Capítulo 29. Boceto maldito

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Los días parecían haber aumentado sus horas, dos veces al día reportaban las mismas malas noticias, ningún grupo de guardias llegaba completo con el pasar de los días, los mensajeros traían los mismos inútiles detalles. Quise mostrarle tal cual iban las cosas en el reino a Marta, sin embargo, Erick lo hacia cada vez más difícil, ella seguía criticando mi insolencia por dejar escapar lo que tanto le había costado traerme; "Que ella no me sonriera...era por su culpa". Cada uno de mis sirvientes le servía, en la mesa no había momento en el que uno de los mensajeros interrumpiera con la desaparición de uno más de los guardias, sus ojos son tan calmantes siempre que los imagino al amanecer, que me cuesta asimilar que pronto cambiaran a decepción, de no cuidar bien el reino. 

Su penetrante rostro al ver al hechicero caminar por los pasillos con las cadenas de humo en sus pies, le recordaban lo insignificante que era su progreso, que tuviera al único rival digno de mi en desventaja, solo me dejaba como una cobarde, viviendo con el miedo del que pueda escapar, de derrotarme como siempre lo ha querido, esto no hacía más que ponerla furiosa. "Que ella no estuviera orgullosa de mí, era culpa tuya, tuya y solo tuya Erick".

"Caminaba detrás de ella con toda mi velocidad que mis piernas prestaban, perdida en su cabello negro que en cada semana más se desvanecía en gris, jalándome del brazo al cruzar las calles, hecha fuego, odiaba verla así, siempre enojada por mi culpa, gruñendo por mi culpa, estresada por mi culpa, pues había pasado otro día en el que mi debilidad me había dejado incapaz de impedir moretones en mi piel, todo por mis estúpidos compañeros.

¡Es la ultima vez que te dejas golpear! —me dijo en cuanto llegamos a la casa, tras azotar la puerta detrás mío.

Si, si, si, lo prometo...—no dejo que terminara mi frase, de igual forma, siempre terminaba diciendo lo mismo, volvía a llegar con moretones, mi cabello se caía mucho por todos los jalones y chicles que pegaban en el. Y como siempre, me mando al rincón a pensar; en el cómo me defendería la próxima vez —Si, esta vez me defenderé —susurre hacia la pared. Estaba cansada de que mi frente terminara siempre recargada en las telarañas de la esquina, a veces hasta que la noche cayera, estos castigos tenían rostros por los que cada noche imploraba no tener que ver el día siguiente, y como siempre...yo era muda.

El día posterior, tomé uno de los utensilios mas afilados de la cocina, y lo escondí en mi mochila, los niños que me golpeaban no se esperarían esto. Era la hora, al llegar a la esquina en donde ella y yo nos separábamos, esa fría esquina donde el soplo del viento aumentaba y huir se volvía imposible, respire tantas veces con fuerza que mi estomago comenzó a dolerme, a lo lejos vi a los cuatro niños preparados, con una sonrisa horrible y un bate de beisbol que azotaban suavemente en sus palmas repetidamente...mis manos temblaban —no tiembles, no tiembles, no tiembles —me repetía mientras abrazaba mi mochila, tome el picahielos al meter mi mano entre mis cuadernillos, estaba lista y, al verlos acercarse, sentí una gran aceleración en mi pecho, en ese momento mi puño se desato, mis palmas enfriaron y entonces, corrí con las manos vacías, corrí mientras lloraba de decepción, otra vez, había sido una inútil. Quería que ella me abrazara, quería que me dijera que nos cambiaríamos de ciudad, y si fuera posible de cuerpo, quería que me acurrucara en mi cama y me cantara mientras abrazaba mi almohada. La necesito.

Así que la seguí, deje esa tonta esquina y fui tras ella, trabajaba en el museo de Bezmeck, me escondí en el estacionamiento, para mi suerte había muy pocos autos ahí estacionados, en cuanto menos me lo esperaba, vi su sombrero con el que salió esta mañana, se dirigía a los vestidores de los empleados, "me regañara si me descubre", entonces subí a un auto enorme, con una lona atrás, en donde podía esconderme muy bien, había muchas cajas ahí arriba, estaba segura de que podría ocultarme en una de ellas; así que abrí una al azar con el picahielos que ocultaba en mi mochila, escuche los pasos aproximarse al estacionamiento, el tiempo se me terminaba, me introduje sin pensarlo más, mi tamaño hizo fácil la tarea. 

Glyfalia. "El Libro Perdido"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora