• Capítulo 30 •

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Halifax, Canadá

12:34 PM

ACTUALIDAD

Diane Lassarre

Hoy es Nochebuena.

De hecho, mi dieciochava Nochebuena que paso junto con toda la familia, y en el que me encargo de ayudar a mamá para la cena junto con Camille mientras nos regaña por haber cortado tan grandes los pedazos de manzana que nos otorgó a mi hermana y a mí.

No sé porqué demonios tenemos que poner la casa para que la familia de mis padres venga cada año a sentarse en la mesa para cenar la exquisita cena que mamá preparó, a la vez que le cuentan las noticias o rumores que mis tías les trae preparados.

Ah y, por supuesto, no olvidemos a mis queridísimos primos pequeños corriendo y destruyendo las cosas cristalizadas de papá. Además, no dejaré engañarme éste año por ellos como el anterior (mejor dicho, los anteriores); a pesar de sus inocentes caritas detrás de ellas se esconde el verdadero demonio, el demonio con el que te extorsiona para que creas que hay una maldita araña en el baño y vayas tú mismo a matarla para dejarte encerrado.

Ya había caído y por esa razón nunca bajé la guardia cuando estaba con ellos; sin embargo, siempre crearon una excusa para encerrarme en cualquier habitación. En realidad, todavía puedo recordar la vez que Camille me encontró encerrada en su habitación y tuve que darle una explicación razonable para que no me matara a almohadazos.

Nunca se lo comenté a mamá porque ella siempre decía «Son pequeños y rebeldes, así que déjalos disfrutar su niñez sólo por un momento.». Por dios, ¡hay una gran diferencia entre que sean rebeldes y me quieran hacer la vida imposible!

De todas formas, ahora sí estoy bastante segura de que no me dejaré engañar por esos pequeños demonios (con cariño).

—¿Podrían una de las dos ir a ayudar a su padre en el jardín? —pide mi madre con cortesía.

«No puedo seguir cortando manzanas, necesito salir de aquí.»

—Yo iré.

—Gracias, Diane —me dedica una leve sonrisa.

Dejo el cuchillo en el cajón de cubiertos y me dirijo hacia el perchero para tomar mi abrigo de lana y después dirigirme afuera a ayudar a papá, quién se encuentra batallando por sacar la larga mesa blanca cuadrada del almacén. Así que me acerco a ayudarlo mientras hablo:

—¿Cómo demonios tenemos esa cosa en el almacén? Dios, son como veinte yo que formaron una gran mesa.

—No tengo ni idea. Pero, ¿puedes ayudarme? Siento que muero.

—¡Oh! Claro.

Tomo el otro extremo de la mesa y juntos logramos sacarla hasta el jardín y posarla en el centro de él.

«Joder, justo pesa veinte veces más que yo.» pienso exhausta mientras trato de recuperar el aliento junto con papá.

—Te juro que... me sentaría ahora mismo en la mesa, pero... creo que puedo romperla... —declara a la vez que se deja caer sobre la hierba.

—Mamá te está viendo —volteo a mirarla.

—Dormí en el sofá y la hierba es cómoda, no desperdiciaré esta oportunidad, por supuesto.

Ahora está haciendo ángeles de nieve en la hierba tratando de provocar a mamá. Creo que está claro que hoy papá duerme en el sofá, otra vez. Y de paso nosotros también porque tenemos que tratar de tener los ojos abiertos hasta la medianoche, con el trasero entumecido por estar más de tres horas sentada en la mesa donde tus tías platican debido a que tienes miedo de que te lleguen a nombrar (que espero no sea el caso).

El Chico Del Piano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora