XX

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Eran tan solo dos preguntas, pero que en su cabeza parecían convertirse en miles o mejor dicho, millones de ellas. Rasco su cuero cabelludo indecisa. ¿Debería hacerlo? ¿Podría hacerlo? ¿Pasaría toda la tarde en el mismo lugar en donde una vez probo el dulce placer de la feliz?

Aun podía ver a Eric flotar en el agua, bailando sobre la arena, corriendo con los pies descalzos con ella acuestas, su enorme y deslumbrante sonrisa... Mamá todo el tiempo acostada sobre alguna tumbona tomando de algún jugo natural, papá admirando las pequeñas cosas como aquel paisaje. Todo era perfecto. Ahora lo veía tan lejano, todo lo que solía ser a distancia de poder alcanzarlo. No volvería a verlos aunque eso le continuara creando una zanja en medio del pecho.

—¡Vamos Mireia, anímate! —lo escucho gritar a pocos metros de distancia, con las cejas fruncidas y boca dejando ver una media sonrisa, interrumpiendo sus quebraderos de cabeza. —No te lo pienses tanto ¡joder! Pareces anciana. —termino, mientras agarra las solapas del saco y se lo quita para después la camisa seguir el mismo camino de la prenda anterior.

Mireia abrió los ojos desmesuradamente, sin poder creer lo que se estaba atreviendo hacer. Se había despojado de todas las prendas que le cubrían el torso, dejando sus brazos y medio cuerpo al descubierto. Debería estar acostumbrada a sus arrebatados, sin embargo, no lo estaba, todo lo contrario. Sintió como su boca se le resecaba y una corriente eléctrica le atravesaba el cuerpo poniéndole todos los pelos de punta. Se sentía idiota por calentarse de solo verlo.

—¡¿Pero que haces?! —chillo acalorada. A Austin la situación le causaba gracia, por lo que sonrió con egocentrismo, viendo como sus mejillas tomaban un ligero rubor rosa y deseando sacarla aun mas de su zona de confort, desabotono su cinturón quitándolo de un solo movimiento, luego bajo su pantalón bajo los ojos inquisitivos de aquella adorable mujer.

Mireia no sabia como debía actuar, se suponía que apartara la vista sin embargo, no pudo hacerlo, no podía quitarle los ojos de encima a ese ardiente cuerpo de revista, a como sus músculos se contrarían con sus movimientos bajo los rayos del sol o de como un apretado bóxer gris cubría su masculinidad. Es divino... con un demonio, es un dios del olimpo. Sus libidinosas iris se paseaban de arriba hacia abajo con detenimiento por el cuerpo descubierto del hombre, hasta que fue consciente debía parecer una acosadora observándolo de ese modo, no obstante, a él no parecía importarle. 

Necesito inhalar y exhalar varias veces para juntar las fuerzas suficiente de apartar la vista de tanta tentación.

—Listo. Ahora te toca a ti. —dijo, poniendo ambas manos en sus angostas caderas y sonriendo con autosuficiencia, acto que deseo borrarlo de un buen golpe por estar burlándose de ella en su cara.

—¿Acaso me estas diciendo que me desnude acá? ¿En plena playa y delante tuyo? —cuestiono, haciéndose la desentendida. Arqueo una ceja interrogativa, se acaricio el labio inferior con el pulgar y paso todo el peso de su cuerpo a la pierna izquierda haciendo que el tacón de la zapatilla se incruste aun más en la arena.

—Por supuesto que si. ¿Cuál seria el problema? el lugar esta desierto, nadie mas que yo te vería. —aclaro divertido, como si esta no pudiera ser consiente de las cosas. Mireia sonrió.

—Estas loco. Es claro que no te daré ese gusto. —anuncio, tomando las bosas, dándose vuelta, dejándolo ahí, de pie con su magnifico cuerpo a la vista y cara de idiota con todo un mundo bajo sus pies. Si la tarde empieza así de caliente no quiere siquiera imaginar como podrá resistir el día con tanta tentación al aire. 

—¡¿Pero, por que no? ¿y... a donde vas? —grito él a su espalda, observando el provocativo movimiento de sus caderas al caminar, enardeciéndolo y excitándolo de inmediato. Esa mujer será su perdición, ya le había quedado lo suficientemente claro.

Al borde del precipicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora