Cap.2. Humo de papel

122 16 30
                                    

Caminó lentamente por los rincones de la ciudad, no porque quisiera disfrutar de los paisajes más a detalle, si no que sus fuerzas solo daban para dar apenas tres pasos en solo penas cinco segundos. Sin saber el final de su destino, miro la hora y se asombró de que apenas había pasado sesenta minutos, esos que había sentido como tres días en un lugar aislado, los pies le dolían por el gran tacón que portaba, pero lo ignoro, nada más dolía que su corazón en este momento. Hasta que llego esa loca idea de dar la vuelta, le comían sus pensamientos negativos, sintió que todo se resolvería con una buena explicación, no podía asimilar que se había ido del amor de su vida así de fácil, Verónica nunca fue una mujer competitiva, pero tenia que luchar por lo que amaba. Lo perdonaría una, y mil veces.

Al cerrar sus ojos solo podía ver el rostro de aquel chico que le robo sus suspiros desde hace dos años, quizás más desde que lo tuvo junto a su pupitre en la universidad, presiono su puño con fuerza para no regresar, necesitaba que su corazón dejara de desgarrarse, el sonido era tan fuerte que apenas si escuchaba a su cerebro funcionar; recordar esa escena y ordenarle a su cuerpo no volver. Pero todo fallo al sentir el delgado trozo de oró en su dedo anular que Daniel le había regalado. Por un lado, no podía, era muy difícil dejar que la verdad se fuera, quería irse y no verle de nuevo, pero lo amaba tanto que mirar el anillo la destrozaba aun si ya estaba hecha polvo, pasar sus dedos por ese pequeño detalle, encontraba la manera de pisotearla más.

Se sentó aun con lágrimas cayendo sobre sus piernas ¿Cómo se lo diría a sus padres? Estaban tan entusiasmados por llevar a su hija mayor al altar, que incluso se habían comprado un conjunto para ese momento aun sin vivir juntos, nunca los había visto tan emocionados. Esto seguramente los destrozaría, odiarían a Daniel, después de compartir navidades en la misma mesa riendo como si lo conocieran de toda la vida.

Después de minutos practicando conversaciones mentales sobre como decírselo a todos, una pregunta llego de golpe ¿De quién eran esas prendas? Entonces todo su rencor se hizo notar en cuanto sus manos volvieron a formar puños y golpear una vez la banca en donde se encontraba sentada. No pudo más, seco sus lágrimas con su brazo y caminó en busca de su respuesta, si esto terminará, no se quedaría con información a medias. Siguió con firmeza, aun con dolor en sus tobillos, las lágrimas se habían secado desde cuatro cuadras atrás, mientras la furia recorría todo su cuerpo.

Toco la puerta varias veces, llevaba más de dos minutos esperando, sus manos ya no podían estar quietas y ella seguía sin obtener respuesta, tal vez no la escuchaba, la casa de Daniel era muy grande. Recordó que había venido tantas veces, que él le dio una copia de las llaves, entonces abrió la puerta y lo busco con la mirada, quiso llamarlo a gritos, pero se arrepintió al escucharlo hablar desde la habitación principal.

— ¿Ya vienes? Necesitamos hablar, Por favor...—Hablaba por teléfono eso era seguro. "Era ella" pensó Verónica, ahora que lo tenia de cerca no dejaría que sus palabras siguieran atoradas en su garganta, entro con el mentón el alto y el brinco del susto. — Te dije que te fueras, Verónica

— No, hasta que me digas ¿por qué? —El hombre guardo silencio, mientras dudaba en responderle, le sorprendió lo pronto que la mujer dejo de llorar — Dímelo, y me iré de tu vida.

A pesar de la situación. Daniel no podía negarse, había compartido momentos tan divertidos con ella desde que la conoció, que realmente había disfrutado con ella el éxito de algunos de sus proyectos; después de todo sabía que ella estaba locamente enamorada de él.

—Esa ropa. Jamás hemos tenido intimidad ¡Nos conocemos desde hace dos años! ¿Porque con ella sí? ¿Por qué jamás me pusiste un dedo encima?

— Estas equivocada

Unos pasos sonaron corriendo deprisa detrás de la mujer de vestido azul.

— la puerta estaba abierta Daniel así que...—hablo de manera desesperada al entrar una voz extraña, tanto que, al percatarse de Verónica, se detuvo— Debo irme.

Glyfalia. "El Libro Perdido"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora