• Capítulo 35 •

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Halifax, Canadá

18:56 PM

ACTUALIDAD

Diane Lassarre

La hora dorada se estaba haciendo presente mientras yo la miraba por la ventana del auto. El cielo se convirtió en una caja de luz gigante mejorada, creando un arco crepuscular junto al cinturón de Venus tintado de colores ocasos.

No sé por qué, pero definitivamente ver el atardecer me hace sentir viva. Sus matices son tan preciosos, tan mágicos, tan adictivos de ver; de alguna u otra forma esos colores te provocan miles de sensaciones que son inexplicables.

O al menos eso es lo que a mí me provoca.

Sonrío impulsivamente.

—Sé el motivo de esa sonrisa.

Dejo de ver el ocaso para mirar a la persona que llamó mi atención y que está sentada junto a mí.

—Estoy empezando a asustarme porque sabes más que yo, inclusive más que yo misma.

Él rió mientras yo acompañaba sus risas emitidas en pequeños murmullos. Separé mi cabeza del ventanal y la puse en el respaldo del asiento, mirando atentamente a Morgan.

Sus pupilas se dilataron un poco al mantener mi mirada sobre la de él. Nuestros cuerpos estaban tan cerca y, gracias a eso, nuestras piernas chocaban entre sí. Sin embargo, si hubiéramos sido los chicos de antes, los chicos que apenas comenzaban a acercarse hacia el otro; si hubiéramos sido esos chicos le hubiéramos tomado demasiada importancia a esta gran cercanía. Pero, ya no somos aquellos chicos temerosos que temían acercarse al otro.

Y lo sabía perfectamente cuando pasó su mano detrás de mi cuello para acercarme hacia él. Abracé su cálido cuerpo mientras posaba mi cabeza sobre su pecho y él mantenía su barbilla sobre mi cabeza.

Acarició mi hombro con lentitud y murmuró:

—Nunca lo dije, pero... —detuvo sus palabras por un segundo, antes de volver a hablar—. El amanecer me hace sentir las mismas cosas que siento por ti.

Mi corazón se achicó ante esas palabras y, traté de ocultar mi sonrisa sobre su torso, evitando que la viera. Después, me alejé de su pecho para poner mi barbilla sobre su hombro. Mis ojos miraron los suyos, reflejando una inmensa felicidad en ellos mientras nuestras sonrisas se conectaban entre sí.

Posó sus labios sobre mi nariz por varias ocasiones, ocasionando que yo sonriera durante su construcción de pequeños roces sobre ella.

—¿Tengo que ver esto?

Ambos giramos a la izquierda para poder observar a la persona que acaba de expresar su inquietud ante nosotros.

Andrew, quien estaba mirando por la ventana y actuando como si nunca hubiera dicho una palabra durante todo el transcurso. Y, es cierto. Ninguna palabra ha salido de su boca desde que se sentó en el asiento de atrás, junto a nosotros.

De hecho, las únicas voces que he escuchado desde que empezó este recorrido son las de Noah y Lana. Ellos se encuentran en la parte de adelante: Noah es quien maneja el automóvil; Lana es el copiloto.

—¿Quieres que cambiemos de asiento, señor apático? —cuestionó Lana, volteando a ver a Andrew por el pequeño espacio que dejaba el asiento del piloto y del copiloto.

—No me digas señor, ¿sí? —fingió dolor mientras ponía su mano sobre su corazón—. ¿Acaso me veo tan viejo?

—Sí —Noah respondió de inmediato.

El Chico Del Piano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora