Capítulo 41. Un pequeño error.

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La mujer rubia decidió permanecer sentada en cuanto se dio cuenta de que la voz que se dirigía a ella provenía del fuego, ese que bajo la intensidad de sus llamas en cuanto toda la superficie se torno rojiza, se poso en flor de loto mientras esperaba que el humo se presentara, a pesar de que sentía las olas del fuego en sus piernas, este no le dañaba, por alguna razón sabia que este cuidado no era por obra del amuleto, ella insistió en saber con quién hablaría.

Ya no soy quien aprendí ser. Hace años que no lo soy y me duele —desprendió chispas, su voz le recordaba a su niñera que le ayudo a caminar, tan pacifica y segura que relajo los hombros al escucharle, intento distinguir entre una voz afeminada o masculina, si tuviera que describirlo no sabría por cual decidirse —No tengo manos para luchar por mi reino, no tengo rostro en el que puedan confiar, de todos mis sentidos los ojos son los únicos que la tierra aún mantiene vivos, he visto el sufrimiento y la preocupación llenar cada rincón en donde la corona tiene poder. La naturaleza se apaga como si no recordaran los colores del mundo en donde nacieron, grises no solo se vuelven los frutos, sus ojos y el cielo lo hacen llamándome loco cada vez que miro el castillo intentando sentirme en casa desistiendo al ocaso, al menos el páramo usaba mis lagrimas para crecer.

Las tonalidades de las llamas se apagaban de manera consecutiva mientras él relataba sus sentimientos, el suelo temblaba cuando el humo acariciaba el piso cuando su voz intentaba no quebrarse. Al hablar del páramo la mujer reconoció quien le hablaba, tan familiarmente que el fuego debajo de ella se alejó rodeándola y dejando un círculo de agua en donde seguía preguntándose: ¿porque no se hundía? De la fogata un camino de gotas se formó brincando hasta ella, quien se detuvo cuando la rubia alzo la vista al igual que su cabellera fue tan inesperado que el fuego que la rodeaba se alejó aún más.

Su abdomen vibraba al igual que las gotas, mantuvo su mano firme mostrando la palma hacia el agua, con la mano libre toco el amuleto que Mingh le obsequio intentando calmarlo, sin embargo, quien temblaba en su cuerpo no era este, si no la hoja de papel que aun poseía doblada en uno de sus bolsillos; ella miro el fuego que se mantenía tranquilo, no era la primera vez que la veía de ese modo, con las pupilas blancas y el sonido de su corazón amenazando con protegerse sin límites.

Mingh me ha hablado de ti... —en cuanto menciono ese nombre la mujer volvió sus ojos a la normalidad sin bajar sus manos —Nunca he podido darle respuesta, ahora que te tengo de frente no tengo porque desconfiar del ser al que le cedió mi protección —entonces ella bajo la mirada al igual que sus palpitaciones, las gotas siguieron saltando y la hoja faltante resbalo desdoblándose antes de estar frente a ella. Mostrándose justo delante de sus ojos, como si la gravedad no existiera.

Todo el fuego de la habitación cambio de color, un amarrillo brillante tan sutil que al lado del agua se volvió armónico y hermoso, tanto que necesito suspirar. Observo la hoja mientras extrañaba al perezoso, con las chispas que el fuego soltada sentía como cada una de ellas entraba en su piel y le provocan temblores llenos de emoción. "Míralo" pronunciaron las llamas por ultima vez antes de que la hoja ardiera. Su estallido fue tan intenso que la mujer tuvo que cubrirse el rostro y de entre los dedos observar como un remolino de cenizas se llevaba la fogata, el agua y el hermoso amanecer amarrillo, sintió el calor a su alrededor mientras los colores y las texturas formaban otro sitio, sin tenerla que alejar del suelo. Se puso de pie al reconocer las largas cortinas rojas de los ventanales, estaba en el castillo en una sala que no conocía, las ramificaciones que adornaban el techo eran doradas con capullos blancos de pétalos con el centro iluminado, era divino.

A su lado estaba el trono enorme que conoció de inmediato, sí, había estado aquí antes, sabia que la luz de los capullos jamás la hubiera olvidado; la sala estaba abierta al parecer aun no existía la puerta que recordaba antes de estar aquí. No podía creer lo que estaba viendo, tuvo que aceptarlo al tener de frente a su maestro y que al correr hacia el con los brazos abiertos, él la atravesara.

Glyfalia. "El Libro Perdido"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora