Halifax, Canadá
12:43 PM
ACTUALIDAD
Diane Lassarre
La jaqueca está matándome. Definitivamente está torturando las pocas ganas que tengo de existir ahora mismo. Ni siquiera sé si podré ser capaz de mantener una sonrisa en mi rostro como parte de mi generosa amabilidad.
Culpo a Lana por esto; culpo a aquella desagradable juerga; culpo a aquel exquisito Long Island Ice Tea; pero, sobre todo, me culpo a mí misma por haber aceptado más de una copa. Si tan sólo hubiera quedado satisfecha con un único trago, estaríamos hablando de otra historia. Por desgracia, el desenlace no fue así.
Volví a masajear mis sienes con la esperanza de que el dolor disminuyera un poco, antes de que el coche aparcara frente al restaurante Mallard y el intenso ruido del entorno impidiera que la jaqueca cesara.
—Diane, ¿estás bien? —La voz de mamá interrumpió mi masaje, mientras hacíamos contacto visual sobre el espejo lateral derecho. Supuse que mis lamentables gestos eran la causa de su preocupación.
—Sí, sí, estoy perfecta, mamá. No te preocupes por mí.
—De acuerdo, pero si comienzas a sentirte mal no dudes en decírmelo, ¿vale?
Asentí como respuesta.
Observé a Camille, quien seguramente sabía a la perfección qué era lo que me sucedía; ambas intentamos comunicarnos con miradas, pero ella se rindió cuando no estaba entendiendo ni una de las mías. Extrajo su teléfono de forma indiscreta y comenzó a teclear a gran velocidad. Instantes después, giró la pantalla de su móvil para que pudiera observar el texto escrito: «¿Jaqueca?». Volví a mirarla a los ojos y acepté con lentitud, a la misma vez que sonreía de mi propia desgracia. Nuevamente, giró su teléfono para reanudar su tecleo y, tras unos segundos, volvió a reflejar la pantalla hacia mi dirección: «Buena suerte con eso».
Qué amable.
"Gracias" dije en un susurro demasiado bajo, para que sólo ella pudiera escucharme. De nuevo, posé mi mirada sobre el ventanal y, en menos de un instante, el coche aparcó frente a nuestro destino. Ni siquiera me dio tiempo de parpadear o por lo menos de practicar una de mis mejores caras para dar una buena impresión ante unos presuntos desconocidos, porque justo el restaurante Mallard se posicionó a mi lado.
Mis padres comenzaron a desabrochar su cinturón de seguridad y, antes de salir del auto, mamá giró hacia nosotras para mencionarnos:
—Por favor, sean amables.
Y, dicho eso, ambos salieron del automóvil. Camille, al igual que yo, se tomó unos instantes antes de abandonar el coche para considerar detenidamente sobre lo que nuestra madre acababa de decirnos; en especial por el grave tono en el que lo mencionó. Salí junto a ella mientras nuestros padres tomaban la delantera para posicionarse primero frente al vestíbulo. La cascada de luces que te recibía sobre el techo era majestuosa; de hecho, la iluminación en general le daba un toque delicado y sublime, además de la luz natural que entraba por los grandes ventanales, que te concedían un bello panorama de la ciudad.
Estaba estupefacta ante tal espectáculo visual, que Camille tuvo que tirar de mi brazo para caminar detrás de la chica que nos había atendido en recepción, y quien era la encargada de llevarnos a nuestra mesa. Agradezco que mi hermana haya guiado el recorrido a través de los pequeños espacios que había entre una mesa y otra, ya que estaba demasiado ocupada admirando el entorno. No obstante, aquella ilusión duró muy poco.
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El Chico Del Piano ©
RomanceMorgan es un chico amante del piano, junto con las melodías que éste compone. Por desgracia, después de la muerte de su madre tuvo que encontrar un nuevo hogar para pasar su adolescencia y, en especial, para compartir su amor hacia dicho instrumento...