Capítulo 3

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En la tarde del día siguiente, Massimo Marcovaldo se encontraba haciendo los últimos preparativos para la cena de esa noche, donde recibiría a su hija y a la familia Paguro. Esperaba a su pequeña Giulietta con ansias, pues no la veía hace un largo tiempo... Por ese mismo motivo, todo debía estar perfecto. Cocinó lasagna, el cual era su plato favorito, le compró un regalo y decoró con globos y un cartel de bienvenida el patio de la casa, que era donde todos cenarían.

Había cerrado la pesquería hace algunas horas, por lo que había tenido un poco más de tiempo para decorar junto a su otro hijo, Alberto, a quien también quería mucho. Si bien no era su padre de sangre, sentía una preciosa conexión con él. Massimo siempre fue detallista, y no sería la excepción con el adolescente de dieciocho. Adoraba a sus hijos, por lo que hasta planeó lo que harían un par de días para que los tres tuviesen tiempo en familia.

Finalmente todo estaba perfecto, así que dirigió su mirada al reloj de pared y se dio cuenta de que ya casi era hora para ir a recogerlos a la estación.

— ¡Berto, ya tenemos que irnos! —Le llamó, mientras se colocaba un abrigo y un gorro.

— ¡En seguida! —Exclamó el adolescente, bajando las escaleras con algo de dificultad, para llegar a la planta baja con mucha suerte de no caerse.

— ¿Qué te pasó, hijo?

Alberto estaba hecho un desastre. Primero, su largo cabello rizado estaba totalmente despeinado, tenía la chaqueta de mezclilla negra al revés y los zapatos sin atar. Sin mencionar que parecía que venía de trotar, y se debía puramente a los nervios.

—Nada, pa. Yo lo arreglo. —Mencionó, queriendo arreglar su cabello pero fallando en el intento porque la chaqueta al revés lo inmovilizaba.

—Una cosa a la vez. Estás muy nervioso.

— ¿Se nota mucho?

—Creo que no te has visto al espejo... —Bromeó el adulto.

—Esto es un desastre total, debo parecer cualquier cosa. —Dijo, colocándose bien la chaqueta y atando sus zapatos. Estaba demasiado ansioso, le sudaban las manos y le temblaba el cuerpo, sin mencionar que hasta sentía la boca seca y el corazón latiendo a mil. Se imaginaba un millón de escenarios posibles que podrían ocurrir esa noche, y todas lo ponían cada vez más tenso. —¡Ya es la hora!

—Tranquilo, yo te espero. —Habló con paciencia.

Gratzie, pa. Pero ya estoy listo.

¿Sicuro? —Preguntó, señalando a su cabello.

—Cierto, el cabello. —Susurró y se peinó con los dedos, dejándolo algo mejor de lo que estaba antes.

—¿Por qué tan nervioso, Berto?

—Porque, eh... ¡Mi hermana viene y no puedo esperar para verla otra vez! Quiero llegar a tiempo para verla.

— ¿Ah? ¿Davvero? Bueno, en ese caso me alegro de que ambos sean tan hermanables. Por un momento creí que era por ese chico, Luca.

— ¡Papá!

El adulto negó con la cabeza, sonriendo.

— ¿Cómo lo sabes? —Preguntó el de ojos verdes, aunque luego recordó lo que Damiano le había dicho ayer. ''No eres muy bueno escondiendo tus sentimientos''. Ah, debió ser eso.

—Bueno, somos familia. Además siempre fue un poco obvio, mio figlio.

Alberto suspiró y se cubrió la cara por la vergüenza. —Nooooo... ¿Crees que él también lo sepa?

¡Ciao, Ciao! /Luberto FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora