente eléctrica atraviese el cuerpo de la mujer y la haga temblar. Ella no necesito que le pronunciara su nombre con palabras, reconocería esa voz incluso en los confines del infierno, por que él era su demonio al acecho.

—Eres un idiota, por no decir algo peor. —susurro ella, soltando de golpe todo el aire no sabia estaba conteniendo y volviendo a encontrar su voz. Si no tuviera las manos inmovilizadas estaba segura se las llevaría al pecho, tratando de acompasar los latidos alocados de su corazón.

Se había pegado un buen susto...

—¿Por que soy idiota? —cuestiono, sacando el rostro de la unión entre su hombro y cuello, con una pequeña sonrisa ladeada en el rostro. Por su mente nunca paso arrastrarla hasta las escaleras de emergencia y encerrarla allí, no obstante, ella no le dejo otra salida, estaba huyendo de él, de modo que fue lo mejor que pudo ocurrirsele al darse cuenta que debía pasar por frente a esa puerta para poder salir de la habitación.

—Según tú, no lo sabes. —masculló mordaz, él negó con la cabeza de un lado a otro, mordiendo su labio inferior. Su simple presencia lo vuelve loco. Mireia bajo la mirada al labio atrapado entre sus dientes, deseando ser ella quien lo estuviera mordiendo y luego pasarle la lengua para quitar el pequeño escozor. —. Por haberme asustado, imbécil. ¿Y si hubiera estado armada? Para estos momentos ya estarías muerto. —susurro, achicando los ojos y escrutándolo con la mirada.

—A lo mejor... No obstante, no me importaría morir si fuera por tu causa. —anuncio, con mirada traviesa. Austin escucho su risa baja brotar del interior de su garganta, como si de una hipnotizante melodía se tratara, con las pupilas brillosas y los labios pintados de rojo entre abiertos; Se le antojo perfecta, así, sin la mascara que suele llevar puesta todo el tiempo.

—Eso si que fue estúpido. —mascullo por lo bajo, removiéndose para que por fin le soltara las manos, sin embargo él afianzo el agarre contra la pared.

—¿Si verdad? —asintió en respuesta, con una pequeña sonrisa vergonzosa en los labios. Hacia tanto tiempo que no reía que haberlo echo se le hizo tan extraño como nuevo.

Austin no le quitaba los ojos de arriba, aunque quisiera no podría apartarlos, su rostro era demasiado hermoso como para perder el tiempo mirando algo menos interesante. Mireia ladeo el rostro y mordió su labio inferior, tratando así de contener la respiración y la excitación que empezaba abrirse camino entre sus venas. La intensidad de sus ojos la estaban quemando como si fueran lava ardiente y la hacían pensar y desear cosas que a lo mejor nunca podrá tener.

Mireia sentía como las pequeñas carias provocadas por la yemas de los dedos de él sobre su mejilla le hacían arder la piel. Le sostuvo el mentón entre la mano y le voltio el rostro obligandola a mirarlo de frente. Ya no pudo seguir evitando sus ojos como había estado haciendo. No pudo apartar los ojos de las constelación que vio a través de sus iris ni aunque hubiera querido, quedo atrapada en la belleza del color de sus ojos y encantada con la intensidad de su mirada.

Al borde del precipicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora