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Estuve casi una hora dando vueltas hasta que conseguí encontrar el lugar, hacía ya bastante que no venía aquí.
Estaba dirigido por Jack, hermano de André. Según él, sus mejores seguidores éramos Andre y yo. Pero de ser así, ¿ por que mató a André y me quería matar a mí?
Avancé un poco hasta llegar a la puerta de la fábrica abandonada. Giré el pomo y abrí la puerta.
En el instante en que puse un pie en la sala, una voz se escuchó.
- Cuánto tiempo sin verte por aquí, mi querida Mía -dijo una voz que reconoci al instante. Era la voz de Jack.
- Demasiado poco, Jack. Menos del que me gustaría. -dije con una mirada retadora.
Él río por lo bajo- yo que tu controlaba lo que salía de esa boca, o si no... ya sabes lo que pasará -dijo él, acercándose a mi.
- no tengo por qué hacerlo, no eres mi padre. Además, ¿cuándo te enterarás que las amenazas a mí ni me van ni me vienen? Mucho hablar pero poco hacer, Tomsoln. -dije con mucha seguridad, o al menos eso quería aparentar.
-Niña tonta... si sigues así acabaras como André -dijo el con una sonrisa cinica.
- No conozco a ningún André -dije con cara de asco.
- Ahh, ¿no? entonces ésto... - dijo y me enseñó unas fotos de André y mías de pequeños, antes solíamos estar todo el tiempo juntos.
- No sé quién son -dije de la misma manera.
- Se ve que el coma te ha afectado más de la cuenta -dijo con una risa amarga.
- Puede ser... -dije retandole
- ¿Para qué se supone que has venido? -dijo él enojado por mi comportamiento tan insufrible
- Si te lo dijera, no tendría gracia -susurré.
- La gracia se perdió en el momento en que despertaste del coma-dijo entre risas.
De repente, aquellas risas y carcajadas que inundaban la fábrica, se callaron. La fábrica estaba en completo silencio. Mi puño acababa de impactar contra su ojo y él estaba en el suelo, retorciéndose de dolor.
En cuanto volví en mí y pensé en lo que había hecho y que ahora ya sí que sí que iba a morir, intenté salir de allí lo antes posible.
Unos guardias vestidos de negro al completo se me acercaron y me intentaron golpear.
- ¿ No os han enseñado que a las niñas no se les pega? -pregunté con una risa amarga.
Los hombres pararon y aquel era mi momento perfecto.
Mis puños dolían por la fuerza en la cuál emitían los puñetazos. Mis piernas temblaban por lo mismo. Si me dieran cinco euros por cada golpe que halla dado, me volvía multimillonaria.
Una vez estaban todos en el suelo , les di un último golpe para asegurarme de que no despertaran en un buen rato y me fui de allí. Al salir me encontré con... con quién menos me esperaba y quería ver en ese momento.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora