Capítulo 42. Las cortinas rojas

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Un roca choco en el ventanal de su habitación, el sonido fue débil. No fue nada normal, pues se comparó al de una rama estampar por otra persona, se giró tan rápido que distinguió que ese sonido tan fuerte lo habría provocado una de las hojas de los árboles, algo tan insignificante no podría ocasionar tanta frecuencia. De repente escucho los pasos de su madre acercarse, estos rozaron una de las tablas flojas que el castillo tenía bajo las escaleras ¿Cómo es que la escuchaba desde tan lejos?

Intento identificar el sonido del pasillo en donde mantenía a Marga, unos metros a la derecha de las escaleras, inclinando su barbilla sintió un ligero espasmo en su cuello cuando se concentro en lo que quería, así pudo escuchar la armadura de dos guardias que se saludaron chocando los puños justo en ese pasillo. Creyó que soñaba hasta que escucho pronunciar la fecha posterior a la de su divino té con Lepuef: 19 de septiembre. Aun no lo creía, entonces intento llegar hasta la cocina, tenia que recorrer la distancia de dos salones más, tomo aire y lo intento, relajando su cuerpo, esta vez su cabeza punzo con cada gemido de esfuerzo, lo describiría como hilos jalándole superficies aleatorias de su cabeza.

Cuando estaba a punto de llegar hasta la meta, los sonidos se cruzaron y no pudo controlar el volumen de estos, las pisadas de los guardias, el canasto de las recamareras que eran levantados de las habitaciones cercanas lo distinguía como si ella les siguiera, las puertas y las cortinas que eran abiertas por los sirvientes intensificaron al igual que los pasos de quienes recorrían una pequeña parte del castillo, hasta que los susurros de una mujer preocupada vagaron en el baile de la tortura auditiva de la reina.

Reconoció su voz, intento que su recorrido se detuviera solo para concentrarse en ella, negaba con la cabeza aguantando las punzadas de sus tímpanos. "Maldita jirafa, debió decírmelo antes" persistía en que los guardias dejaran de moverse, "Odio estar aquí" afirmo apretando los dientes, lo pudo escuchar, incluso el chasquido de sus labios, quienes fueron el descanso para sus oídos, su sentido había vuelto a la normalidad; aquella voz era experta en manejar sus emociones, le había calmado y le había roto al mismo tiempo, al bajar la mirada se percató de unas gotas rojas sobre sus sabanas blancas, su nariz dolía mucho.

Cuando la perilla de la puerta giro cubrió aquel rastro de su tortura con una almohada, si tan solo se hubiera quedado dormida, la sonrisa de Marta tendría credibilidad. La mujer de bufanda entro con el rímel corrido hasta la cama, envolviendo a la pelirroja en su pecho como antes lo hacía, era extraño que ya no escuchara su corazón latir, o quizás era la primera vez que intentaba mirar detrás de la puerta a su madre.

—¡Que milagro ¡—mostro sus dientes mientras le acariciaba el cabello con ambas manos, obligándola a ver cada facción de su rostro poco arrugado. La menor miro la chimenea que seguía encendida recordado lo que había ocurrido con la manta que creía irrompible; ahora que tenia sus manos en ellas como tanto lo anhelaba en el invierno, notaba lo frías que eran, sus ojos esta vez no la engañarían bajo el techo, sin el amanecer no había brillo del cual cegarse y ceder de nuevo, tal y como lo esperaba al abrirlos ante su hija. En donde sus iris eran el refugio, el telón cayo —¿No vas a decir nada, Carolina?

—¿Por qué lo hiciste? —su madre cerro los brazos cabizbaja, su parpados apenas se movieron, porque supo de inmediato a lo que se refería. No volvería a arriesgarse —¿Por qué lo hiciste, Mamá?

—Ibas a morir.

—Tu ya me has matado, he perdido la cuenta —Respondió y la puerta de la habitación se cerró. Habían discutido varias veces antes, sabia que en algunas de sus respuestas ella rompería algo, pero esta vez el hablarle sin apartar la mirada de sus lúgubres pupilas, le permitió el control.

—Sigues recuperándote, basta ya.

—¿Tienes idea de cuantos jarrones he roto en una misma noche escuchando tus quejas? ¿Sabes lo agotador que son los recuerdos? En donde no hay ninguno en donde no estes tú, ni esa tonta vida que llevábamos. No tienes ni la más mínima idea de lo placentero que era quitarme el collar, mis pulmones lo anhelan ahora y —su nariz volvió a gotear.

Glyfalia. "El Libro Perdido"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora