Capítulo 29

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Génova, Liguria.

— ¡Giulia, mia figlia! —Exclamaba una mujer adulta, esbelta, de corto y rizada melena pelirroja, a la vez que extendía sus brazos y abrazaba a la muchacha, quien se aferró a su encuentro. — ¡Giulietta, mi niña! ¡Te cortaste el cabello, estás preciosa!

— ¡Gracias mamá, te extrañe mucho! ¿Cómo estás?

—Feliz porque al fin volviste, tres semanas se pasan rápido, pero me hiciste mucha falta. —Habló Gina, su madre, besándole la frente y tomando el maletín de su hija en sus propias manos.

Después de pasar por más o menos veintiséis paradas, de las cuales una fue en un pueblo para almorzar, además de prácticamente viajar todo el día, se hizo el atardecer para aquellos jóvenes de diecisiete años.

Habían llegado a la estación de trenes de Génova, esa ciudad costera iluminada de faroles y de vida nocturna que comenzaría dentro de poco. En ese lugar, junto a la boletería y algo apartados de la gente que corría hacia todos lados, los muchachos saludaban a la mujer con abrazos.

— ¿Cómo estás, Luca? ¡Que agradable verte de nuevo! —Mencionó Gina, después de saludar al chico de dos besos en la mejilla.

—Todo bien. —Respondió él, un poco apagado. —El viaje fue algo agotador, pero estoy feliz de volver...

—Me imagino. También imagino que deben tener hambre. Hice farinata de almuerzo y me quedó un poco, pero si ustedes quieren, puedo ir a comprar una pizza o... Les puedo preparar una focaccia con aceitunas, queso y jamón de parma. ¿Qué dicen?

— ¡Uy, todo lo anterior! Menos la farinata, no me gusta. —Giulia hizo una mueca de disgusto.

—Bien. ¿Tú, Luca?

—Lo que usted prefiera, signora Gina.

Per favore, Luca. Te lo he dicho muchas veces, solo dime ''Gina''. Me haces sentir vieja. —Bromeó ella. —Bien, andiamo, que nos van a cobrar caro el estacionamiento y no queremos eso. —Dijo la mujer, indicándole a los adolescentes que la siguieran.

Gina D'agostino era una pintora, una artista. Vivía en el corazón de Génova y actualmente se dedicaba a trabajar como publicista para una revista de la zona. Le iba bien, seguía soltera después de su divorcio con Massimo Marcovaldo, pero eso en verdad no le molestaba en lo absoluto.

Era independiente, alegre y bastante eufórica cuando podía como su hija, aunque sabía controlarse. Tenía un departamento propio de dos pisos arriba de una pastelería junto a la Piazza della Vittoria, o sea, frente a la calle principal de la ciudad.

Conducía un pequeño Fiat 1500 color verde musgo, se dedicaba los días libres a exponer cuadros y por lo general, su vida giraba en torno a la bohemia y a la libertad de expresión. Por lo mismo, hasta sus actuales treinta y siete años, fue siempre una madre permisiva y para nada estricta, a no ser que fuera en temas académicos o donde su hija podría verse envuelta en peligro.

Entraron los tres en el pequeño automóvil, emprendiendo viaje hasta la casa de D'agostino en esa fresca tarde primaveral. Giulia, quien iba de copiloto, colocó el radio cassete y comenzó a sonar una canción que el chico de piel pálida y suéter crema no estaba escuchando.

Mientras la madre y la hija cantaban, Luca se dedicó a observar el paisaje desde la ventanilla, reposando su mejilla derecha en una mano. Suspiró, porque todo le recordaba a su ragazzo. El cielo, el mar, los radio cassetes, el color amarillo de los faroles y el verde de los árboles.

Ahora mismo se preguntaba qué estaría haciendo después de tal despedida... A qué hora llegaría a casa de Giulia para poder tomar el teléfono y llamarlo, porque estaba perdido en sus recuerdos al recorrer las calles en aquel auto.

¡Ciao, Ciao! /Luberto FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora